7. 3.- “¡¡¡¡Callaros ya!!!!” Digo yo en un
tono más alto delo que debía y en el
momento menos oportuno. Para compensar, el silencio que se hace es
sepulcral y la mirada que me dirige la mujer es de las que te quitan el hipo.
Ya lo sé, si soy peor que ellos, la bronca la empieza el que quiere, no el que
puede. Pero el recuerdo de ese sabio rey que fue Herodes viene a mi cabeza y le
riño por no haber realizado bien todo su trabajo.
“¿Jugamos al veo, veo?”- digo tratando
de arreglar lo que no se puede solucionar, tras un largo suspiro y haber
contado hasta diez. Parece una tontería, es una gilipollez pero a mí me
funciona para calmarme un poco.
“Es muy aburrido…”-suelta la experta en
ese juego que es Mara.
“Es un juego de niñas. Yo a eso no juego
ni loco”- dice Javi, que siempre pierde con su hermana.
“Y si jugamos al conductor: hombre,
mujer”- les dice mi mujer, un juego que inventamos sobre la marcha una vez no
muy lejana de camino, Dios nos cogiera confesados, hacia Peñiscola, mil
kilómetros en ese plan.
“No, yo quiero dormir y no me dejáis con
tanta cháchara”-salta Mara cruzándose de brazos, bajando la cabeza y frunciendo
el ceño; la pose de siempre que esta enfurruñada o hace que lo está.
“Yo quiero parar”-salta Javi-“Nunca
llegamos. Me aburro”
“Bueno, ¡¡¡vamos a comer puentes!!!!
Pero recordar los rojos no, que están podridos, nos podemos comer cualquier
puente menos los rojos y a ver a que nos
sabe…”-les digo con un suspiro de resignación- “Vamos a buscar el primero”
“Pues yo no tengo hambre… ¡quiero
parar!”-suelta Javi medio enfurruñado.
Me dan ganas de soltar el volante y
darle una colleja pero sé que no puedo.
“¿Falta mucho?”-Mara al ataque de mis nervios, toquecito al hombro incluido,
que se salvan cuando veo la salida de siempre a la estación de servicio de
siempre, con cafetería y aseos en la que paramos siempre. Me pongo a la
derecha, desacelero y cojo el desvió.
“¿Por qué paramos? Vamos a perder mucho
tiempo. Yo no quiero bajar, quiero llegar de una vez. Y no tengo ni sed ni
hambre”-Javi al ataque……las collejas que se merecía y no se le deben dar…las
ganas no me faltan pero está el volante, el que debo mirar para delante y el
freno/mujer al lado que si no…interiormente algo me va reconcomiendo y
alterando y vuelvo a contar hasta diez…
La batalla sigue en el interior. Saben
lo que pueden pedir y lo que no y, como lo saben, pues quieren todo lo
prohibido como las bebidas gaseosas y, además,
no quieren comer nada, tampoco quieren hacer la visita a los aseos pues,
según ellos, “Ya no tienen pipi, están vacios, ya lo hicieron por el camino”,
así bien alto para que los escuchen hasta en cien kilómetros a la redonda.
Todos los de la cafetería por supuesto se enteraron y las risitas
florecieron mientras otros chiquillos
cuchicheaban y los señalaban de forma acusadora y cómplice, al tiempo que se
solidarizaban con ellos.
Yo con mi café y trozo de bizcocho
sabroso y mantecoso, típico de la zona, suspiro y me resigno y trato de
aislarme todo lo que puedo. Pero no me dejan. La mujer me mete en la discusión
de lo que pueden beber y lo que no, lo que pueden comer y lo que no y, sobre
todo, en que algo ligero deben comer. Las voces van subiendo a alturas que solo
consiguen los grandes cantantes de ópera. Mara, ya en el colmo de los colmos,
se pone en jarras y, con gesto de fiera salvaje, se enfrenta a la madre de
forma despótica y faltándole un poco,
casi nada, para la bofetada salvadora; pero no pegamos los niños, no, hay que
aguantar y ser razonables, hacer que sean razonables, son el futuro y todas
esas zandajas, bla, bla, bla.
Javi se empeña en su coca cola, solo
dice eso. Mara quiere una fanta de naranja o un helado. Ninguno de los dos
quiere nada solido. El camarero hace rato que se ha marchado tras servirme a mí
y a la mujer con un leve gesto de “que me van a decir ustedes a mí!”.
Les pido, ya ni discuto, ni los miro, con la voz seria y brusca de
estar alcanzando el límite de la paciencia, les pido dos trinas de naranja y
dos croissants y me dedico a lo mío, tras un mirada a los dos de esas que echan
fuego y que resulta ser mas cómica que otra cosa pues, los dos, al verla, se
echan a reír a carcajada delante de mi cara y me señalan con el dedo; lo mío es
degustar el café, saborear la coca que se derrite en mi boca y me deja un toque
de mantequilla y ligeramente a almendras amargas. Me noto un poco colorado y
les echo la culpa. De reojo los veo como se beben sus refrescos y se comen a
pedacitos, a miguitas, el bollo. Están haciéndose los enfadados, hasta gruñen
un poco cuando su deditos cogen una migaja de bollo y se la llevan a la boca.
De vez en cuando miran sonriendo a la madre que ya no les hace ni caso.
Nueva discusión al acabar con el famoso
y universal “Ya te dije que no tengo que ir al servicio”, Y nuestra
contestación también millones de veces repetida de que hay que hacer la salir
sino después habrá que para de nuevo para ello.
¿Solución?, muy fácil. La mujer coge por
las orejas, perdón, por la oreja derecha a Mara y yo por la izquierda a Javi y,
así, tan amiguitos al servicio, ellos quejándose y yo, la verdad, disfrutando
del tirón de orejas que le voy dando. Lo curiosos es que entrando ya en el
servicio y con la puerta cerrada todo se vuelve calma y hasta una cierta
complicidad entre los dos, nos hacemos un poco más cercanos. El va a su
meadero, yo al mío. Hacemos lo que hacemos, nos lavamos las manos, hasta nos sonreímos
mutuamente. Me llama papi y todo eso. No secamos, por orden, las manos. Un
momento mágico que se rompe de inmediato al abrir la puerta y….empezar a
quejarse de la oreja, de que soy un tirano, de que me va a denunciar, que soy
un mal padre, que nunca quiso ir de viaje, que todo es un coñazo…Mara, por
supuesto está haciéndole lo mismo a su madre en el otro lado del pasillo, justo
enfrente de la puerta de su servicio y a pie de la escalera…en fin, al coche
que seguiremos con la transformación de unos niños encantadores en los
monstruos de Hyde.
Apenas quince minutos de paz y
tranquilidad. Al coche de nuevo para hacer la segunda y última etapa. Lleno
de gasolina (con estos precios da miedo
y te dejas la cartera temblando si no fuera porque pagas con la visa que sino)
antes de incorporarme al tráfico de la autopista y en marcha.
Los veo por el espejo retrovisor
central, están medios adormilados, aun no se ha producido la nueva
transformación monstruosa. Sus cabezas
se tuercen en un ángulo tremendo hacia el hombro y con las curvas de la
carretera oscilan un poco, flácido el cuello;
los parpados semi cerrados y las bocas ligeramente abiertas. Los
cinturones de seguridad bien colocados.
Soy feliz viéndolos así (Un refrán
antiguo dice que si quieres ver el rostro de Dios, mira el rostro de un niño
dormido). Tanto mi mujer como yo no
hablamos, estamos en silencio completo no sea que todo cambie y todo cambia en
poco tiempo para mal o peor, que es la manera normal de cambiar las cosas. Lo
bueno si breve, dicen, dos veces bueno…pues no, y una mierda en lo de breve….y
una mierda lo de los rostros de los críos inocentes y una mierda que el
flautista de Hamelin solo sea un cuento….cuando estos están en un coche rumbo a
alguna parte y conduce el padre.
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