III.-
Hora de comer. Ye hubiera gustado irte antes, tú solo, sin nadie y poder
acodarte en la barra a tomar una cervecita muy fría y unas patatillas o
aceitunas. No te dejan ¿Cómo vas a ir solo? Te dicen siempre y dejan pasar
tiempo y tiempo sin hacer nada.
Tú,
inocente de ti, les replicas que vas
guardando sitio que después esta todo ocupado y que tardareis más de media hora
en coger mesa. Solo te dicen ¿Cómo vas a ir solo? Como si no pudieras ir solo.
Solo vas al trabajo, al chiringuito por los helados, por las botellas de agua
fría, al aseo a cagar (perdón por la expresión). A todo vas solo pero ir al
restaurante a coger sitio mientras te tomas la birra y un aperitivo a eso no,
no señor, no puedes ir solo.
Y,
claro, cuando se han levantado y llegáis todo está ocupado. El camarero casi ni
os atiendo y os dice mínimo media hora. Pasan tres cuartos de hora y seguís
esperando que alguna alma caritativa se tome el último café o helado, se
levante y se vaya con viento fresco. Por cierto, que a estas alturas del verano
lo del viento fresco es una estupidez.
Os
sentáis justo en la única mesa que da el sol. No hay otra, estarán
comprometidas o reservadas o será la maldición de Babilonia (seguro que allí no
hacia tanto calor y no habría tantos mosquitos).
Otra
larga media hora y aparece el camarero con la carta en ingles. Le dices a su
culo, ya se ha dado la vuelta para atender a otros como nosotros, que por favor
la de “en español”. Te mira sin mirar, apenas un esbozo de girar la cabeza y
asiente con esa mueca de asco y desprecio tan teatral y perfecto que te dan
ganas de meterle el zapato por el culo de una buena patada pero…como no llevas
zapatos pues ¡se siente!
Media
hora más y aparece con la carta en alemán. Le agarras de la muñeca y, mirando
a los ojos como Cage en el Motorista
Fantasma le dice que por favor en español o en todos los idiomas posibles. El
sonríe, mira con asco tu mano que le está tocando y se saca el menú en español,
como Dios Manda. De donde lo sacó, no lo sabrás en tu vida. No lo dejas partir,
lo pones allí, a pie de mesa, clavado y bufando y hacéis la petición de la
comida. Ahora que ya tenéis el menú nadie sabe lo que quiere….
Media
hora y vienen las ensaladas, con arena, como siempre. Claro han tenido que ir a
la huerta, elegir las peores y pasadas, las que mearon perros o gatos y
ponérnosla a nosotros en un plato, la búsqueda realizada por una viejecita con
bastón que casi no puede andar. No discutes y aliñas y comes arena más que otra
cosa. Arena bien aliñada, eso sí.
El
filete, otra media hora más tarde, duro como la suela de un zapato. Solo a ti
se te puede ocurrir pedir un filete en puerto de mar, te dice recriminándote la
mujer. Es que el filete normalmente no tiene arena, contestas con voz aflautada
tratando de morder lo incomible. Te dan
ganas de llevarle la muestra a tu zapatero para que cambie el material de la
reparaciones de suela y tacón, seguro que con eso durarían más tiempo los
zapatos sin reparaciones y sin agujeros.
Algo
de fruta pides con ansia y fervor y ya de paso el café con leche, no sea que
haya más problemas. Helados con arena para el resto de la mesa.
Es
inútil, todo está perdido, mientras vas pelando la, manzana esta se llena de
una costra arenosa que es indigerible. Cuanto más peles, más costra. Al final
ni costra ni manzana. El café lo revuelves y revuelve pero compruebas que el
azúcar no se disuelve, te gusta el café bien dulce, con mucho azúcar. ¡Claro!,
piensas con decaimiento, seguro que no es azúcar, no he echado azúcar, es la
maldita arena de la playa. Es café con leche y arena de playa.
Una
cosa sin arena, ¡La factura! ¡La dolorosa! Arena a precio de pepita de oro. Y
menos mal que ha sido el menú…eso sí, con arena.
Guardas
la cartera, ya vacía, y te consuelas con unas galletitas con chocolate que
tienes en el apartamento, dentro de la nevera, para la cena.
No
se consuela quien no quiere. El camarero os saluda con la sonrisa torcida al
tiempo que inclina la cabeza y se limpia la zona donde le tocaste, todo con una
mueca sardónica y como a cámara lenta en una mala película de terror italiano,
de quien piensa: estáis en mis manos pardiños, hasta mañana.
El
regreso a tu zona de la playa es un pasear en el desierto, sol a plomo,
estomago vacio como la cartera, quema la arena, estas cabreado, muy cabreado
pero…el mar, las olas juguetonas, el calor asfixiante, la arena amorosa, los
pelotazos sabrosos, los pisotones con playeras…. ¡ah! eso es la vida….
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