Thursday, August 17, 2017

Problemas en la playa. Capitulo 4.


IV.- Las (reales) vacaciones y el apartamento de la dimensión desconocida.

¡Aaahhhh! El apartamento. Prometí contar las cuitas que nos acontecen con el apartamento de la playa. Antes debo deciros que soy de costumbre fijas si me dejan, que nunca es el caso; si trabajo con una agencia que funciona medianamente pues todos los años con ellos, salvo que se porten muy mal que, en ese caso, me busco otra. Mi mujer no, es mas hoy con estos, el año que viene con otros, etc…siempre buscando el mejor precio, la mejor calidad, alguna ventaja de última hora, es decir, el desconcierto y a la aventura funesta.

Así, después de más de seis horas de viaje en coche, esa es otra, ya os contare, da para mucho este encanto del numero del cochecito, los niños en el asiento trasero y las autovías llenas, y los bocazas conduciendo y los autobuses abusando,  etc….llegamos a destino. La búsqueda de la oficina de alquiler. La odisea de encontrar la oficina de alquiler de apartamentos de playa. La calle se encuentra, el número no. Después de pasar por el mismo sitio unas cinco veces pues a bajar y preguntar. A la primer una viejecito local nos indica un sótano, bueno, mitad sótano, mitad oficina y mitad taller de coches con una zona de supermercado local. Una chica gorda y afable nos recibe y le decimos que venimos por el apartamento alquilado y aquí, cada año, pasa algo de lo siguiente:

Uno, que no encuentre nuestro nombre ni la reserva tras buscar inútilmente entre media docena de papeles dispersos y que no tienen nada que ver con nosotros. “Hay un problema, -nos dice con voz queda y educada, casi un hilillo de voz por lo que tengo que acercar el oído izquierdo que es con el que oigo mejor. -No tienen reserva confirmada y tenemos todos los apartamentos ocupados”. Le decimos que si tenemos reserva y le muestro la confirmación por internet debidamente impresa. “¡Ahhhhhh!, pues si que la tienen, vaya fallo, un fallo gordo, a ver qué podemos hacer, porque no dan un paseo mientras trato de ver que se puede hacer y les consigo el apartamento en cuestión” al tiempo mira al papel que le presento y nos mira poniendo los ojos en blanco. Le decimos que no, que esperaremos si hay algo donde sentarse. Ella, apartándose un poco,  empieza a llamar por teléfono, cuchicheando como si no la oyéramos, como si no nos enteráramos que está llamando e informando a su jefe primero, a la responsable de los apartamentos después, a las de limpieza mas tarde y a la responsable de llaves por ultimo. Más de una hora y media después nos da las llaves y unas leves indicaciones para llegar a nuestro apartamento por quince días, como si todo hubiese ido como la seda.

Dos que encuentre nuestro nombre y la reserva pero que están limpiándolo, que volvamos, por favor, casi nada, el tiempo de un cafecito,  una hora más tarde. Cosa que, sin remedio, haremos.

Tres, que nos den las llaves a la primera. Nos ofrezcan una tele por una módica cantidad y, ¡alucinante! Un bono gratuito de aparcamiento por el tiempo de nuestra estancia con una sonrisa profiden que me da miedo. El miedo que me da en estas situaciones supera con mucho al que pase viendo “El exorcista”.

Y cuatro, que digan que nos dan un apartamento superior porque el que alquilamos está ocupado por un error de anterior oficinista. ¡Qué miedo!

Todas las oportunidades coinciden en el espacio y el tiempo en que vamos al apartamento en cuestión. Llegamos y entramos, entro yo primero (el burro va delante para que nos se espante) y, claro, hay gente dentro haciendo de las suyas, en cueros y sudando. (Es el famoso síndrome del piso equivocado) Salgo como una exhalación y les digo que esperen y me voy corriendo a la oficina primera, le explico, a la misma chica,  que el apartamento está ocupado por una banda de chicos y chicas  y que no entiendo nada. Primero pone cara de tonta  o de que soy tonto y no me entero. Después me dice si abrí la puerta. Consternado le digo que sí, que abrí la dicha puerta, que entre y vi y me tope con una orgia y, claro, le aclaro, como voy con los niños y la mujer no me pude añadir a la misma.

Abre la boca como no entendiendo nada y vuelva al teléfono a cuchichear y musitar y ¡sí! ¡Sí! ¡Sí!. Viene al poco una mujeruca grande, de las de antes, con un gran manojo de llaves  y se hablan al oído (Cosas al oído cosas de bandidos) (Cosas a la oreja, cosas de viejas). Al rato se me acerca me roba las llaves de la mano con un  tirón,  casi con violencia un tanto contenida y me da otras llaves de otro apartamento, de otro edificio. Solo le faltaba dármelas de otra ciudad de vacaciones.

El siguiente problema es el más simple, vas  a la dirección que te han dicho y abres la puerta, mejor dicho, intentas inútilmente abrir la puerta con las falsas llaves que te han dado y, claro, hay que volver a la oficina, a la misma chica que ya se está cansando de ver tu careto a todas horas,  a recoger las correctas. (El famoso síndrome de las llaves equivocadas). Si, reconozcámoslo, nos cambia las llaves sin reírse en nuestra cara y hasta con una cierta amabilidad, ya hay confianza y amistades así se hacen muchas veces.

La tercera es que tú has pedido (y pagado)  un apartamento con vistas al mar y al castillo y todo lo que ves es una pared de ladrillo desconchada y sucia, sin luz. Con tres habitaciones según prospecto y solo hay dos. (El famoso síndrome de: “es que el salón es el tercer dormitorio con el sofá cama que es muy confortable”). Y, claro, sale el famoso síndrome de la sonrisa estúpida sintiéndome estafado pero sin capacidad de hacer nada.

Con la una o con las otras entráis, mientras suena en la radio lejana el “¡aleluya, aleluya!” que parece de cachondeo, en el apartamento vacio…. ¡y tan vacio! No hay nada, sin ropa de cama, sin toallas,  ni ná de ná, ni cacerolas en la cocina y sin tenedores, ni cuchillos, sin vasos, ná de ná. No encuentras ni esos horrorosos cuadros colgados de las paredes que hasta dan pesadillas. Llamas a la agencia y le explicas todo. Sí, que falta la ropa de uso, el menaje de uso y, casi lo peor, está sucio, muy sucio y “lleno de arena”. Le tienes que jurar que TÚ no te lo has llevado, casi lloras tratando de inspirar una piedad que no tienen. Te prometen que irán unas personas a dejar el apartamento en condiciones y si podéis darles una media hora de margen. Ya, desesperado, le dices que sí, que lo que sea pero que lo hagan de una puta vez. (Tu sicólogo diría: depresión inter-vacacional que se cura con unas dosis de “tranquilmazin” y un periodo no menor de dos meses de trabajo rutinario y de aguantar a tu jefe o a tu suegra. El efecto suele ser el mismo sobre los nervios.”)

No es media hora de espera sino otra hora y media larga tras la cual aparecen la chica de la oficina, (“se estará quedando contigo”-piensas poniendo cara de bobo y cambiándola por otra de Don Juan seductor absurdo), y la otra, la mujerona que te cambio las llaves y, ambas, las dos,  se ponen con su mejor voluntad a limpiar y pertrechar el piso. Ya habían cerrado, la gente en sus casas, no hay nadie en quien confiar, etc.….Tu mujer se pone con ellas a la faena. La ropa la vas tú distribuyendo en sus sitios  haciendo las camas, ¡qué remedio!…

Ya instalados, cenáis y a dormir. Os esperan quince días de playa…..el comienzo va por buen camino, por el buen camino de sorpresa y sorpresa y sorpresa…


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