Mara, catorce
años.
Vino de sus
vacaciones de Fuengirola preciosa. Estos últimos diez días de sol y playa sin
ninguna molestia le han sentado de forma magnífica. Se le aclaro el pelo
dejándoselo brillante y con tonalidades rubias; los ojos se le han terminado de
pasar a un verde esmeralda llenos de moteados
amarillos luminosos como pequeñas estrellas en la noche; la piel morena
con el color de un dorado celestial, del color de las diosas griegas. Llego
preciosa. Los pocos grano del su acné juvenil, desaparecidos por arte de magia;
ni potingues ni nada, solo agua, el mediterráneo y mucho sol y pocas golosinas obraron un
milagro. Eso y la impaciencia de su madre por verla, la añoranza que nos hace
ver a nuestros hijos de una forma un tanto especial con las ausencias por
medio.
Preciosa,
bella y contenta. Nada de dolores, nada de problemas. Diez días de playa, todos
los días nadando, mucho pescadito y música por el atardecer con un helado en la
mano y buena gente en su entorno. Menos mal. Me parece que ha debido perder un
par de kilos, lo que le sienta a su figura de maravilla.
Y llego su cumpleaños,
catorce años. Catorce soles. Parece mentira cómo pasa el tiempo; no pasa,
vuela. Le regalamos algo que ella nos llevaba pidiendo mucho tiempo y que a mí personalmente
me parece una horterada: un colgante de oro con su foto grabada (lo tiene una
de sus amigas y lo considera una pasada). Por otro lado, Ed, como siempre dando
la nota, una sorpresa incluso para mi, pues le regalo adicionalmente una
tarjeta de berska con 60 euros para que se comprase lo “que quisiera”. Y ese
fue el inicio del pequeño desastre con el que hemos terminado riéndonos como
locas.
Mara, rápida
como la centella, llamo a sus amigas y se fueron, las tres de siempre, a
gastarse pues la tarjeta de regalo. No compro nada, me pidió que, porfa, por la tarde fuera con ella de compras que no
había visto nada especial.
Bueno, después de comer, comida especial, de
lo que le gusta a ella: una buena ensalada con mucho pepino, langostinos gordos,
ostras, hamburguesas caseras, las mías y tarta de chocolate con las velas de
rigor, allá nos fuimos. Por el camino me entero de la mañana, discusiones
varias y cada una por su lado al no ponerse de acuerdo que debía de comprar
Mara, el look adecuado y la ropa adecuada; enfadadas y cabreadas unas con otras
por una niñería. Ya se arreglaran, al final siempre se reconcilian como buenas
hermanas.
Conmigo paso
lo mismo, salimos cada una por su lado, me negué a que se comprara minifaldas
que para verano está bien pero para este tiempo ya no, y ella exigiendo mi
conformidad a las cosas que me presentaba y enfadándose cuando le decía que no me gustaban…al final
ella por un lodo, me dejo plantada con un vaquero rojo en la mano; en fin, nada
de nada, las tarjetas intacta y Mara re-enfadada.
¿Quién se
llevo la gran bronca?: su padre, un poco más tarde en casa, por el regalo, que solo
ha dado problemas, nada más que problemas.
Se metió en
su habitación con lo de nadie me entiende, soy una incomprendida y la gente me
odia y no sé porque….ahora estamos riéndonos de las tonterías del día. Yo
diciéndole que no puede querer la aquiescencia total de la gente, que cada uno
tiene sus ideas y sus gustos y que, ella, o se compra lo que quiera o se pone
de acuerdo.
La cena ha
pasado tranquila y mañana ira de nuevo, espero que saldrá bien la cosa, con sus
amigas a las compra.