Tuesday, June 26, 2018

Se desperto...


Se despertó lentamente en la cama del hospital con un fuerte dolor de cabeza. Fue como levantarse un telón rojo del teatro con lo que su mirada iba descubriendo, poco a poco, los distintos aspectos del escenario. Miro en su entorno viendo lo poco que se puede ver en una habitación normal de un hospital cualquiera. La blancura de las paredes le cegaba y lastimaba las retinas. Se sentó como pudo, dolor incluido y mareos y ganas de vomitar,  apoyando la espada en el cabecero  pulso la perilla con el eterno botón rojo que estaba a su lado derecho, la del aviso a la enfermera del turno que fuese. Allí se quedo esperando largo rato a que alguien se dignase ir a ver que le pasaba mientras se acostumbraba a la luz y sus reflejos.

Las explicaciones no se las dio la enfermera/bruja de ojos pequeños y de larga nariz y grano incluido en ella, fue el propio doctor de urgencias  quien, mas tarde aun, le explico que en los análisis no tenía nada malo, que unos agentes municipales lo habían encontrado desmayado en un banco de El Retiro, cerca de la plaza y de la fuente del Ángel caído y no respondió a sus esfuerzos para despertarlo ni a los de los enfermeros del Samur que acudieron poco más tarde. Mientras le contaba esto con ese tono del profesional que pasa de casi todo se ponía las gafas en su sitio, un gesto inconsciente y reiterativo que le ponía de los nervios.

Había entrado por urgencias y ya que estaba despierto tenía que preguntarle a ver si había bebido o tomado cualquier cosa, algún narcótico u otro tipo de droga, lo que fuera, necesitaba saberlo para atenerse con la posible medicación necesaria y las contraindicaciones que pudiera haber. El no recordaba nada, bueno, casi nada, para el  solo eran preguntas vacías y sin sentido y sin respuestas aparentes, todo en un tono rojizo, como manchado. Todo le era extraño, como si no fuera con el, una pesadilla de esas que sabes que es una pesadilla y esperas el momento oportuno para que todo vuelva a la normalidad.

Pregunto por su ropa en un inciso del doctor que cada vez mas lo miraba de mal modo, un tanto huraño y con la cara ensombreciéndose, como si no creyera nada de lo que le decía, más bien de lo que no le decía. Se la mostraron en el armario de la habitación, abriendo la puerta blanca como todo y allí estaban su pantalón vaquero, la camisa roja a cuadros de leñador, su ropa interior de algodón que ya iba perdiendo el color original, y el abrigo de cuero largo como las alas de un murciélago peligroso y de forro granate del cual estaba más que orgulloso, era como su símbolo, una parte de su alma; todo estaba ya sucio salvo el abrigo con el espectral brillo de las alas de los cuervos.

Quiso saber cuándo podría salir de allí, quería poder ir a su casa y descansar en un sitio cómodo, conocido, familiar, aun sabiendo que estaría solo, sin ayuda de ningún tipo, solo como siempre estaba. El doctor con un cierto aire de pasotismo le dijo que al día siguiente si no había ningún retroceso en su estado, que le harían nuevas pruebas y si todo estaba tal cual podría irse en la tarde del día siguiente. Fue entonces cuando le vino la imagen acompañada de un rayo lleno de dolor en las sienes, el rostro de su chica con sus grandes ojos azules, de su amor y pregunto por ella, donde estaba, si la habían avisado, si podría llamarla desde allí. Un escueto y seco, como el estampido de una pistola de fogueo,  “más tarde”  fue la respuesta del médico con un adiós apresurado y salir de la habitación. Descubrió, para su pesar, una mueca triste, una mirada pesarosa que le dirigió la enfermera en una fracción de segundo que le dejo con la certeza de algo malo.

El “más tarde”  fue al otro día después de la comida, después de una aburrida jornada sin nada que hace salvo dormitar y ensoñar. Nada hay más tedioso que un día en un hospital sin hacer nada, sin visitas, sin poder leer, siempre con algo de dolor sordo y lejano, sin monedas para la televisión…y con miedo de saber y, también, del desconocer hechos de su vida reciente. Le sorprendió ver entrar al médico del día anterior con un hombre que por el aire descubrió enseguida que era un policía, tienen un aroma  algo diferente, un entorno como de casual pero hecho de piedra y sufrimiento, la ropa les queda distinta, miran diferente.

Lloró cuando le dijeron lo de la novia, muerta, golpeada, cinco extraños navajazos, posiblemente problemas de drogas pues tenía señales de pinchazos en los brazos…el entierro era ese mismo día a las seis de la tarde. Fue la información que recogió, poco pudo contestar a la preguntas del poli, el no recordaba nada de su situación anterior ni porque había aparecido en el parque, ni el porque de su desmayo…solo quería que lo dejaran en paz e ir a enterrar a su novia.

Lo dejaremos haciendo los absurdos trámites para salir del hospital y salir al fin con una luz que le cegaba, le dejaremos subiendo al taxi para ir a su apartamento, lo dejaremos ducharse largamente y ponerse una muda limpia, una camisa, un pantalón vaquero, las deportivas y, cómo no, el largo abrigo de piel negra; le dejaremos ir al cementerio y abrazar a los padres de su chica, llorar ante el ataúd marrón, con un gran Cristo de madera de ébano en la tapa, arrojar una rosa roja sobre él, llorar como una damisela cuando lo bajaban…

Fue, en el nuevo día,  a la comisaria y pregunto por el hombre que llevaba el caso, quería saber todo, quería saber el donde, el cómo, el porqué, en qué estado estaba la investigación y como podía el ayudar a esclarecer todo los hechos. El policía, inspector de homicidios le dijo,  le atendió amable pero serio, le hizo muchas preguntas casi todas sin respuestas antes de decirle lo que quería saber. Al parecer la chica iba sola, las huellas así lo decían, por el sendero de la rosaleda; aparentemente se paro en un sitio un rato y vario el rumbo noventa grados, se giro, se interno en un grupo de arboles como si alguien la hubiera llamado desde allí y esa persona, conocida seguro, la mato. ¿Huellas de la persona? No había señales definidas. ¿Señales del arma homicida? No definidas. Era exasperante, le dijo el poli, pocas veces había encontrado algo así, todo un misterio que ni los científicos podrían resolver salvo hacen conjeturas. La falta de huellas claras estaba en el que el agresor se puso algo en el calzado que lo disimulaba o un calzado especial ancho y largo que amortiguaba la pisada. El arma algo parecido, solo sabía que no era metálica, poco más.

Fue por allí en la tarde del domingo, chocando con los cientos de visitantes despistados, esquivando a los habituales de todos los días. Se llamo gilipollas por la decisión del día y de la hora, como ni no conociese la afluencia de gente al parque. Camino hasta la estatua negra que presidia la fuente con ese grito eterno, avanzo arrastrando los pies hasta la rosaleda hasta encontrar los sitios exactos, acompaño más con la mente que con los ojos, las pisadas de su chica. Se paro en el sitio más o menos exacto donde ella hizo lo mismo, avanzo cautelosamente hacia el sitio de altos y viejos arboles que le habían descrito y se metió entre ellos imaginando, agachado, tocando la tierra con su mano,  la escena; la chica, su chica, avanzando hacia allí toda confiada, alegre, sonriendo, feliz; su pelo que refulgía con el brillo del sol y le daba como una aureola de Madonna veneciana.

Imagino cómo se pararía ante la llamada de alguien conocido, el asesino, como buscaría en su entorno quien la había llamado por su nombre girando en un círculo. Lo encontraría, a él,  entre  aquellos arboles de gruesos troncos y negrísimas sombras…sonreiría al encontrarlo…llegaría junto  él y le saludaría, después,  un largo beso lleno de cariño y de amor. Hablarían del tiempo y de la última película de Scorcesse…

Fue en un momento determinado, quizás con la caída del sol y esa sombra serpenteante que nublaba los sentidos de la estatua maldita y atenazaba los corazones que sintió una ráfaga de viento frio, un aire gélido, satánico, que se le metía muy dentro y helaba sus sentimientos, los ojo le cambiaron y se pusieron de un verde esmeralda mientras sacaba, asustado,  de los bolsillos de su gabán dos gruesas placas de goma con tiras de velcro para sujetarlas y se las ponía bajo sus deportivas… mientras extraída su punzón redondo de caoba debidamente acerado… y llamaba a la chica que venía paseando por el parque, su chica, la llamaba pidiéndole ayuda si podría, por favor que tenía un problema.…y la chica rubia y bella, amorosa, se acercaba para ver qué pasaba con aquel joven novio muy atractivo, de grandes ojos verdes, le decía hola, que te pasa, como me has encontrado aquí y él le señalaba su mano izquierda lastimada y su gran cicatriz roja que iba desde los dedos hasta la muñeca y la chica, su chica, su amor, su novia para toda la vida,  se la cogía , le basaba con cariño y amor y en ese momento el punzón de madera dura como el ébano hacia una curva descendente brutal y rápida que se clavaba en el pecho de la joven que le mira sorprendida y aun enamorada, no creyendo en lo que está pasando y lo que pasa es que está perdiendo la vida, le están robando años y años de vida, le secuestran el futuro y las miles de posibilidades….mientras no muy lejos de allí un diablo negro con una serpiente enrollada en las piernas sonríe satisfecho…y le llama y le arrebata la cordura…

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