Friday, October 03, 2014

Mal de ojo.


Mal de ojo.

Hace ya un par de años, vivían aun mis abuelos, que en paz descansen, en una pequeña y muy bonita aldea: La Hermida. Como todas las aldeas tenia su riachuelo, su serrería, su iglesia en lo alto de una pequeña montaña, su tienda de todo (ríete tú de los "chinos" de ahora) y un campo de fútbol, amen de campo, montañas, frutales, vides, etc. Como era usual en esos tiempos y lugares, mi abuela tenía sus gallinas (¡Que buenos huevos frescos, grandes, amarillos!), sus dos o tres cerdos, su bodeguita para el vino y su vaca, la de toda la vida, casi de la familia, para la leche diaria.

La recuerdo vestida siempre de negro, con su pañuelo negro en la cabeza, al lado del hogar de la cocina. Pequeña, rápida y de lengua mucho más rápida, dominaba siempre la situación por dura que esa fuera, todo problema iba a ella y ella lo solucionaba, de forma drástica, algunas veces; era el alma, el corazón, el banco y el cerebro de la casa.

La anécdota que voy a contar empieza un día de verano y con la leche de la vaca rojiza, sanguinolenta.

"Ha sido la Veneno, paso ayer por aquí y se puso a dar vueltas alrededor de la vaca. Si esa quiere guerra la tendrá, no sabe con quien se esta metiendo y yo que la ayude cuando su marido desapareció y cuando no tenia ni para vestirse."

"Que si, es mala como ella sola. Es posible que no sepa lo que hace, pero no lo creo, es mala a rabiar. ¿Que puede tener en contra nuestra? ¿Que le ha hecho nuestra vaca?"

"¡No!. Si mañana sigue así lo solucionaremos de forma adecuada, lo malo será aguantar dos o tres días. ¡No puedo meter esta leche a la lechera!"

"Vamos a ver, el veterinario no cura estas cosas, no sabe de estas cosas. El para un parto, para firmar las hojas de salud, para dar un antibiótico, para aconsejar en una compra de ganado, pero..... ¡Que va a saber el de malas miradas, de la mala envidia de alguna gente que mira torcida!, ¡Que sabe el del mal de ojo! Y créeme, es un mal de ojo, la han mirado mal y por eso da sangre en vez de leche"

"Esa mujer tenia que estar encerrada, le hizo lo mismo a Maruja el mes pasado y a la Tía Lola la vez anterior. Sabe que hace daño y lo hace a posta. Tendrá lo que se merece".

Así estábamos con el mal de ojo de la vaca y yo, chica de ciudad pasando unos días de verano en casa de los abuelos, no entendiendo nada. Menos entendí cuando al día siguiente, de nuevo la vaca había sangrado al ordeñarla, la abuela me mando a ir a la iglesia del pueblo y pedirle al cura, por favor, una ostia bendita de su parte. Allá me fui yo al quinto pino ideando como evitar el recado de mi abuela; la alternativa que pensaba no era la ostia consagrada sino la panda de ostias que el curita del lugar me iba a dar. La ostia, pensaba con gran temor, no la iba a recibir la vaca sino yo y de otro tipo.

Pero no, el cura, un viejecito muy simpático me hizo la ficha primero: padres, hermanos, colegio, estudios, si iba a misa todos los domingos, si respetaba la ley de Dios, etc... Después me hizo arrodillar, santiguar y, como con gran misterio, cogió una ostia bendita, la envolvió en un pañuelo de encaje blanco y me la metió por dentro de la camisa, al lado del corazón. "Que no se te caiga, ten en cuenta que llevas el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo".

Volví flotando, feliz, con todos mis terrores ya desaparecidos.

Le di la ostia a mi abuela que, antes de nada, se arrodillo y se puso a rezar lo que a mi me pareció una eternidad. Después, con gran escándalo por mi parte, la vi pulverizar la ostia y mezclarla con unas hierbas en una pequeña tina azul, de plástico. La llevó a la vaca e hizo que la vaca comiese aquella mezcla.

Ni que decir tiene que, al día siguiente, la vaca dio la mejor leche que jamás probé, y no recuerdo que volviera a ponerse enferma. ¡Cosas de las abuelas!

Pero siempre quedó, en mi recuerdo, el miedo que pase camino de la iglesia, que minutos de terror...

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