Esta el pequeño colibrí que besa y liba las flores, en un
volar errático de flor en flor en los jardines ya florecidos, no sabiendo que
esta haciendo el amor con ellas en un engaño que dura ya cientos de años.
Amor puro y dulce y extraño. Amor de un ave y una flor, o de
dos flores de bellas que son. En un equilibrio prodigioso, casi volando en un
éxtasis natural y bello con sus alas casi invisibles de rápidas o cuando recula
en el aire hacia atrás para buscar otra
flor en una maniobra de amor imposible.
Las flores le
conocen, le guardan su más oloroso y sabroso néctar, y se abren brillantes al
día para el pequeño pájaro saludando a la aurora y recogiendo el rocío de la
mañana. Las flores aman al dulce colibrí, florecen y viven gracias al pequeño
pájaro puntual siempre en la mañana.
Todas las primaveras
aparecen como arte de magia bañándose en las fuentes del jardín sombrío,
aceptando la invitación de un plato de agua dulcemente azucarada de la que
beben de forma dulce y delicada. Se detienen en el aire con el casi
imperceptible movimiento de las alas al tiempo que mete su pico en una flor
escogida para libar su néctar, como una droga de la que no puede prescindir, y,
mas tarde, en un parpadeo, como un rayo de luz, vuela hacia otra flor.
Sus plumas, leves, conjuran al amor. Las mujeres sabias,
lejanas, se ponen sus plumas para la felicidad del amor y saben que no hay otra
medicina para abrir el corazón del hombre.
Y es energía brillante en sus vuelos rápidos, energía pura,
espiritual. Y no acepta jaulas doradas, se moriría de tristeza.
Son recuerdos de otras historias lejanas, religiones de las
que son parte de la felicidad a alcanzar, de las que los danzantes son
gigantescos colibríes de largos picos libando, simbólicamente, de las
flores-mujeres en una epopeya de la naturaleza y el odio a los seres blancos
que van destruyendo la naturaleza a su paso… y eso, el pájaro/flor y las
flores/mujeres, es zen.
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