Fue por la
tarde, ya anochecía, aun no había bajado las persianas. Los últimos estertores
de un sol frio reflejados en las
ventanas de los pisos de enfrente se colaron entre los visillos y me cegaron un
segundo. Deje la labor de punto de cruz por uso segundos y me frote con
fruición los ojos cansados; aun me falta más de 19 meses de trabajo minucioso y
agotador, y unos cuantos minutos para prepara la cena.
Levanté el
rostro hacia los míos, los mire. Con esa luz rojiza, levemente morada, se
produjo como una suspensión del tiempo y los ruidos fueron ecos perdidos. El
reloj dejo de sonar, el péndulo se quedo quieto en un prodigio inestable en uno
de sus vaivenes. Contemple, al lado, como Ed, leía parsimoniosamente la última
obra de De Prada, El séptimo velo, de vez en cuando un soplo de aire venia
hacia mi cuando pasaba las páginas con sus dedos llenos de resto de nicotina.
Su rostro concentrado y abstraído, se veía cruzado por ráfagas de sentimientos
según la lectura.
En
concentrada armonía, Mara, en la mesa, rasgaba las páginas en
blanco rellenándolas de pensamientos, música de violines desfondados, pero
música al fin. Su rostro entre sorprendido y dulce, con el rasgado intenso la
hacía más niña, más mía, y tenía un gesto contrariado por algo que no le salía
tal como hubiera deseado.
Al fondo, el
tableteo de las palabras pulsadas en el ordenador por Javi, abstraído de todo,
ausente del mundo salvo del juego en que estaba metido, salvando princesas,
matando dragones, evitando caer en las trampas de maléficos visires. Todo en un
acelerado ¿? ritmo de tambores sobre el teclado, lejanos, confuso, como un grito olvidado en el principio de los
tiempos. Los corazones bombeando sangre.
Todo
detenido, un momento perfecto en el que mis manos añoraban el trabajo de La Primavera
de Botticelli que me seguía llamando.
El sol murió
en su ocaso, se hundió en ese otro lado de la tierra, el reflejo se perdió,
todo volvió a su grisáceo y amarillento tono que le daban las bombillas al
salón. Los ruidos de la circulación atronaron, nuevamente, rota la ilusión, mis oídos y un dolor en los
dedos me hicieron dar como un pequeño grito ahogado en mi garganta al picharme,
de forma descuidada, con la aguja.
Se fue la
luz. Termino el momento mágico que me
dijo QUE TODO ESTABA BIEN. Mañana puede repetirse, me gustaria.
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