Sunday, August 27, 2017

Problemas en la playa. Capitulo 7.3


7. 3.- “¡¡¡¡Callaros ya!!!!” Digo yo en un tono más alto delo que debía y en el  momento menos oportuno. Para compensar, el silencio que se hace es sepulcral y la mirada que me dirige la mujer es de las que te quitan el hipo. Ya lo sé, si soy peor que ellos, la bronca la empieza el que quiere, no el que puede. Pero el recuerdo de ese sabio rey que fue Herodes viene a mi cabeza y le riño por no haber realizado bien todo su trabajo.

“¿Jugamos al veo, veo?”- digo tratando de arreglar lo que no se puede solucionar, tras un largo suspiro y haber contado hasta diez. Parece una tontería, es una gilipollez pero a mí me funciona para calmarme un poco.

“Es muy aburrido…”-suelta la experta en ese juego que es Mara.

“Es un juego de niñas. Yo a eso no juego ni loco”- dice Javi, que siempre pierde con su hermana.

“Y si jugamos al conductor: hombre, mujer”- les dice mi mujer, un juego que inventamos sobre la marcha una vez no muy lejana de camino, Dios nos cogiera confesados, hacia Peñiscola, mil kilómetros en ese plan.

“No, yo quiero dormir y no me dejáis con tanta cháchara”-salta Mara cruzándose de brazos, bajando la cabeza y frunciendo el ceño; la pose de siempre que esta enfurruñada o hace que lo está.

“Yo quiero parar”-salta Javi-“Nunca llegamos. Me aburro”

“Bueno, ¡¡¡vamos a comer puentes!!!! Pero recordar los rojos no, que están podridos, nos podemos comer cualquier puente menos los rojos y a ver  a que nos sabe…”-les digo con un suspiro de resignación- “Vamos a buscar el primero”

“Pues yo no tengo hambre… ¡quiero parar!”-suelta Javi medio enfurruñado.

Me dan ganas de soltar el volante y darle una colleja pero sé que no puedo.

“¿Falta mucho?”-Mara al ataque  de mis nervios, toquecito al hombro incluido, que se salvan cuando veo la salida de siempre a la estación de servicio de siempre, con cafetería y aseos en la que paramos siempre. Me pongo a la derecha, desacelero y cojo el desvió.

“¿Por qué paramos? Vamos a perder mucho tiempo. Yo no quiero bajar, quiero llegar de una vez. Y no tengo ni sed ni hambre”-Javi al ataque……las collejas que se merecía y no se le deben dar…las ganas no me faltan pero está el volante, el que debo mirar para delante y el freno/mujer al lado que si no…interiormente algo me va reconcomiendo y alterando y vuelvo a contar hasta diez…

La batalla sigue en el interior. Saben lo que pueden pedir y lo que no y, como lo saben, pues quieren todo lo prohibido como las bebidas gaseosas y, además,  no quieren comer nada, tampoco quieren hacer la visita a los aseos pues, según ellos, “Ya no tienen pipi, están vacios, ya lo hicieron por el camino”, así bien alto para que los escuchen hasta en cien kilómetros a la redonda. Todos los de la cafetería por supuesto se enteraron y las risitas florecieron  mientras otros chiquillos cuchicheaban y los señalaban de forma acusadora y cómplice, al tiempo que se solidarizaban con ellos.

Yo con mi café y trozo de bizcocho sabroso y mantecoso, típico de la zona, suspiro y me resigno y trato de aislarme todo lo que puedo. Pero no me dejan. La mujer me mete en la discusión de lo que pueden beber y lo que no, lo que pueden comer y lo que no y, sobre todo, en que algo ligero deben comer. Las voces van subiendo a alturas que solo consiguen los grandes cantantes de ópera. Mara, ya en el colmo de los colmos, se pone en jarras y, con gesto de fiera salvaje, se enfrenta a la madre de forma despótica  y faltándole un poco, casi nada, para la bofetada salvadora; pero no pegamos los niños, no, hay que aguantar y ser razonables, hacer que sean razonables, son el futuro y todas esas zandajas, bla, bla, bla.

Javi se empeña en su coca cola, solo dice eso. Mara quiere una fanta de naranja o un helado. Ninguno de los dos quiere nada solido. El camarero hace rato que se ha marchado tras servirme a mí y a la mujer con un leve gesto de “que me van a decir ustedes a mí!”.

Les pido, ya ni discuto,  ni los miro, con la voz seria y brusca de estar alcanzando el límite de la paciencia, les pido dos trinas de naranja y dos croissants y me dedico a lo mío, tras un mirada a los dos de esas que echan fuego y que resulta ser mas cómica que otra cosa pues, los dos, al verla, se echan a reír a carcajada delante de mi cara y me señalan con el dedo; lo mío es degustar el café, saborear la coca que se derrite en mi boca y me deja un toque de mantequilla y ligeramente a almendras amargas. Me noto un poco colorado y les echo la culpa. De reojo los veo como se beben sus refrescos y se comen a pedacitos, a miguitas, el bollo. Están haciéndose los enfadados, hasta gruñen un poco cuando su deditos cogen una migaja de bollo y se la llevan a la boca. De vez en cuando miran sonriendo a la madre que ya no les hace ni caso.

Nueva discusión al acabar con el famoso y universal “Ya te dije que no tengo que ir al servicio”, Y nuestra contestación también millones de veces repetida de que hay que hacer la salir sino después habrá que para de nuevo para ello.

¿Solución?, muy fácil. La mujer coge por las orejas, perdón, por la oreja derecha a Mara y yo por la izquierda a Javi y, así, tan amiguitos al servicio, ellos quejándose y yo, la verdad, disfrutando del tirón de orejas que le voy dando. Lo curiosos es que entrando ya en el servicio y con la puerta cerrada todo se vuelve calma y hasta una cierta complicidad entre los dos, nos hacemos un poco más cercanos. El va a su meadero, yo al mío. Hacemos lo que hacemos, nos lavamos las manos, hasta nos sonreímos mutuamente. Me llama papi y todo eso. No secamos, por orden, las manos. Un momento mágico que se rompe de inmediato al abrir la puerta y….empezar a quejarse de la oreja, de que soy un tirano, de que me va a denunciar, que soy un mal padre, que nunca quiso ir de viaje, que todo es un coñazo…Mara, por supuesto está haciéndole lo mismo a su madre en el otro lado del pasillo, justo enfrente de la puerta de su servicio y a pie de la escalera…en fin, al coche que seguiremos con la transformación de unos niños encantadores en los monstruos de Hyde.

Apenas quince minutos de paz y tranquilidad. Al coche de nuevo para hacer la segunda y última etapa. Lleno de  gasolina (con estos precios da miedo y te dejas la cartera temblando si no fuera porque pagas con la visa que sino) antes de incorporarme al tráfico de la autopista y en marcha.

Los veo por el espejo retrovisor central, están medios adormilados, aun no se ha producido la nueva transformación  monstruosa. Sus cabezas se tuercen en un ángulo tremendo hacia el hombro y con las curvas de la carretera oscilan un poco, flácido el cuello;  los parpados semi cerrados y las bocas ligeramente abiertas. Los cinturones de seguridad bien colocados.

Soy feliz viéndolos así (Un refrán antiguo dice que si quieres ver el rostro de Dios, mira el rostro de un niño dormido). Tanto mi mujer como yo  no hablamos, estamos en silencio completo no sea que todo cambie y todo cambia en poco tiempo para mal o peor, que es la manera normal de cambiar las cosas. Lo bueno si breve, dicen, dos veces bueno…pues no, y una mierda en lo de breve….y una mierda lo de los rostros de los críos inocentes y una mierda que el flautista de Hamelin solo sea un cuento….cuando estos están en un coche rumbo a alguna parte y conduce el padre.

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