Monday, February 18, 2013

Mara y la excursion escolar a Segovia.

Mara de excursion a Segovia.

Ya cerca de final de curso (hace ya unos cuantos años), a finales del mes de mayo, toda la clase de Mara (6º de primaria) fue de excursión a Segovia. Fue una visita de un día, lo que fue queja general. ¡Un solo día!

La noche anterior al día del viaje Mara casi no durmió y, ese mañana, como todos sus compañeros, ya estaba tan cansada como nerviosa antes de empezar.

A pie del autobús, controlando todo, don Pedro, profesor de la clase y doña Rosa, jefa de estudios y tutora. Allí, antes de subir, contaron a todos los niños, uno a uno, les dieron una bolsa con bocadillos y bebida. Y a comenzar el viaje.

Risas, peleas, canciones durante todo un viaje de escasamente una hora.

Bajados del autobús, en la amplia explanada de aparcamiento, fueron directamente al acueducto romano, al lado del cual se hicieron un montón de fotos a cual tan original como, jugando con la perspectiva, sentados en el, abrazando a la virgen, empujandolo, etc.

Breves comentarios de don Pedro explicando la historia del acueducto, su funcion, los años y trabajos de restauración y conservación, que ningun niño atendio:"El Acueducto tiene un total de 166 arcos, son de piedra granítica y están constituidos por sillares unidos sin ningún tipo de argamasa mediante un ingenioso equilibrio de fuerzas........................".

E iniciaron el paseo pasando por Candido, El duque, la Casa de los Picos, la puerta de San Andres, hasta llegar a la Plaza Mayor y a su lado la Catedral, la bien llamada "Dama de las catedrales", en el punto mas alto de la ciudad, donde entraron con alguna que otra queja. En el interior se asombraron del retablo mayor, esculpido en mármoles, jaspes y bronce conteniendo la confortante imagen gótica de Nuestra Señora de la Paz. Pasaron al Museo Catedralicio, donde encontraron magníficas obras de arte: piezas de platería, tapices, documentos, ropa eclesial, etc.

Visitaron a continuacion la IGLESIA DE LA TRINIDAD, SAN NICOLÁS y SAN ANDRÉS en la plaza de la Merced, en un rincon delicioso y verde.

Bajando, mas tarde, por una callejuela, donde Mara se compro la reproducción del acueducto por 1,80 euros en una tienda de articulos tipicos llegaron al Alcázar donde admiraron el tremendo foso, subieron la torre (158 escalones contados uno a uno) y, saliendo, recuento y...... ¡Falta uno!
El caos y el delirio. En esto, se oyen gritos desde lo alto de las murrallas del alcázar diciendo que se había perdido, por donde bajar, que le ayudasen, socorro; Daniel, tal era su nombre, nervioso como nunca, gritando y buscando ayuda para bajar y reunirse con sus compañeros. ¡Como se puso Don Pedro!

Allí mismo, ya reunidos todos, con Daniel reincorporado tras la monumental bronca de don Pedro, abrieron la bolsa y a comer los bocatas y beber los brick de zumo que contenía.

Terminado el almuerzo y tras un rato de asueto, mas bien de peleas, juegos y risas, empezaron el regreso al autobus por el barrio de las Canonjias, lleno de estrechas y sombreadas calles y pendientes pronunciadas, pasaron por un hermoso mirador, más cansados que nunca, arrastrando los pies. Mara, especialmente cansada, se fue quedando un poco rezagada. Se sentía laxa, cansadísima, extenuada. Veia como sus compañeros se le adelantaban y los perdia de vista. Casi no se sentía andar. Oía, a lo muy lejos, la voz del profesor hablando del barrio judío de estrechas calles y sombra eterna. En una de esas calles vio un grupo de hombres extrañamente vestidos de negro con un libro en la mano y cantando algo que no podía entender; la mayoría con coletas que le caían por los hombros y, todos, con un aire ausente al mundo. Llenaban la callejuela e iban moviéndose acompasadamente al ritmo de la canción, oscilando levemente de atrás hacia adelante, una y otra vez, una y otra vez. Mara se metió entre ellos un poco sorprendida, como sintiendo una llamada. Era tanta la gente que tenia problemas para avanzar, tratando inutilmente de no tocar a ninguna de aquellas personas. Según avanzaba cada vez había más y más y más gente. Todos vestían de negro, todos con el libro, la canción y esa oscilación grave y rítmica, todos con un pequeño gorro en la coronilla y las coletas que se les posaban en los hombros. La canción la llevaba a buscar algo desconocido, con un poco del miedo que se le iba insinuando en el pecho. Cada vez le costaba mas avanzar, los hombres iban ocupando toda la calle y esta parecía no tener fin.

Al cabo de un rato de esquivarlos se encontró con una puerta velada por una gasa negra y una viejecita con miles de arrugas sentada bajo el dintel. Era pequeña y encogida como una pasa de agosto, e iba guiando la canción con su voz un poca mas alta que el resto de la gente de la calle. Sus cuencas estaban vacías. Olía a la flor del cerezo al comienzo del verano, olía a su abuela lejos en las tierras gallega, olía queso.

Entendió, de pronto, que aquello era un entierro. Alguien había muerto, alguien de aquella casa, alguien de la familia de la vieja. Quiso abrazar a la vieja, consolarla, pero algo se lo impidió. Quiso sentir lastima y pena pero solo sintió un vació extraño en su pecho.

La vieja alzo su rostro hacia Mara, triste con sus cuencas vacías, sin dejar de cantar una historia lejana y perdida. La miro sin ver. La sonrió sin sonreir. Como si solo oliera una brisa conocida.
Levanto su menuda y arrugada mano derecha y levanto la gasa de la puerta; una invitación a pasar.
Mara pasó. Dentro reinaba la oscuridad. No había nadie. Era una estancia amplia, vacía de todo adorno con solo un ataúd blanco en el centro de la misma y siete velas blancas rodeándolo, alumbrándolo con una luz cambiante. Allí dentro no se oía nada.

Mara se acerco curiosa al féretro. Una niña yacía en su interior, vestida toda de blanco, una moneda de oro sobre cada ojo, unas camelias blancas, purísimas, en sus manos entrelazadas sobre su pecho, labios cerrados con una media sonrisa, su pelo suelto se desparramaba sobre una almohada llenando todo de un marrón rojizo brillante y, sobre el, una orquídea blanca bellísima.

Comprendió, de pronto, que esa niña era ella, que estaba en esa habitación, muerta, cuando sintió la mano de la vieja en su hombre y le decía:-Despierta Mara, ya hemos llegado a la escuela. ¡Vaya sueñecito que te has echado en el autobús!, ¡Hasta has roncado un poco!

Mara abrió los ojos, sorprendida, descolocada, viéndose rodeada de sus compañeros llenos de risa medio disimulada y a don Pedro al lado de ella y su mano en el hombro sacudiéndola.

No comments: