VII.- Y los niños detrás en los Viajes,
viajes….
Las vacaciones se van acabando, ya
quedan pocos días para el regreso y la vuelta a la rutina, a la depresión post
vacacional, las broncas, la cuesta de
septiembre con la ropa y los libros de los niños. Todo lo bueno se acaba pronto
y no vale aquello de lo bueno, si breve, dos veces bueno. ¡Pues no!
Y con esos días se acaba la odisea de la
arena por todos lados, las comidas de verano a cual peor, el apartamento y sus
problemas, las conversaciones sobre el tiempo o recordar los embarazos y sus
complicaciones, las averías del coche que, normalmente, no se producen en el
regreso….todo se acaba pero, claro, aun no hemos hablado de esa extraña
transformación, del tipo de Hyde/Jeckyll, que se produce en nuestros angelitos
cuando los metemos en el coche rumbo a lo que sea. Les ponemos el cinturón de
seguridad y, ¡Zas! Se cambian a unos monstruos sanguinarios capaces de alterar
nuestros pobres nervios, sacarnos de nuestras casillas y provocar los más
terribles pensamientos de muerte y destrucción, creando el famoso síndrome de
Herodes…
1.- Animado metes a la familia en el
coche, los chicos detrás, el seguro anti niños en las puertas (de forma que no
se puedan abrir desde dentro), todos con los cinturones puestos y alegres, casi
cantando, arrancas. El viaje tanto da que sea un compromiso veraniego, de esos
gozosos, pues visitar a tus padres no lo puedes hacer todos los días; o la
huida de la ciudad, rumbo a las promesas de playa y agua y arenas rubias….; o
rumbo a un fin de semana para descansar que buena falta te hace. El destino
final no está demasiado lejos, pero tampoco cerca. Es esa distancia
problemática que se hace entre dos hora y media y cuatro y que se hace
eterna al pensarla y corta en la realidad, solo es un paseo un poco más largo
de la habitual.
Metes las llaves en su sitio, te pones
los guantes de conducir, te santiguas y cuando vas a arrancar, un simple giro
de muñeca en el sentido de las agujas
del reloj, tu niña bonita, muy niña, Mara, grita que tiene “pis”, que tiene que
ir por última vez al servicio, que se mea….tú te quedas petrificado como una
estatua de mármol mientras la mujer, la madre, se quita el cinturón, abre la
puerta, sale, abre la puerta de la cría, le quita el cinturón de seguridad y se
la lleva de vuelta al piso.
Cuando vuelven tu están aun en la misma
posición, entre incrédulo y atónito. Entre asombrado y cabreado. Miras al chico
y este te devuelve la mirada con una leve sonrisa como diciendo “Ya me tocara a
mí, ya me tocara y tu sufrirás”. Miras a la niña ya feliz y contenta,
tarareando por lo bajini.
Arrancas. El sonido del motor te
encanta, una mezcla de ronroneo de gato y la potencia de una manada de caballos
salvajes corriendo libres por las praderas pero, ya lo sabes, hay experiencias
pasadas, llevas un freno de mano en forma de mujer sentada a tu lado que no te
dejara pasar de los cien kilómetros por hora: el peligro está en lo que no se
sabe a lo que llegaría a suceder si no haces caso y, aun mas, con los críos en
los asientos traseros. La responsabilidad del padre y todas esas cosas….
-Papi, ¿cortaste el gas como te dijo
mami? A mí me parece que no.- La voz del angelito rubio que te está mirando con
cariño al tiempo que sonríe aviesamente te deja petrificado en el asiento. Trates
de acordarte si lo hiciste o no, el corazón te resuena como un tambor por todo
el cuerpo ascendiendo hasta las sienes. Tienes dudas y sudor frio que te
recorre como una ola de agua fría. La mujer y copiloto, tu mujer, te mira como
siempre; sonríe y saliendo te dice que va a comprobarlo. Como siempre está
cerrado el gas, apagadas las luces, bien cerradas ventanas y balcones.
El coche se mueve con suavidad, te
separas del arcén y entras en la carretera. Primer semáforo en rojo, como
siempre. Paras. Esperas. Te sobresalta el crio, Javi, con su primer: “¿Cuánto
falta?”.
Frunces el ceño, esperas que conteste tu
mujer que sonríe sabiendo la que nos espera: “Acabamos de salir y sabes que nos
llevara sobre dos horas y media y que pararemos por el camino tranquilamente
así que juega un poco o trata de dormir”- le dice mirando mas en mi dirección
que al niño.
Se pone en verde, me meto en la nacional
que me llevara la autopista. No hay
mucho tráfico, es temprano, y es el tiempo ideal para conducir. No hace frio,
no hace demasiado sol, no hay lluvia o viento, mucho menos la niebla que es
temible por estas zonas costeras. Pocos coches circulan, en general parecen
calcos del nuestro.
Avanzamos despacio, cojo el desvió a la
derecha hacia la autopista y ya voy poniendo el coche a esos ciento diez
permitidos, bueno, que me permiten, no puedo pasar de los ciento veinte pero,
con niños, ya se sabe, con freno de mano al lado, ya se sabe….lo que no sabe la
del al lado es que desde su punto de observación constante su visión de los
cien permitidos es, en realidad, de ciento diez pasados….¡que no se entere de
esa diferencia!.
Todo se acelera, los arboles, los
arcenes, los puentes, los pasos elevados de peatones. Parece que el tiempo, en
cambio, se detiene, pasa lentamente al compas triste del sonido del reloj
electrónico del coche.
“¿Cuándo paramos?”-es la voz de Mara
medio adormilada. No quiere dormirse (antes de salir les hemos dado una
pastilla anti mareo a los dos y eso la adormece un tanto), lucha por estar ojo
avizor y sacarme de los nervios.
“Pronto”-contesta la madre ya nerviosa
por la velocidad y el miedo que le ha cogido al coche al tiempo que estira las
piernas como tratando de frenar el coche como si tuviera en su lugar algo que
pudiera reducir la velocidades. Es el famoso síndrome del freno fantasma. Mira
hacia el frente como si tuviera el volante entre las manos, avisa de cualquier
cosa que ve o que teme a pesar de que yo veo mejor y tengo mejor ángulo de
visión. Ya me avisa de antemano: “No corras, no tenemos prisa y están los
críos, despacio y recuerda las multas y que sacan muchos puntos, así que
despacio” “Cuidado con la curva” “Viene un camión, ten cuidado” “Señal de
máximo 120 kilómetros por hora” “No corras tanto que me da miedo” “Aviso de
curvas peligrosas” “Reduce un poco, por favor”
De nada valdría que le dijera que aun no
me han sacado ningún punto, que la ultima multa fue de hace cinco años y no
estaba de acuerdo con ella…todo es y será inútil ante el miedo irracional y me
callo y despacio, como una tortuga coja y vieja y aburrida, avanzamos por la carretera.
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