Tuesday, August 14, 2018

El rio de siempre.


El río de siempre que siempre esta cambiando, nunca es el mismo, nunca vemos sus mismas aguas, rumbo a morir al mar porque siempre esta muriendo. 

Llega con su canción, aunque nadie le entiende desde los tiempos de los antiguos elfos; el canta a la vida de sus aguas, de las plantas de sus riberas, de los campos de cultivo a los que da la vida, de los millones de pequeños animales que viven con el. 

Su voz es alegre como el tintineo de miles de pequeñas campanillas y su ritmo es el de violines escarchados tocados por bellas luciérnagas.

Va jugando con el  murmullo de la brisa en las hojas de los árboles, en el croar de las ranas, en la llamada de los grillos y absorbiendo el trino amoroso de los pájaros. 

En su marcha al mar se llena de brillos, titilan como si las estrellas nocturnas bajasen a sus aguas y se metiesen en su risa.

Llega y se va bordeando lomas, pequeñas montañas, acaricia viejos puentes, mueve los ya en desuso molinos de agua, se emociona con los jóvenes remeros en los remansos con los que compite en velocidad (siempre les deja ganar).

Hermosa sierpe de plata, juega con los mosquitos, saluda a los colibríes de patas blancas, se deja patinar por las elegantes libélulas y se zambulle en los rápidos, donde, ha tiempo, supero en fuerza y constancia a las montañas y, el río, mi río, nuestro río, que también es zen, es como el triste y desolado Prometeo, (el del hígado comido día tras día por el águila), en el infierno de un presente continúo.

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