Tuesday, August 29, 2017

Problemas en la playa. Capitulo 7.4.




7. 4.- Pocas cosas hay tan bellas como un niño dormido. Las hay, claro, por ejemplo, ver dos niños dormidos. Pocas veces se hace tan  intensa esa ternura como en un viaje en coche cuando así te dejan en paz, hay armonía, suenan músicas celestiales, no se oyen gritos ni peleas, los ángeles viajan contigo haciendo sonar campanillas. Los ves así  y te  sientes en la gloria conduciendo, y viéndolos por el espejo retrovisor, casi te saltan las lágrimas del cariño que les profesas a pesar de todo.

Avanzas rápido, con prudencia siempre, pues el freno de mano está instalado en el puesto de copiloto y no pasa ni una. Las cabezas, de los críos, observas, se bambolean con las curvas, dulcemente, pero siguen dormidos que es lo realmente importante. Los cinturones de seguridad los sostienen bien y las orejeras de los asientos limitan un tanto esa oscilación de las cervicales (pobres y dolientes si fueran las mías).

Pero todo tiene un límite, a un minuto de gloria y paz y felicidad, el desastre premonitorio, (es la conocida tempestad que precede a la calma… ¿o es al revés?), le seguirán  horas de sufrimiento. A la, por una vez siniestra y siguiendo a Murphy,  voz del copiloto que te dice, rompiendo el hielo: “Qué bien ahora que se han dormido, ¿verdad?” Y, claro, antes de que puedas mandarla callar o chistarle que hable muy bajito y que no se enteren, pues entre el movimiento de cabeza, la dormidera y la bebida  anterior y el bollo con pocas ganas y la mala leche de bastante tiempo y todo eso mezclado con la frase anterior pues, como no, movimiento compulsivo, las primeras arcadas del pobre Javi y, sin tiempo a reaccionar, el copiloto es rápido pero no tanto, la primera vomitona cae sobre sus propios pantalones y camiseta. Súbitamente, con la vomitona, se llena el coche de un tufo apestoso como a queso azul, a vómitos, mitad leche agria, mitad mierda, mitad acido de aliens supurante, azufres de diablo maligno y retorcido con diarrea.

Javi, el pobre no se despierta del todo, se queda hecho polvo y nos mira con ojitos de cordero degollado como diciendo yo no he sido, no sé qué ha pasado. Se le nota un poco de miedo en la cara, expresión que pocas veces se le aparece cuando un nuevo retorcijón le hace vomitar y expulsar lo poco que le quedaba dentro. Tras unos segundos un nuevo retorcijón le hace vomitar apenas un poco de bilis. Le duele. La mujer ni corta ni perezosa medio se saca el cinturón, se gira de forma inverosímil y se pone a limpiar al crio, primero la cara después trata de recoger todo el vomito posible al tiempo  que me dice que pare como sea, donde sea…al tiempo prepara otra bolsa por si vienen otras arcadas.

Aparco el coche en el primer hueco grande que hay a mi derecha, una explanada amplia y con aparcamiento, gracias a Dios. La suerte. Murphy al garete por una vez, menos mal, no debería acertar siempre.

Lo primero que hacemos es que abrimos todas las puertas y ventanas y ni con esas se quita el olor de nuestras fosas nasales. Ese olor infecto, ya cómodamente instalado en la tapicería del coche y  en nuestra pituitaria sobre todo, no nos dejara en días, semanas, en meses, en años, todo olerá a vomito, todo sabrá a vomito, y yo soñare hasta con los mismísimos vómitos y el olor que conlleva.

Mara se despierta ante la brusca parada del coche y el mal olor y se queda estupefacta viendo a su hermano hecho unos zorros e inundando de esa masa grumosa. Se aparta todo lo que puede que es lo que le da el cinturón de seguridad a movimientos pequeñitos del culo. Mi mujer, el copiloto y freno de mano siempre, se pone a limpiar al crio. Todo un proceso misterioso y de ingeniería espacial para quitar al crio la ropa,  limpiar todo lo que puede con los pañuelitos húmedos y refrescantes, recoger los restos, echar colonia (es lo peor que se puede hacer, nunca lo hagáis, la mezcla de vomito y colonia es espantosa pero….) tratando de forma harto difícil de no manchar o extender mas el desaguisado. Toda la ropa a una bolsa de plástico con la marca de El Corte Ingles. Todos los pañuelitos a otra bolsa con la misma marca comercial, al menos le damos buen uso, reciclamos. Ni míster fantástico seria capaz de hacer las contorsiones y movimientos precisos que va realizando, parece magia, es magia, es una madre ante una emergencia.

Mara con su característico, de niña cursi, que se le va hacer, “¡que aaaasssscooooo!”, frunce el ceño con esa mueca graciosa y repipi tan suya, se tapa la nariz y, con la primera contracción de estomago,  abre los ojos de forma desmesurada y se aguanta. Pero poco dura su aguante, a la segunda arcada que le viene empieza a vomitar también. Ella no se mancha, no, nunca, infaliblemente se echa hacia delante, no sé cómo pues esta con los cinturones de seguridad, se lleva las dos manos al estomago y todo el chorretón de comida descompuesta hace una parábola casi perfecta que superando el respaldo del asiento delantero, el mío,  cae en toda mi espalda. Noto una cosa pegajosa, húmeda, caliente, asquerosa, chorreante, grumosa, caldosa, me siento fatal, asquerosamente fatal. Voy notando como se introduce entre el cuello de mi camisa y mi cogote y se va resbalando, es caliente, es cálido, por mi espalda rumbo a mi cintura. Me separo rápidamente del respaldo, es preferible que me manche yo pues tiene un pase pero minimicemos el daño a la tapicería. La miro alucinado, casi con odio visceral, casi pensando que lo ha hecho a propósito, que ha sido alguna venganza por el pecado de ser su padre,  pero ante sus ojitos asustados y sorprendidos, con sus manitas en forma de puños tapándose la boca como si con ello consiguiera que no saliera nada mas,  no digo nada, me muerdo la lengua y salgo del coche para poder quitarme bien la camisa chorreante antes de que se me meta por el pantalón (ya sería el colmo), sacar a la niña de su asiento, limpiarle la boca y que respiremos aire fresco. Mi estomago protesta, le hago callar ante la urgencia. Pero jamás olvidare esa sensación del vomito espalda abajo, jamás, una pesadilla recurrente con los ojos grande y de colores cambiante de Mara, bella al tiempo con esa palidez espectral que le da estar mala y mareada.

La mujer termina por sacar a Javi en calzoncillos y chanclas y, no se ha enterado todavía de todo lo que me pasa, me mira como diciendo que hago yo así. Lo comprende deprisa y rápido cuando ve la camisa en el suelo y llena de grumos y mojada. Si algo pasa con Mara me toca a mí, siempre yo, siempre mi sino. Se echa a reír a carcajada limpia. Me contagia. Allí, en medio de nada, los dos, cada uno con uno de nuestro mareados hijos y yo sin camisa y asqueado de los olores.

Me pasa una toallitas por la espalda, me frota con la colonia de frasco que siempre lleva. Es peor la mezcla de olores pero que se le va hacer, no voy a protestar encima.

El coche con las cuatro puertas abiertas, ventilándose, oreándose, aireándose, tentación de ladrones, vacio de mente y esperanzas….sabemos que el olor no se irá en meses, hasta la siguiente, y eso a pesar de colonias, de perfumadores y de ambientadores que la mujer ira probando de forma inútil y esperanzada; nada quitara ese olor que se hace peor con cada nuevo intento pues esa mezcla de olor nauseabundo mezclado con los miles de olores… ¡buenos!... es todavía peor que peor. Queda un tufo indefinible que retrotrae a pocilgas, ciénagas, cuadras mal cuidadas, pescaderías no muy limpias y de pescado de otros lares y tiempos pasados…

Me da al crio y ropa de la maleta y cogiendo aire puro se mete en el coche para terminar de limpiar lo imposible. Un coche de la policía de carreteras se para y nos  pregunta si necesitamos algo. Le decimos que no y le agradecemos su interés. Buena gente salvo los de las multas pero eso es otro cantar que tiene que ver con otros departamentos más políticos que otra cosa.

Mientras tanto visto como puedo al pobre de Javi, camiseta, pantalón, calcetines, le dejo las chanclas para que este mas cómodo, se deja hacer, esta sin fuerzas, sin ánimo, sin ganas de nada, ni de bromear, ni de meterse conmigo….Mara conmigo no dice ni mu, la pobre intenta incluso echar una mano con su hermano y, de forma harto tierna y sorprendente, le hace una caricia en la cabeza.

Las bolsas con los restos a la papelera. La de la ropa la metemos dentro de otra y  otra más y bien atada al interior del maletero. Ya la lavaremos en otro momento.

¡Y eso que era un viajecito de solo dos horas y media para ver a los abuelos, parada intermedia incluida!

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