Sunday, May 11, 2014

Atardecer.


 Atardecer.

Fue por la tarde, ya anochecía, aun no había bajado las persianas. Los últimos estertores de un sol  frio reflejados en las ventanas de los pisos de enfrente se colaron entre los visillos y me cegaron un segundo. Deje la labor de punto de cruz por uso segundos y me frote con fruición los ojos cansados; aun me falta más de 19 meses de trabajo minucioso y agotador, y unos cuantos minutos para prepara la cena.

Levanté el rostro hacia los míos, los mire. Con esa luz rojiza, levemente morada, se produjo como una suspensión del tiempo y los ruidos fueron ecos perdidos. El reloj dejo de sonar, el péndulo se quedo quieto en un prodigio inestable en uno de sus vaivenes. Contemple, al lado, como Ed, leía parsimoniosamente la última obra de De Prada, El séptimo velo, de vez en cuando un soplo de aire venia hacia mi cuando pasaba las páginas con sus dedos llenos de resto de nicotina. Su rostro concentrado y abstraído, se veía cruzado por ráfagas de sentimientos según la lectura.

En concentrada  armonía,  Mara, en la mesa, rasgaba las páginas en blanco rellenándolas de pensamientos, música de violines desfondados, pero música al fin. Su rostro entre sorprendido y dulce, con el rasgado intenso la hacía más niña, más mía, y tenía un gesto contrariado por algo que no le salía tal como hubiera deseado.

Al fondo, el tableteo de las palabras pulsadas en el ordenador por Javi, abstraído de todo, ausente del mundo salvo del juego en que estaba metido, salvando princesas, matando dragones, evitando caer en las trampas de maléficos visires. Todo en un acelerado ¿? ritmo de tambores sobre el teclado, lejanos, confuso, como un  grito olvidado en el principio de los tiempos. Los corazones bombeando sangre.

Todo detenido, un momento perfecto en el que mis manos añoraban el trabajo de La Primavera de Botticelli que me seguía  llamando.

El sol murió en su ocaso, se hundió en ese otro lado de la tierra, el reflejo se perdió, todo volvió a su grisáceo y amarillento tono que le daban las bombillas al salón. Los ruidos de la circulación atronaron, nuevamente,  rota la ilusión, mis oídos y un dolor en los dedos me hicieron dar como un pequeño grito ahogado en mi garganta al picharme, de forma descuidada,  con la aguja.

Se fue la luz. Termino  el momento mágico que me dijo QUE TODO ESTABA BIEN. Mañana puede repetirse, me gustaria.

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