Problemas
en la playa.
Aun estamos en verano y ya se me acabaron las vacaciones. Se pueden contar mis múltiples y desagradables y festivas odiseas.
Capitulo I.-
Sitio de múltiples ventajas y, también, de miles de problemas a cual más
desagradable. Deseos y decepciones a miles. En ningún sitio como en ese se dan
las peores condiciones para que las cosas salgan bien, no se vayan de madre.
Antes de nada deciros que soy un ferviente adorador de la playa, no del estar
tumbado a tomar el sol, no, de pasear por la orilla, de meterme en el agua y
estar una o dos horas entre nadar y jugar, o dejarme mecer por las olas
haciendo el muerto, o saltando olas cuando el mar está un poco picado, o
surfear las olas a cuerpo limpio cuando del mar esta intranquilo y las olas
vienen grandes y rompientes.
Antes,
cuando los niños eran pequeños les organizaba auténticos campeonatos atléticos
en la arena, saltos de longitud, altura, destrozar castillos o realizábamos
auténticos mundos subterráneos. Empezaba con los míos (eran dos, son dos) y
terminábamos con diez o doce chavales en una autenticas prueba para
gladiadores, mas ejercicio de que harían en mucho tiempo. Ahora ya no es
posible, estos, los míos, ya no entran al juego, se consideran mayorcitos y no voy a ponerme con los ajenos,
yo un hombretón y solo, se ve mal en estos tiempos.
Pero
siempre es lo mismo. La arena si va es a los ojos. Es el viento unas veces, las
pisadas de la gente que no sabe andar por ella y van dejando un rastro de ojos
cegados otras veces, una pelota de un chiquillo emulando a sus ídolos las más
de la veces, una sacudida de la toalla de al lado (eso sí lo hace con mucho
cuidado pero es lo mismo, da siempre lo mismo, es siempre el mismo resultado).
Siempre hacia ti y tus sensibles ojos. Y, como norma, mires donde mires, la
arena te golpeara aunque estés avisado, algo hará que se abalance sobre tus
parpados y penetre entre ellos y el globo ocular, autentica tortura china.
Salvo
que estés comiendo, claro, entonces por una ley inexorable y aun no formulada
va indefectiblemente sobre la comida haciéndola incomible. Por experiencia la
paella es una atracción irresistible para este elemento y, que conste en acta,
pocas veces he comido una paella playera sin arena. A bote pronto es que no
recuerdo alguna. Y es asquerosa esa arena entre los dientes, solo de pensarlo
me rechinan los dientes y me asquea y babeo como en el peor de los días. Seguro
que tiene que ver con algunas grasas quemadas que, creando unos radicales
libres, la atraen como el imán atrae y retiene a los elementos férreos. Y no
digamos una sopa, o la ensalada de siempre o, lo peor de todo, el helado con
arena… ¡aghhhh!....
Hablaremos
de los helados y sus caprichos, pero antes hablemos de la recogida y marcha al
apartamento después de un día en la playa (lo del apartamento es para otra
historia, la contare por supuesto, mas adelante). Recoges todo bajo el atento
supervisor del jefe de turno (mujer, novia, amiga, madres, etc.) y avanzas. Te
pica la cabeza, te molesta el sobaco, parece como algo de lija las entrepiernas
y hasta la raja del culo parece que está irritada y andas incomodo tratando,
inútilmente, de ajustarte bien el bañador. No lo consigues en la vida.
Vas
por el paseo, todos alegres, tú con las dos bolsas, la sombrilla, la nevera,
las chanclas que se te van y un rastro de arena que te sigue. No lo entiendes,
nunca entiendes las cosas importantes. Te has dado buen un repaso con el agua
de la playa tratando de eliminar la mayor cantidad de arena posible. Pues bien, te va cayendo poco a poco y dejas un rastro como de caracol de arena rubia. O como aquel
malvado de los comic de antaño como si te fueras deshaciendo en minúsculas
granos, “el hombre de arena”. Hay cientos como tú, ves los rastros, las
huellas. Cientos de rastros, cientos de huellas.
En
casa dejas todo y te ganas la bronca de todos los días por tratar de sentarse
en el sofá sin ducharte primero. Pero, en la ducha, están todos y todas, tú
eres el último. No sabes dónde ponerte. Te pica todo, sobre todo la cabeza que
es como una gran playa en miniatura y sin agua. A donde vayas arena que te cae.
Donde tocas de tu cuerpo, arena que se cae.
La
ducha, la salvación, y ves que estas con arena entre los deditos de los pies,
normal. También la encuentras en los sobacos, también normal con la pelusa. ¡En
el ombligo! Pero eso de encontrarla entre las pelotas, a kilos (perdón por la
expresión) ¿Cómo se ha metido ahí? Y donde la espalda ha perdido su nombre
también un par de kilos que amenazan con tupir el sumidero por lo que con el
pie das una y otra vez apartándola del agujero y dejando correr el agua.
¿Qué
no te has lavado la cabeza? Craso error. Champú
abundante y tu cabeza parece un balón de arena, apenas hace espuma. Te
la lavas tres veces y no te notas muy conforme aun.
Te
llaman para la cena, te secas con la toalla que te ha dejado, la que te
corresponde y… ¡está llena de arena! Arena que te persigue como si fuera tu
amante total y eterno. Arena rasposa y dura.
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