Wednesday, October 28, 2015

Problemas en la playa (7.4): Un niño dormido...


/. 4.- Pocas cosas hay tan bellas en este mundo como un niño dormido. Las hay, claro, por ejemplo, ver dos niños dormidos. Pocas veces se hace tan  intensa esa ternura como en un viaje en coche cuando así te dejan en paz, hay armonía, suenan músicas celestiales, no se oyen gritos ni peleas, los ángeles viajan contigo haciendo sonar campanillas. Los ves así  y te  sientes en la gloria conduciendo, y viéndolos por el espejo retrovisor, casi te saltan las lágrimas del cariño que les profesas a pesar de todo.

Avanzas rápido, con prudencia siempre, pues el freno de mano está instalado en el puesto de copiloto y no pasa ni una. Las cabezas, de los críos, observas, se bambolean con las curvas, dulcemente, pero siguen dormidos que es lo realmente importante. Los cinturones de seguridad los sostienen bien y las orejeras de los asientos limitan un tanto esa oscilación de las cervicales (pobres y dolientes si fueran las mías).

Pero todo tiene un límite, a un minuto de gloria y paz y felicidad, el desastre premonitorio, (es la conocida tempestad que precede a la calma… ¿o es al revés?), le seguirán  horas de sufrimiento. A la, por una vez siniestra y siguiendo a Murphy,  voz del copiloto que te dice, rompiendo el hielo: “Qué bien ahora que se han dormido, ¿verdad?” Y, claro, antes de que puedas mandarla callar o chistarle que hable muy bajito y que no se enteren, pues entre el movimiento de cabeza, la dormidera y la bebida  anterior y el bollo con pocas ganas y la mala leche de bastante tiempo y todo eso mezclado con la frase anterior pues, como no, movimiento compulsivo, las primeras arcadas del pobre Javi y, sin tiempo a reaccionar, el copiloto es rápido pero no tanto, la primera vomitona cae sobre sus propios pantalones y camiseta. Súbitamente, con la vomitona, se llena el coche de un tufo apestoso como a queso azul, a vómitos, mitad leche agria, mitad mierda, mitad acido de aliens supurante, azufres de diablo maligno y retorcido con diarrea.

Javi, el pobre no se despierta del todo, se queda hecho polvo y nos mira con ojitos de cordero degollado como diciendo yo no he sido, no sé qué ha pasado. Se le nota un poco de miedo en la cara, expresión que pocas veces se le aparece cuando un nuevo retorcijón le hace vomitar y expulsar lo poco que le quedaba dentro. Tras unos segundos un nuevo retorcijón le hace vomitar apenas un poco de bilis. Le duele. La mujer ni corta ni perezosa medio se saca el cinturón, se gira de forma inverosímil y se pone a limpiar al crio, primero la cara después trata de recoger todo el vomito posible al tiempo  que me dice que pare como sea, donde sea…al tiempo prepara otra bolsa por si vienen otras arcadas.

Aparco el coche en el primer hueco grande que hay a mi derecha, una explanada amplia y con aparcamiento, gracias a Dios. La suerte. Murphy al garete por una vez, menos mal, no debería acertar siempre.

Lo primero que hacemos es que abrimos todas las puertas y ventanas y ni con esas se quita el olor de nuestras fosas nasales. Ese olor infecto, ya cómodamente instalado en la tapicería del coche y  en nuestra pituitaria sobre todo, no nos dejara en días, semanas, en meses, en años, todo olerá a vomito, todo sabrá a vomito, y yo soñare hasta con los mismísimos vómitos y el olor que conlleva. ¡Que asquito!

Mara se despierta ante la brusca parada del coche y el mal olor y se queda estupefacta viendo a su hermano hecho unos zorros e inundando de esa masa grumosa. Se aparta todo lo que puede que es lo que le da el cinturón de seguridad a movimientos pequeñitos del culo. Mi mujer, el copiloto y freno de mano siempre, se pone a limpiar al crio. Todo un proceso misterioso y de ingeniería espacial para quitar al crio la ropa,  limpiar todo lo que puede con los pañuelitos húmedos y refrescantes, recoger los restos, echar colonia (es lo peor que se puede hacer, nunca lo hagáis, la mezcla de vomito y colonia es espantosa pero….) tratando de forma harto difícil de no manchar o extender mas el desaguisado. Toda la ropa a una bolsa de plástico con la marca de El Corte Ingles. Todos los pañuelitos a otra bolsa con la misma marca comercial, al menos le damos buen uso, reciclamos. Ni míster fantástico seria capaz de hacer las contorsiones y movimientos precisos que va realizando, parece magia, es magia, es una madre ante una emergencia.

Mara con su característico, de niña cursi, que se le va hacer, “¡que aaaasssscooooo!”, frunce el ceño con esa mueca graciosa y repipi tan suya, se tapa la nariz y, con la primera contracción de estomago,  abre los ojos de forma desmesurada y se aguanta. Pero poco dura su aguante, a la segunda arcada que le viene empieza a vomitar también. Ella no se mancha, no, nunca, infaliblemente se echa hacia delante, no sé cómo pues esta con los cinturones de seguridad, se lleva las dos manos al estomago y todo el chorretón de comida descompuesta hace una parábola casi perfecta que superando el respaldo del asiento delantero, el mío,  cae en toda mi espalda. Noto una cosa pegajosa, húmeda, caliente, asquerosa, chorreante, grumosa, caldosa, me siento fatal, asquerosamente fatal. Voy notando como se introduce entre el cuello de mi camisa y mi cogote y se va resbalando, es caliente, es cálido, por mi espalda rumbo a mi cintura. Me separo rápidamente del respaldo, es preferible que me manche yo pues tiene un pase pero minimicemos el daño a la tapicería. La miro alucinado, casi con odio visceral, casi pensando que lo ha hecho a propósito, que ha sido alguna venganza por el pecado de ser su padre,  pero ante sus ojitos asustados y sorprendidos, con sus manitas en forma de puños tapándose la boca como si con ello consiguiera que no saliera nada mas,  no digo nada, me muerdo la lengua y salgo del coche para poder quitarme bien la camisa chorreante antes de que se me meta por el pantalón (ya sería el colmo), sacar a la niña de su asiento, limpiarle la boca y que respiremos aire fresco. Mi estomago protesta, le hago callar ante la urgencia. Pero jamás olvidare esa sensación del vomito espalda abajo, jamás, una pesadilla recurrente con los ojos grande y de colores cambiante de Mara, bella al tiempo con esa palidez espectral que le da estar mala y mareada.

La mujer termina por sacar a Javi en calzoncillos y chanclas y, no se ha enterado todavía de todo lo que me pasa, me mira como diciendo que hago yo así. Lo comprende deprisa y rápido cuando ve la camisa en el suelo y llena de grumos y mojada. Si algo pasa con Mara me toca a mí, siempre yo, siempre mi sino. Se echa a reír a carcajada limpia. Me contagia. Allí, en medio de nada, los dos, cada uno con uno de nuestro mareados hijos y yo sin camisa y asqueado de los olores.

Me pasa una toallitas por la espalda, me frota con la colonia de frasco que siempre lleva. Es peor la mezcla de olores pero que se le va hacer, no voy a protestar encima.

El coche con las cuatro puertas abiertas, ventilándose, oreándose, aireándose, tentación de ladrones, vacio de mente y esperanzas….sabemos que el olor no se irá en meses, hasta la siguiente, y eso a pesar de colonias, de perfumadores y de ambientadores que la mujer ira probando de forma inútil y esperanzada; nada quitara ese olor que se hace peor con cada nuevo intento pues esa mezcla de olor nauseabundo mezclado con los miles de olores… ¡buenos!... es todavía peor que peor. Queda un tufo indefinible que retrotrae a pocilgas, ciénagas, cuadras mal cuidadas, pescaderías no muy limpias y de pescado de otros lares y tiempos pasados…

Me da al crio y ropa de la maleta y cogiendo aire puro se mete en el coche para terminar de limpiar lo imposible. Un coche de la policía de carreteras se para y nos  pregunta si necesitamos algo. Le decimos que no y le agradecemos su interés. Buena gente salvo los de las multas pero eso es otro cantar que tiene que ver con otros departamentos más políticos que otra cosa.

Mientras tanto visto como puedo al pobre de Javi, camiseta, pantalón, calcetines, le dejo las chanclas para que este mas cómodo, se deja hacer, esta sin fuerzas, sin ánimo, sin ganas de nada, ni de bromear, ni de meterse conmigo….Mara conmigo no dice ni mu, la pobre intenta incluso echar una mano con su hermano y, de forma harto tierna y sorprendente, le hace una caricia en la cabeza y retira la mano rápidamente cuenta se da cuenta que la miro.

Las bolsas con los restos a la papelera. La de la ropa la metemos dentro de otra y  otra más y bien atada al interior del maletero. Ya la lavaremos en otro momento.

¡Y eso que era un viajecito de solo dos horas y media para ver a los abuelos, parada intermedia incluida!

Sunday, October 25, 2015

Problemas en la playa (7. 3). “¡¡¡¡Callaros ya!!!!”


3.- “¡¡¡¡Callaros ya!!!!” Digo yo en un tono más alto delo que debía y en el  momento menos oportuno. Para compensar, el silencio que se hace es sepulcral y la mirada que me dirige la mujer es de las que te quitan el hipo. Ya lo sé, si, soy peor que ellos, la bronca la empieza el que quiere, no el que puede. Pero el recuerdo de ese sabio rey que fue Herodes viene a mi cabeza y le riño por no haber realizado bien todo su trabajo.

“¿Jugamos al veo, veo?”- digo tratando de arreglar lo que no se puede solucionar, tras un largo suspiro y haber contado hasta diez. Parece una tontería, es una gilipollez pero a mí me funciona para calmarme un poco.

“Es muy aburrido…”-suelta la experta en ese juego que es Mara.

“Es un juego de niñas. Yo a eso no juego ni loco”- dice Javi, que siempre pierde con su hermana.

“Y si jugamos al conductor: hombre, mujer”- les dice mi mujer, un juego que inventamos sobre la marcha una vez no muy lejana de camino, Dios nos cogiera confesados, hacia Peñiscola, mil kilómetros en ese plan.

“No, yo quiero dormir y no me dejáis con tanta cháchara”-salta Mara cruzándose de brazos, bajando la cabeza y frunciendo el ceño; la pose de siempre que esta enfurruñada o hace que lo está.

“Yo quiero parar”-salta Javi-“Nunca llegamos. Me aburro”

“Bueno, ¡¡¡vamos a comer puentes!!!! Pero recordar los rojos no, que están podridos, nos podemos comer cualquier puente menos los rojos y a ver  a que nos sabe…”-les digo con un suspiro de resignación- “Vamos a buscar el primero”

“Pues yo no tengo hambre… ¡quiero parar!”-suelta Javi medio enfurruñado.

Me dan ganas de soltar el volante y darle una colleja pero sé que no puedo.

“¿Falta mucho?”-Mara al ataque  de mis nervios, toquecito al hombro incluido, que se salvan cuando veo la salida de siempre a la estación de servicio de siempre, con cafetería y aseos en la que paramos siempre. Me pongo a la derecha, desacelero y cojo el desvió.

“¿Porque paramos? Vamos a perder mucho tiempo. Yo no quiero bajar, quiero llegar de una vez. Y no tengo ni sed ni hambre”-Javi al ataque……las collejas que se merecía y no se le deben dar…las ganas no me faltan pero está el volante, el que debo mirar para delante y el freno/mujer al lado que si no…interiormente algo me va reconcomiendo y alterando y vuelvo a contar hasta diez…

La batalla sigue en el interior. Saben lo que pueden pedir y lo que no y, como lo saben, pues quieren todo lo prohibido como las bebidas gaseosas y, además,  no quieren comer nada, tampoco quieren hacer la visita a los aseos pues, según ellos, “Ya no tienen pipi, están vacios, ya lo hicieron por el camino”, así bien alto para que los escuchen hasta en cien kilómetros a la redonda. Todos los de la cafetería por supuesto se enteraron y las risitas florecieron  mientras otros chiquillos cuchicheaban y los señalaban de forma acusadora y cómplice, al tiempo que se solidarizaban con ellos.

Yo con mi café y trozo de bizcocho sabroso y mantecoso, típico de la zona, suspiro y me resigno y trato de aislarme todo lo que puedo. Pero no me dejan. La mujer me mete en la discusión de lo que pueden beber y lo que no, lo que pueden comer y lo que no y, sobre todo, en que algo ligero deben comer. Las voces van subiendo a alturas que solo consiguen los grandes cantantes de ópera. Mara, ya en el colmo de los colmos, se pone en jarras y, con gesto de fiera salvaje, se enfrenta a la madre de forma despótica  y faltándole un poco, casi nada, para la bofetada salvadora; pero no pegamos los niños, no, hay que aguantar y ser razonables, hacer que sean razonables, son el futuro y todas esas zandajas, bla, bla, bla.

Javi se empeña en su coca cola, solo dice eso. Mara quiere una fanta de naranja o un helado. Ninguno de los dos quiere nada solido. El camarero hace rato que se ha marchado tras servirme a mí y a la mujer con un leve gesto de “que me van a decir ustedes a mí!”.

Les pido, ya ni discuto,  ni los miro, con la voz seria y brusca de estar alcanzando el límite de la paciencia, les pido dos trinas de naranja y dos croissants y me dedico a lo mío, tras un mirada a los dos de esas que echan fuego y que resulta ser mas cómica que otra cosa pues, los dos, al verla, se echan a reír a carcajada delante de mi cara y me señalan con el dedo; lo mío es degustar el café, saborear la coca que se derrite en mi boca y me deja un toque de mantequilla y ligeramente a almendras amargas. Me noto un poco colorado y les echo la culpa. De reojo los veo como se beben sus refrescos y se comen a pedacitos, a miguitas, el bollo. Están haciéndose los enfadados, hasta gruñen un poco cuando su deditos cogen una migaja de bollo y se la llevan a la boca. De vez en cuando miran sonriendo a la madre que ya no les hace ni caso.

Nueva discusión al acabar con el famoso y universal “Ya te dije que no tengo que ir al servicio”, Y nuestra contestación también millones de veces repetida de que hay que hacer la salir sino después habrá que para de nuevo para ello.

¿Solución?, muy fácil. La mujer coge por las orejas, perdón, por la oreja derecha a Mara y yo por la izquierda a Javi y, así, tan amiguitos al servicio, ellos quejándose y yo, la verdad, disfrutando del tirón de orejas que le voy dando. Lo curiosos es que entrando ya en el servicio y con la puerta cerrada todo se vuelve clama y hasta una cierta complicidad entre los dos, nos hacemos un poco más cercanos. El va a su meadero, yo al mío. Hacemos lo que hacemos, nos lavamos las manos, hasta nos sonreímos mutuamente. Me llama papi y todo eso. No secamos, por orden, las manos. Un momento mágico que se rompe de inmediato al abrir la puerta y….empezar a quejarse de la oreja, de que soy un tirano, de que me va a denunciar, que soy un mal padre, que nunca quiso ir de viaje, que todo es un coñazo…Mara, por supuesto está haciéndole lo mismo a su madre en el otro lado del pasillo, justo enfrente de la puerta de su servicio y a pie de la escalera…en fin, al coche que seguiremos con la transformación de unos niños encantadores en los monstruos de Hyde.

Apenas quince minutos de paz y tranquilidad. Al coche de nuevo para hacer la segunda y última etapa. Lleno de  gasolina (con estos precios da miedo y te dejas la cartera temblando si no fuera porque pagas con la visa que sino) antes de incorporarme al tráfico de la autopista y en marcha.

Los veo por el espejo retrovisor central, están medios adormilados, aun no se ha producido la nueva transformación  monstruosa. Sus cabezas se tuercen en un ángulo tremendo hacia el hombro y con las curvas de la carretera oscilan un poco, flácido el cuello;  los parpados semi cerrados y las bocas ligeramente abiertas. Los cinturones de seguridad bien colocados.

Soy feliz viéndolos así (Un refrán antiguo dice que si quieres ver el rostro de Dios, mira el rostro de un niño dormido). Tanto mi mujer como yo  no hablamos, estamos en silencio completo no sea que todo cambie y todo cambia en poco tiempo para mal o peor, que es la manera normal de cambiar las cosas. Lo bueno si breve, dicen, dos veces bueno…pues no, y una mierda en lo de breve….y una mierda lo de los rostros de los críos inocentes y una mierda que el flautista de Hamelin solo sea un cuento….cuando estos están en un coche rumbo a alguna parte y conduce el padre.

Tuesday, October 20, 2015

Problemas en la playa (7. 2): Los niños siguen detras...


2.- “¿Falta mucho?, me canso.”-insiste Mara, obstinada y terca, tocándome el hombro derecho. Sabe que no soporto que haga eso mientras conduzco, sobre todo si lo hace de forma sorpresiva.

“Ya falta menos”- le responde la madre, siempre al quite, antes de que, ante la sorpresa, salte con alguna gorda, algún exabrupto o inconveniente….

Se callan todos, silencio, oigo el motor como un ronroneo suave y ligero al compas del viento y del mar que se ve en la lejanía, a nuestra derecha, tras los pinares hermosos y escasos. Entre los arboles pequeños chalecitos de tejados rojos.

“¿Podemos parar?- es Javi que toma el relevo- Tengo ganas de hacer pis”

Aprieto los labios, me trago sapos y culebras.

“Sabes que no podemos en la autopista, tendremos que buscar una zona para eso y, además, has hecho antes de salir”.-No puedo evitar contestarle con un cierto deje de cabreo, ya un poco enfadado.

“Si, pero Mara ha hecho dos veces y yo solo una. Me meo, hay que parar. Tienes que parar”

Mi mujer me mira suplicante y asiento y busco, en la lejanía, ese desvió hacia una zona de descanso o una salida que me permita volver, mas tarde, a cogerla. Como siempre, funciona muy bien la ley de Murphy con los niños, y acabamos de pasar una zona de descanso y la siguiente quedara lejos…

“Que me meo. Parar”….se agarra de forma exagerada sus partes para manifestar así de forma trágica su situación desesperada. Le paso, de broma, la botella del agua ya medio vacía y le digo que si tantas ganas tiene que lo haga allí mismo. La mujer me mira con exagerado cabreo. Javi, atrás, sin coger la botella se queda sin respuesta y Mara, siempre la bendita Mara, suelta una risilla por lo bajo….

“Papa, que me meo…..”-Noto que mi cabreo va en relación directa con el aliento que noto en la nuca con cada frasecilla que van soltando.

“Papa, para que…..” arece que al pobre le quedan dos o tres minutos de vida, se agarra el vientre, se congestiona, casi ya no habla, se desgarra..

Aparece a la vista el desvió, lo cojo bajando la velocidad  a 80, 50, 40, 20…aparco. Voy a bajarme pero no lo hago, ella es más rápida y baja, saca al crio y lo lleva detrás de unos mini pinos, casi unos arbolitos de navidad. Veo que hace lo que hace, en verdad no tenía ganas, dos gotitas. Mara se ríe por lo bajini con lo que, a mí, me parece una sonrisa siniestra, la de estropear cualquier viaje.

Ya estamos todos de nuevo en el coche. Arranco de nuevo, Nos movemos, voy pensando cual será el siguiente paso, no llegaremos nunca.

“¿Falta mucho?”- sigue con la perra, segundo acto, Javi, -“Es que me aburro”

“Ya falta menos y por mucho que digas o hagas no llegaremos antes, Cállate y duerme un poco”- contesta siempre la de “al lado” con un deje de pedagogía barata que nunca, digo nunca, funciona con estos dos. Y es una incógnita grande el saber que conmigo si funciona. ¿Porque con ellos no?

“¿Cuándo paramos a beber algo?”- se mete la sabiondilla de Mara, relevando a su hermano- “tengo mucha sed”

“Ya falta menos, a mitad de camino paramos y tomaremos algo. Ya lo sabéis y no seáis tan pesados”

“Es que me aburro y tengo la boca seca”-insiste Mara. (Nuevo toquecillo en el hombro con sus deditos mientras mira disimuladamente a ver como reacciono)

“Pues yo ya tengo hambre”- se une al juego, si esto es un juego, el impaciente Javi.

“Pues haber traído algo para jugar o leer. No quisisteis y ya está, tratar de cerrar los ojos y descansar. Piensa en ver a los abuelos, hace mucho tiempo que no los ves y la abuela estará feliz de darte un abrazo (…o piensa en la playa, jugar en la arena, volver a ver  los amigos del año pasado, el agua para bañarse…) ¿no te acuerdas?”-Da lo mismo que diga, todo seguirá en esa línea de atacar y atacar y atacar…mis nervios poco a poco se van estirando como cuerdas de una guitarra en máxima tensión a punto de hacer un clic y saltar por los aires rompiendo la armonía de la canción.

“¿Podemos parar? Yo también tengo sed, mucha sed…… ¡y hambre!”- entra como una víbora Javi.

“Ahora no, mas tarde, a mitad de camino pues si no nunca llegaremos”- contesto yo con voz dominada, más baja de lo normal mientras mis ojos echan miradas envenenadas por el cristal retrovisor.

“Me aburro”- dice Mara. Me vuelve a dar dos golpecitos en el hombro. Su madre, le pega en la mano justo en el segundo golpe. Hace un mohín, como de enfadada, pero se la ve alegre pues ya ha conseguido la primera reacción un tanto desproporcionada. Saca la lengua con descaro y dice que no le ha dolido.

“Me aburro”-dice Javi.

“Si lo sé era mejor no ir a la playa, es un coñazo…”-suelta Mara.

“Ha dicho una palabrota. Mami, ha dicho una palabrota, ha dicho coñazo ¿se puede decir coñazo?”- Javi a todas.- “porque si ella puede decirlo yo también, este viaje es un coñazo, el coche es un coñazo, esta tía es una coñazo….tengo una hermana coñazo…”

La madre, le da un simple toque, una caricia más bien, le susurra silencio y prohíbe repetir esa palabra. Javi cruza los brazos enfurruñado, baja la cabeza con el ceño fruncido y hace que llora pero sin llorar.

“A ella le dejáis decir palabrotas y a mí no. No es justo. No es justo. Os odio. Siempre habéis querido mas a “la niña” y es un coñazo”- Saca la lengua en mi dirección, más bien en la dirección del retrovisor por el que lo voy espiando. El copiloto y freno de mano y madre amaga con un sopapo que nunca llega a destino. Se la ve cabreada, se pone el índice en la boca y le dice que chitón, que ya hablaremos a la vuelta y que ya hablaríamos de la paga semanal, del ordenador y de la game.

Es nombrar la “game” cuando un silencio sepulcral inunda el coche, por unos minutos, claro,…. (Seguiremos en el viaje).

Tuesday, October 13, 2015

Problemas en la playa (7): Y los niños detrás en los Viajes, viajes….


VII.- Y los niños detrás en los Viajes, viajes….

Las vacaciones se van acabando, ya quedan pocos días para el regreso y la vuelta a la rutina, a la depresión post vacacional,  las broncas, la cuesta de septiembre con la ropa y los libros de los niños. Todo lo bueno se acaba pronto y no vale aquello de lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¡Pues no!

Y con esos días se acaba la odisea de la arena por todos lados, las comidas de verano a cual peor, el apartamento y sus problemas, las conversaciones sobre el tiempo o recordar los embarazos y sus complicaciones, las averías del coche que, normalmente, no se producen en el regreso….todo se acaba pero, claro, aun no hemos hablado de esa extraña transformación, del tipo de Hyde/Jeckyll, que se produce en nuestros angelitos cuando los metemos en el coche rumbo a lo que sea. Les ponemos el cinturón de seguridad y, ¡Zas! Se cambian a unos monstruos sanguinarios capaces de alterar nuestros pobres nervios, sacarnos de nuestras casillas y provocar los más terribles pensamientos de muerte y destrucción, creando el famoso síndrome de Herodes…

1.- Animado metes a la familia en el coche, los chicos detrás, el seguro anti niños en las puertas (de forma que no se puedan abrir desde dentro), todos con los cinturones puestos y alegres, casi cantando, arrancas. El viaje tanto da que sea un compromiso veraniego, de esos gozosos, pues visitar a tus padres no lo puedes hacer todos los días; o la huida de la ciudad, rumbo a las promesas de playa y agua y arenas rubias….; o rumbo a un fin de semana para descansar que buena falta te hace. El destino final no está demasiado lejos, pero tampoco cerca. Es esa distancia problemática  que se hace entre  dos hora y media y cuatro y que se hace eterna al pensarla y corta en la realidad, solo es un paseo un poco más largo de la habitual.

Metes las llaves en su sitio, te pones los guantes de conducir, te santiguas y cuando vas a arrancar, un simple giro de muñeca  en el sentido de las agujas del reloj, tu niña bonita, muy niña, Mara, grita que tiene “pis”, que tiene que ir por última vez al servicio, que se mea….tú te quedas petrificado como una estatua de mármol mientras tu mujer, la madre, se quita el cinturón, abre la puerta, sale, abre la puerta de la cría, le quita el cinturón de seguridad y se la lleva de vuelta al piso.

Cuando vuelven tu están aun en la misma posición, entre incrédulo y atónito. Entre asombrado y cabreado. Miras al chico y este te devuelve la mirada con una leve sonrisa como diciendo “Ya me tocara a mí, ya me tocara y tu sufrirás”. Miras a la niña ya feliz y contenta, tarareando por lo bajini.

Arrancas. El sonido del motor te encanta, una mezcla de ronroneo de gato y la potencia de una manada de caballos salvajes corriendo libres por las praderas pero, ya lo sabes, hay experiencias pasadas, llevas un freno de mano en forma de mujer sentada a tu lado que no te dejara pasar de los cien kilómetros por hora: el peligro está en lo que no se sabe a lo que llegaría a suceder si no haces caso y, aun mas, con los críos en los asientos traseros. La responsabilidad del padre y todas esas cosas….

-Papi, ¿cortaste el gas como te dijo mami? A mí me parece que no.- La voz del angelito rubio que te está mirando con cariño al tiempo que sonríe aviesamente te deja petrificado en el asiento. Tratas de acordarte si lo hiciste o no, el corazón te resuena como un tambor por todo el cuerpo ascendiendo hasta las sienes. Tienes dudas y sudor frio que te recorre como una ola de agua fría. La mujer y copiloto, tu mujer, te mira como siempre; sonríe y saliendo te dice que va a comprobarlo. Como siempre está cerrado el gas, apagadas las luces, bien cerradas ventanas y balcones.

El coche se mueve con suavidad, te separas del arcén y entras en la carretera. Primer semáforo en rojo, como siempre. Paras. Esperas. Te sobresalta el crio, Javi, con su primer: “¿Cuánto falta?”.

Frunces el ceño, esperas que conteste tu mujer que sonríe sabiendo la que nos espera: “Acabamos de salir y sabes que nos llevara sobre dos horas y media y que pararemos por el camino tranquilamente así que juega un poco o trata de dormir”- le dice mirando mas en mi dirección que al niño.

Se pone en verde, me meto en la nacional que me llevara  la autopista. No hay mucho tráfico, es temprano, y es el tiempo ideal para conducir. No hace frio, no hace demasiado sol, no hay lluvia o viento, mucho menos la niebla que es temible por estas zonas costeras. Pocos coches circulan, en general parecen calcos del nuestro.

Avanzamos despacio, cojo el desvió a la derecha hacia la autopista y ya voy poniendo el coche a esos ciento diez permitidos, bueno, que me permiten, no puedo pasar de los ciento veinte pero, con niños, ya se sabe, con freno de mano al lado, ya se sabe….lo que no sabe la de al lado es que desde su punto de observación constante su visión de los cien permitidos es, en realidad, de ciento diez pasados….¡que no se entere de esa diferencia!.

Todo se acelera, los arboles, los arcenes, los puentes, los pasos elevados de peatones. Parece que el tiempo, en cambio, se detiene, pasa lentamente al compas triste del sonido del reloj electrónico del coche.

“¿Cuándo paramos?”-es la voz de Mara medio adormilada. No quiere dormirse (antes de salir les hemos dado una pastilla anti mareo a los dos y eso la adormece un tanto), lucha por estar ojo avizor y sacarme de los nervios.

“Pronto”-contesta la madre ya nerviosa por la velocidad y el miedo que le ha cogido al coche al tiempo que estira las piernas como tratando de frenar el coche como si tuviera en su lugar algo que pudiera reducir la velocidades. Es el famoso síndrome del freno fantasma. Mira hacia el frente como si tuviera el volante entre las manos, avisa de cualquier cosa que ve o que teme a pesar de que yo veo mejor y tengo mejor ángulo de visión. Ya me avisa de antemano: “No corras, no tenemos prisa y están los críos, despacio y recuerda las multas y que sacan muchos puntos, así que despacio” “Cuidado con la curva” “Viene un camión, ten cuidado” “Señal de máximo 120 kilómetros por hora” “No corras tanto que me da miedo” “Aviso de curvas peligrosas” “Reduce un poco, por favor”

De nada valdría que le dijera que aun no me han sacado ningún punto, que la ultima multa fue de hace cinco años y no estaba de acuerdo con ella…todo es y será inútil ante el miedo irracional y me callo y despacio, como una tortuga coja y vieja y aburrida,  avanzamos por la carretera.

Monday, October 05, 2015

Problemas en la playa (6). Buenas e interesantes conversaciones.


Y VI.-  Bueno coche,  viaje, comida, arena, apartamento y… ¿Qué me decís de las hermosas conversaciones veraniegas? No me diréis que no tienen su encanto y, siempre, los lugares comunes que tan bien domina la fámula.

El tiempo, por ejemplo. Haga el tiempo que haga, en el mediterráneo salvo un día al mes, hace sol y calor. Mucho sol y mucho calor. Hace años de sol y calor. Pues bien, hay que hablar del tiempo del que hará mañana al tiempo que todo el mundo mira el horizonte, se señala con dudas esa nubecilla veraniega sobre la iglesia y que avanza a trompicones, se comenta el halo sobre la luna y siempre se señala el temor al día malo y el no poder ir a la playa. No se acaba ahí la cosa, al día siguiente, con los bikinis puestos, bajo la sombra de la sombrilla, a hablar del tiempo que hace y que hará y el “menos mal” que buen día hace hoy. Tiempo por las tardes, tiempo por las mañanas, tiempo en la hora de comer. Fuente inagotable de charlas y comentarios a cual más ridículo.

Cuando no es del tiempo pues hay que hablar de las enfermedades, dolores y, los que los tenemos, de los críos. Estos están jugando como toros saltando olas en la orilla de la playa, haciendo castillos  de arena que se desmoronan a la primera o subiendo por las pirámides de las cuerdas que alguien del ayuntamiento tuvo la ocurrencia de ponerlas para la famosa comisión….pero se habla largo y tendido de la tos ferina, de la duración del parto y el número de los puntos que le pusieron en cada ocasión, de la menopausia futura y de cómo hay que prepararse, de las varices peligrosas y los remedios mágicos, de la inflamación del útero .

Los hombres, llegando a estos extremos, por pudor o asco o miedo escénico, quien sabe, se dedican a lo suyo, a comentar lo buenas que están las  cervezas y sus pinchitos, el futbol y sus respectivos equipos y el que harán después por la tarde (todas, todas las tardes se encuentran en el mismo paseo, a la misma hora, para hacer el mismo recorrido que termina en el chiringuito donde cenan un poco tarde). De vez en cuando y es toda un proeza salta algún chiste viejo (¿Sabes en que se parecen un buena paella y una mamada?.... ¡las mejore son siempre fuera de casa!…. ¡Ja, Ja, Ja…!)o algún chiste, son peligroso por aquello de lo políticamente correcto, de los llamados regionales (Sabéis aquel del bilbaíno que entro en una librería y pidió un mapamundi de Bilbao..jajajaja..Sabéis en que se diferencia Dios de un gallego: En que Dios está en todas partes y el gallego ya ha estado…ja jajaj…. Sabéis aquel del andaluz acodado en la barra del bar que le dice al compadre: Pepe no siguas bebiendo que te estás volviendo borroso…jajajaja….)

Y se vuelve a las comidas y el intercambio de recetas que nadie apunta, no hay donde, no hay ni ganas, son todas autenticas tonterías de trucos secretos a voces. Y los hombres, ya escabullidos de parejas y niños, hablan de restaurantes y de las ocasiones no perdidas, la sueca por ejemplo, siempre hay una sueca que esta como un tren y te que deja como un  trapo de cocina sucio (nadie se explica el donde o el cómo pues siempre están juntos y, cuando no, son las duchas  de los críos, la compra, los avatares del día a día, pero la sueca que no falte en ninguna conversación de hombretones en la playa)….

¡Y el hablar de los michelines! Como se analizan una a otra de forma sonriente mientras se despellejan mutuamente. ¿Cuántas amistades de toda la vida han sido rotas por un comentario de una lorza a destiempo?...o comparando los colores del moreno de los críos primero y de ellas mismas después. Y se cuentan el secreto de la alcachofa, o el de las kilos de zanahorias que se han comido ante por aquello de los carotenos. O los tomates que es lo mejor para el sol. O la dieta milagrosa del tofú que cada tres años vuelve a las ondas. Se medio esconde el tratamiento de diez masajes a  precio de órdago  antes de ir a la playa; tratamiento que sirvió, realmente, para engordar un par de kilos, por aquello de la confianza da asco y, claro, se pica un poco más de la cuenta. Se esconde el segundo tratamiento, casero, como no, de ese producto milagros que es “4, 3, 2, 1” y que no funciono salvo para ir, cuando una menos se lo espera a la servicio creando situaciones más bien delicadas o vergonzantes. Se esconde el tratamiento drástico de las marcas buenas a última hora, un pastón oigan,  y que prometen reducir en 2 centímetro en un  mes (mentira, más bien se gana porque se come algo mas, ya lo repetimos por si las moscas). Se esconde que la última semana a base de lechuga para desayunar, comer y cenar y… ¡aun así!

Y los comentarios sobre las arrugas…y el año que ha pasado y los disgusto y las posibles o reales operaciones que se han hecho o que se quieren hacer, si pueden, claro. Al tiempo se observa un creciendo de la socarronería en estos temas, son pequeñas puyadas que se tiran unas a otras, sobre todo, de las mayores y más baqueteadas y mas ruines a las más jóvenes e inocentes y sencillas. Los hombres ya lejos aprovechan para tomas la primera cervecita, ¡qué buena!,  rubia, con su pinchito, y con las gafas de sol bien caladas, a mirar tetas y culos de las más jóvenes que se solacen con disciplencia y falta de pudor (con las gafas reflectantes piensan que nadie sabe donde miran o a quien miran y solo dan vergüenza ajena y comentarios de crápulas para abajo).