Mara y la higuera:
No busquéis
connotaciones ni bíblicas ni eróticas al título de esta pequeña aventura de
Mara. Tiene, en esta época, es el mes de agosto, nueve años y está de visita en
casa de su tío Jaime. Al lado de la casa, en un lateral, hay un pequeño jardín
con rosales llenos de flores rojas y blancas casi mustias, margaritas blancas,
unas amapolas, una camelia de flores rojas en el centro del patio y al final,
cerca del muro de separación con la carretera una esplendida y vieja higuera,
de ramas extendidas, muchas bajas y llena de higos grandes, plenos, dispuestos
ya a explotar de maduros.
Mara probó uno y le
gusto: "Son dulces como la miel, están muy buenos. ¿Puedo coger más?
Allí la dejamos,
subiéndose a las ramas y cogiendo higos.
Al rato, diez o
quince minutos, no mas, oímos su voz alterada gritando y pidiendo auxilio. Salí
corriendo la primera y la veo colgada de una rama, aguantándose con las dos
manos, a punto de soltarse y caer de desfallecimiento. "¡Socorro!,
¡ayudarme!, ¡Papa, socorro!
Imaginaros a una niña
de nueve años colgada de una rama, congestionada, roja, por el esfuerzo de
aguantar y no caer, los ojos cerrados con fuerza de miedo y chillando presa del
pánico...........¡con los pies a una escasa cuarta del suelo!.
Paré un segundo, el
necesario para comprender que se había resbalado de la rama y quedando colgada
sin ver el suelo, cerrando los ojos por efecto del miedo, estaba pasando un
gran apuro. Riendo, la agarré por la cintura y la ayude bajar. Un gran abrazo de
alivio pero cuando vio donde había estado colgada se avergonzó:"Prohibido
contarlo, que no se entere nadie, ¡qué vergüenza!".
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