Tuesday, August 07, 2018

La cigueña blanca...


Desde el banco del jardín, con dulces gusanos bajo la tierra que pisamos, contemplamos a las gaviotas que con su extraordinario sonido y bello vuelo buscan alimento por las llanuras castellanas.

Nace el ave en su nido de plumas y paja, apenas un trocito de carne famélica que clama por la comida diaria. Su futuro incierto se reviste de bellas galas, hermosura en las plumas que cubrirán su cuerpo y el vuelo prodigioso sobre los cielos nítidos y azulados.

Son como flores de plumas del cielo en una danza al compás de aires y calores. Son un ramillete de mil colores con alas en búsquedas incansables de armonía o muerte.

Corta los cielos salmantinos con velocidad abandonando el nido con sus polluelos que claman por su calor y alimento; no le falta la piedad por el nido en calma, es la angustia del hambre suyo y el presentido de los demás.

Gira incesante buscando las corrientes ascendentes de aire para “ciclear”, coger altura,  para volver a bajar y desplazarse sin gasto de energía con un vuelo de planeo pausado y elegante, al ritmo de una endecha campesina en su “crotoreo” como saludo a la pareja en el nido mientras, las mujeres de la zona preparando la comida, “machacan el ajo” a su compás. Porque no saben cantar, solo un golpear de picos en un ruido sonoro y trepidante que te alegran el alma porque, ese mismo sonido, hace que sepas que están ahí, que siguen ahí, que, aun no se han ido y con ellas el buen tiempo. Y con ese sonido te adormeces en el banco rojo del parque dejando la novela a un lado.

Con su vuelo elegante parece que toca el cielo con sus alas y, como no quiere bajar, hace sus nidos, prodigio de arquitectura, en lo más alto o sagrado que encuentra y del que nunca se desprenderán hasta su muerte.

Es el rito amoroso de las dos, palo a palo, paja a paja, en común, con los dos picos que lo posan suavemente en el nido tras un breve juego de sitio y altura.

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