Comer una luna.
Es de noche, ya has cenado de forma sustanciosa. Estas bien,
cómoda, feliz.
El niño juega con canciones de otro mundo al tiempo que hace
gestos que son más un baile que otra cosa. Son manos que se mueven al ritmo
escondido en el centro del mundo con los brillos de volcanes en sus ojos
azules.
La luz artificial esconde arrugas en los rostros.
El niño se habla y se responde; se cuenta chistes vagos y se
ríe de sí mismo al tiempo que me mira, a mí, su madre….
Carita de luna llena, pálida como la perfección de la
crisálida y el renacer tras la noche.
Se abre la ventana. La luna oronda y plena. Creando mundos
ilusorios.
El niño juega con la luna que se pierde entre sus regordetes
dedos llenos de celulitis infantil.
Luna plena y huidiza. Apetitosa, casi de queso, añorados por
las hueste de hambrientos ratones de ciudad.
Me la ofrece estirando sus brazos con una amplia sonrisa. Se
la quito rápido. Le rio. Me como la luna ante su atónita mirada. Sabores de sal
y de mar. La luna me sabe a ambientes de sirenas y añoranzas del hogar lejano.
Canciones viejas.
El niño, mi hijo, sonríe y trata de coger esa luna de mi
boca. Sus deditos exploran mis labios, que le acerco, de forma afanosa y juguetona. Desiste. Se vuelve
y coge una estrella de los cielos. Cuatro puntas, no tilila.
Me da su estrella de la suerte con una gran sonrisa de
bonachón o faquir o santurrón que va al baño ritual.
La cojo en mis manos y me la como también. Es mar y sal, es
queso azul, es pan recién hecho. Me gusta.
El niño, mi niño por siempre jamás, juega con el triangulo de
la vida con el ojo de Dios dentro. Juega a ser un dios menor que juega a algo
más creando mundos virtuales, ideando nuevas formas de paz y de amor como si
este no fuera más que el perímetro de una pirámide invertida.
El triangulo se cae al suelo de la habitación de mármol y
plata, se rompe en otros dos triángulos casi iguales. El Ying y el Yang. El día
y la noche. El bien y el mal acoplados en un juego de siglos por un niño
pequeño y juguetón. Los recojo con mimo y los devoro como Saturno devoro a su
prole.
El universo se está integrando en mi estomago, refundiendo y
renaciendo, algo así con un bing bang casero. Pero algo falta, algún
ingrediente secreto. No sé que puede ser. Lo busco y rebusco, le hago
cosquillas y se ríe con risotadas estentóreas. Encuentro lo que falta, está
entre los pies de mi fiera….
Es necesario el azar, la casualidad dentro y fuera de la
entropía para que todo no se vaya cuesta abajo y que mejor que el trébol de
cuatro hojas. El niño, mi niño, llora por el trébol que está en mi mano rumbo a
mis labios. No quiere que me lo coma…el bote de galletitas ya esta vacio y el
quiere conservar la ultima…
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