En nuestro banco del parque, sobre la loma desde la que divisamos el pequeño riachuelo, y contemplamos los árboles, aves, insectos y un camino que nos transporta, atisbamos, en el suelo, una pequeñas raíces que, desorientadas afloran sin querer.
En el mundo oscuro, subterráneo, para nosotros, existen
seres llenos paz y plenitud. Casi desconocidos bucean debajo de nuestros pies,
llenos de vida y energía, dando vida y energía
al cuerpo vivo que les sostiene y que sostienen.
Las raíces de los árboles no saben de poesía. Solo saben de búsquedas
y de derrotas. Búsqueda del agua necesaria y de los nutrientes que le demanda
el árbol al que pertenece.
No sabe del sol, ni de la luz, ni de la brisa cantarina, ni
los ríos lejanos como sierpes de plata, ni de los perros aulladores que orinan
sobre el tronco marcando el territorio. No sabe de los excursionistas que miden
el grosor del árbol, ni de las palabras del guía indicando las características
del mismo. No sabe de que, por muy poco, en el último verano estuvo a punto de
morir por el fuego.
Tiene su misión y en silencio huele las vetas de agua, bucea
en la tierra lanzando sus tentáculos lentamente, abriendo agujeros y colándose
como una serpiente para logra su objetivo que es vivir, hacer crecer y
perpetuarse. Sabe como huir de las afloraciones rocosas, esquivarlas, rodearlas
en un arte de años como el toreo más clásico o incrustándose entre ellas, las
rompe y avanza silencioso por las grietas que se producen . Y así avanza hacia
abajo, a la derecha, a la izquierda, con la obligación, pero sin saber quien o
que la obliga.
Y esa vida de búsquedas y encuentros, de fracasos y
reacciones… también es zen.
No comments:
Post a Comment