II.-
¡Hablando de helados!, es la otra anomalía pero tan real, tan real, la he
observado año tras año y nos pasa a todos, varias veces en el día, y a varias personas del entorno. Risible
siempre, pero cruel. Pocas veces nos damos cuenta de ella, la dejamos pasar
como algo inevitable. Nos reímos cuando le pasa al vecino pero, sabemos,
nosotros estamos también condenados a sufrirla.
Te
piden un helado de fresa, así, como si tal cosa, en medio de la mañana. Tu
mujer haciendo ojitos, sudando a mares pues está empeñada en ligar moreno como
sea, todo el tiempo que tiene, tiene prisa, no sabemos porque pero tiene prisa
en ponerse negra como el tizón cuando, sabe, sabemos, todos los años es lo
mismo, es que se quemara la espalda, la cabeza y los muslos y se enrojecerá las
mejillas pero de moreno ná de ná. Lo dicho, tu mujer te pide un helado de fresa
del chiringuito que está a más de quinientos metros. (Si no es tu mujer pues
será alguien de la familia, la novia, el hijo, la hija, el compromiso de unos
invitados en el apartamento, alguien de quien, en suma, no puedes negarle el
capricho).
Lo
del chiringuito es otra historia de terror, ya llegaremos a ella.
Allá
te vas a comprar el dichoso heladito de fresa que tú odias a muerte, te da
alergia pero vas y lo compras. Claro, a la demanda de uno pues todo el grupo te
pide helado a gogo, todos de fresa. Para ti compras un gran helado de
chocolate, el que te gusta. Vuelves relamiéndote de ganas de tu gran helado de
chocolate, con virutillas, también de chocolate negro, dentro, con su galletita
crujiente. Te relames, babeas bajo el sol que abrasa y la arena que te quema
los pies (como siempre te olvidas de la chanclas y te has quemado a la ida
¿Cómo no te vas a quemar a la vuelta?), saboreas el momento de sentarte en la
toalla y comértelo con ganas, despacio y saboreándolo.
¡Claro!
Siempre se cae algún helado en ese camino. La suerte, el azar, un balón
despistado que acierta en tu mano, un disco volador que vuela hacia tu mano, un
empujón sin querer de unos niños jugando a dar empujones a gente con helados en
las manos, una zancadilla del enemigo de todos los años, un traspiés a causa de
pisar de puntillas para evitar quemarte la planta de los pies, un perro que
corre tras una hebra de tela de araña, una cometa que no vuela y ataca a todo
bicho viviente que lleve un helado, un agujero del niñito que juega a romper
tobillos… Y ¿Cual se ha de caer?.... ¡el de chocolate! Por supuestísimo.
Siempre el de chocolate, el tuyo, tus sueños a la arena como la lechera con su
leche por los suelos.
Te
paras y lo ves mezclado con la playa. Te quedas así unos segundos y pensando en
el calor te pones en marcha para entregar los encargos. La gente en tu entorno
te mira y se ríe de forma melancólica recordando el día en que les paso a
ellos. Y deseando que no les vuelva a pasar.
Y
cuando le das el helado a tu mujer te dice que pena, que le apetecía uno de
chocolate. Tú, aunque no se lo crea nadie, no la matas en ese momento. Raro es
matar a alguien en la playa, las ganas no faltan pero no se hace. Solo se sufre
en silencio. Sera el calor que hace, la desidia, el bajón de tensión que se
produce en la playa pero no hay asesinatos en la playa. La violencia domestica
casi no existe solo arena y helados
caídos como en combate.
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