En el cruce
de caminos hay un peto de ánima, un “cruceiro” de granito realizado de una sola
pieza y una gran higuera, amarillenta y ya medio mustia.
Cuando sale
el sol ilumina el cruceiro con una luz rojiza, casi de sangre. La sombra se alarga
de forma inconmensurable hasta la entrada en una gruta media perdida en la
ladera verde de la loma. Cruz de sombras sobre una sima siniestra.
Conforme el
sol va navegando por el cielo la sombra se acorta como dejando un rastro
extraño sobre la hierba. Si uno se fija bien parecen millones de pequeñas
cruces pintadas en la hierba quemada.
Prácticamente
no pasa nadie.
Hay un
silencio ominoso, una ausencia de ruidos como si la vida evitase el lugar.
La higuera,
al caer la noche, como árbol maldito, sin frutos, tiene sombras que se mueven
aleteando entre las ramas. A menudo brillan ojos luminosos, violetas, en esos
vuelos. Son extraños seres volando sin atreverse a salir de la protección del árbol, con el
temor de la cruz cercana.
Ya en la
noche, bajo las luces violáceas, las ánimas lloran por su alma, sus crímenes,
su olvido y su tormento cuando fueron colgados de las ramas altas del olivo
centenario.
Nadie pasa
por allí, es un camino olvidado de las afueras de Vigo, cerca del Galiñeiro. No
lo encontrareis en el mapa; nadie os contara nada. Es una vieja venganza o
justicia donde los protagonistas están ya muertos y los vivos no quieren
recordar el luctuoso hecho.
Fueron
colgados diez hombres bajo la sombra mala de la higuera. Lo mando el alcalde del lugar, que, luego, se apropio
de las tierras de los condenados.
Dentro de la
cueva, dicen, encontraron cinco cuerpos de niños despellejados, al lado de calderos
llenos de grasa, cuentan que humana, cuernos de machos cabrios y extraños
signos extranjeros. No pudieron llevárselos a las madres pues la infección de
ratas y murciélagos lo impidieron. Ni las oraciones del sacerdote posibilito el
sacarlos, entonces hicieron el cruceiro….Un alma caritativa levanto el peto con
limosnas de aldeanos anónimos que no se atrevieron a protestar, allí quedó.
Dicen que es mejor olvidar.
El alcalde
quedo marcado por el crimen y por las posesiones arrebatadas a las familias de
los reos. Dicen que le vino la lepra como un castigo; otras comadres dijeron
que fueron los mordiscos de rata y murciélagos, sino de cosas peores.
Los hijos le
salieron tontos y deformes y fueron pastos de lejanos acantilados. El rumor era
que eran jorobados, de pequeñas patas y boca alargada con triple hilera de
dientes, ojos acuosos que no veían y, alguno, con escamas en la espalda.
Vino el fuego
y se llevo los montes. Después el granizo las cosechas. Mas tarde las langostas
lo poco que quedaba.
Su mujer huyo
de el. Se volvió taciturno y solitario hasta que, en un amanecer sanguíneo se
tiro por los acantilados de Valdoviño.
Nos aconsejan
que olvidemos, que no preguntemos, que no busquemos.
Y, siempre,
una oración por el alma de los difuntos.
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