Se despertó lentamente en la cama del hospital con
un fuerte dolor de cabeza. Fue como levantarse un telón rojo del teatro con lo
que su mirada iba descubriendo, poco a poco, los distintos aspectos del
escenario. Miro en su entorno viendo lo poco que se puede ver en una habitación
normal de un hospital cualquiera. La blancura de las paredes le cegaba y
lastimaba las retinas. Se sentó como pudo, dolor incluido y mareos y ganas de
vomitar, apoyando la espada en el cabecero
pulso la perilla con el eterno botón
rojo que estaba a su lado derecho, la del aviso a la enfermera del turno que
fuese. Allí se quedo esperando largo rato a que alguien se dignase ir a ver que
le pasaba mientras se acostumbraba a la luz y sus reflejos.
Las explicaciones no se las dio la enfermera/bruja de
ojos pequeños y de larga nariz y grano incluido en ella, fue el propio doctor
de urgencias quien, mas tarde aun, le
explico que en los análisis no tenía nada malo, que unos agentes municipales lo
habían encontrado desmayado en un banco de El Retiro, cerca de la plaza y de la
fuente del Ángel caído y no respondió a sus esfuerzos para despertarlo ni a los
de los enfermeros del Samur que acudieron poco más tarde. Mientras le contaba
esto con ese tono del profesional que pasa de casi todo se ponía las gafas en
su sitio, un gesto inconsciente y reiterativo que le ponía de los nervios.
Había entrado por urgencias y ya que estaba
despierto tenía que preguntarle a ver si había bebido o tomado cualquier cosa,
algún narcótico u otro tipo de droga, lo que fuera, necesitaba saberlo para
atenerse con la posible medicación necesaria y las contraindicaciones que
pudiera haber. El no recordaba nada, bueno, casi nada, para el solo eran preguntas vacías y sin sentido y
sin respuestas aparentes, todo en un tono rojizo, como manchado. Todo le era
extraño, como si no fuera con el, una pesadilla de esas que sabes que es una
pesadilla y esperas el momento oportuno para que todo vuelva a la normalidad.
Pregunto por su ropa en un inciso del doctor que
cada vez mas lo miraba de mal modo, un tanto huraño y con la cara
ensombreciéndose, como si no creyera nada de lo que le decía, más bien de lo
que no le decía. Se la mostraron en el armario de la habitación, abriendo la puerta
blanca como todo y allí estaban su pantalón vaquero, la camisa roja a cuadros
de leñador, su ropa interior de algodón que ya iba perdiendo el color original,
y el abrigo de cuero largo como las alas de un murciélago peligroso y de forro
granate del cual estaba más que orgulloso, era como su símbolo, una parte de su
alma; todo estaba ya sucio salvo el abrigo con el espectral brillo de las alas
de los cuervos.
Quiso saber cuándo podría salir de allí, quería
poder ir a su casa y descansar en un sitio cómodo, conocido, familiar, aun
sabiendo que estaría solo, sin ayuda de ningún tipo, solo como siempre estaba.
El doctor con un cierto aire de pasotismo le dijo que al día siguiente si no
había ningún retroceso en su estado, que le harían nuevas pruebas y si todo
estaba tal cual podría irse en la tarde del día siguiente. Fue entonces cuando
le vino la imagen acompañada de un rayo lleno de dolor en las sienes, el rostro
de su chica con sus grandes ojos azules, de su amor y pregunto por ella, donde
estaba, si la habían avisado, si podría llamarla desde allí. Un escueto y seco,
como el estampido de una pistola de fogueo,
“más tarde” fue la respuesta del
médico con un adiós apresurado y salir de la habitación. Descubrió, para su
pesar, una mueca triste, una mirada pesarosa que le dirigió la enfermera en una
fracción de segundo que le dejo con la certeza de algo malo.
El “más tarde” fue al otro día después de la comida, después
de una aburrida jornada sin nada que hace salvo dormitar y ensoñar. Nada hay
más tedioso que un día en un hospital sin hacer nada, sin visitas, sin poder
leer, siempre con algo de dolor sordo y lejano, sin monedas para la televisión…y
con miedo de saber y, también, del desconocer hechos de su vida reciente. Le
sorprendió ver entrar al médico del día anterior con un hombre que por el aire
descubrió enseguida que era un policía, tienen un aroma algo diferente, un entorno como de casual pero
hecho de piedra y sufrimiento, la ropa les queda distinta, miran diferente.
Lloró cuando le dijeron lo de la novia, muerta,
golpeada, cinco extraños navajazos, posiblemente problemas de drogas pues tenía
señales de pinchazos en los brazos…el entierro era ese mismo día a las seis de
la tarde. Fue la información que recogió, poco pudo contestar a la preguntas
del poli, el no recordaba nada de su situación anterior ni porque había
aparecido en el parque, ni el porque de su desmayo…solo quería que lo dejaran
en paz e ir a enterrar a su novia.
Lo dejaremos haciendo los absurdos trámites para salir
del hospital y salir al fin con una luz que le cegaba, le dejaremos subiendo al
taxi para ir a su apartamento, lo dejaremos ducharse largamente y ponerse una
muda limpia, una camisa, un pantalón vaquero, las deportivas y, cómo no, el
largo abrigo de piel negra; le dejaremos ir al cementerio y abrazar a los
padres de su chica, llorar ante el ataúd marrón, con un gran Cristo de madera
de ébano en la tapa, arrojar una rosa roja sobre él, llorar como una damisela
cuando lo bajaban…
Fue, en el nuevo día, a la comisaria y pregunto por el hombre que
llevaba el caso, quería saber todo, quería saber el donde, el cómo, el porqué, en
qué estado estaba la investigación y como podía el ayudar a esclarecer todo los
hechos. El policía, inspector de homicidios le dijo, le atendió amable pero serio, le hizo muchas
preguntas casi todas sin respuestas antes de decirle lo que quería saber. Al
parecer la chica iba sola, las huellas así lo decían, por el sendero de la
rosaleda; aparentemente se paro en un sitio un rato y vario el rumbo noventa
grados, se giro, se interno en un grupo de arboles como si alguien la hubiera
llamado desde allí y esa persona, conocida seguro, la mato. ¿Huellas de la
persona? No había señales definidas. ¿Señales del arma homicida? No definidas.
Era exasperante, le dijo el poli, pocas veces había encontrado algo así, todo
un misterio que ni los científicos podrían resolver salvo hacen conjeturas. La
falta de huellas claras estaba en el que el agresor se puso algo en el calzado
que lo disimulaba o un calzado especial ancho y largo que amortiguaba la pisada.
El arma algo parecido, solo sabía que no era metálica, poco más.
Fue por allí en la tarde del domingo, chocando con
los cientos de visitantes despistados, esquivando a los habituales de todos los
días. Se llamo gilipollas por la decisión del día y de la hora, como ni no
conociese la afluencia de gente al parque. Camino hasta la estatua negra que
presidia la fuente con ese grito eterno, avanzo arrastrando los pies hasta la
rosaleda hasta encontrar los sitios exactos, acompaño más con la mente que con
los ojos, las pisadas de su chica. Se paro en el sitio más o menos exacto donde
ella hizo lo mismo, avanzo cautelosamente hacia el sitio de altos y viejos arboles
que le habían descrito y se metió entre ellos imaginando, agachado, tocando la
tierra con su mano, la escena; la chica,
su chica, avanzando hacia allí toda confiada, alegre, sonriendo, feliz; su pelo
que refulgía con el brillo del sol y le daba como una aureola de Madonna
veneciana.
Imagino cómo se pararía ante la llamada de alguien
conocido, el asesino, como buscaría en su entorno quien la había llamado por su
nombre girando en un círculo. Lo encontraría, a él, entre aquellos arboles de gruesos troncos y
negrísimas sombras…sonreiría al encontrarlo…llegaría junto él y le saludaría, después, un largo beso lleno de cariño y de amor.
Hablarían del tiempo y de la última película de Scorcesse…
Fue en un momento determinado, quizás con la caída
del sol y esa sombra serpenteante que nublaba los sentidos de la estatua
maldita y atenazaba los corazones que sintió una ráfaga de viento frio, un aire
gélido, satánico, que se le metía muy dentro y helaba sus sentimientos, los ojo
le cambiaron y se pusieron de un verde esmeralda mientras sacaba, asustado, de los bolsillos de su gabán dos gruesas
placas de goma con tiras de velcro para sujetarlas y se las ponía bajo sus
deportivas… mientras extraída su punzón redondo de caoba debidamente acerado… y
llamaba a la chica que venía paseando por el parque, su chica, la llamaba pidiéndole
ayuda si podría, por favor que tenía un problema.…y la chica rubia y bella,
amorosa, se acercaba para ver qué pasaba con aquel joven novio muy atractivo,
de grandes ojos verdes, le decía hola, que te pasa, como me has encontrado aquí
y él le señalaba su mano izquierda lastimada y su gran cicatriz roja que iba
desde los dedos hasta la muñeca y la chica, su chica, su amor, su novia para
toda la vida, se la cogía , le basaba
con cariño y amor y en ese momento el punzón de madera dura como el ébano hacia
una curva descendente brutal y rápida que se clavaba en el pecho de la joven
que le mira sorprendida y aun enamorada, no creyendo en lo que está pasando y lo
que pasa es que está perdiendo la vida, le están robando años y años de vida,
le secuestran el futuro y las miles de posibilidades….mientras no muy lejos de
allí un diablo negro con una serpiente enrollada en las piernas sonríe
satisfecho…y le llama y le arrebata la cordura…
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