Mara, las llaves.
No creo en el destino ciego, que no poseemos libertad, que
todo esta predestinado. Creo en nuestra libertad, que el Dios de nuestras
creencias se auto limitó en nuestra capacidad de libertad y de equivocarnos.
No creo en el destino.
Pero ese sábado todo se fue engarzando como una cadena de
oro en un artífice a la vieja usanza, un Cartier, por ejemplo.
El partido de baloncesto de Javi, lo primero, que hizo que
se fuera muy pronto y que Ed, como no, lo fuera a llevar y, ya que estaba allí
se quedara ver el partido para traerlo a casa al finalizar y tomarse una coca cola
antes.
La compra de la casa, con la nevera vacía y toda la despensa gastada pues tendría que salir a
hacer la compra en el mercado de San Andrés, a poco de casa. Allí me fui, Salí
sin pensar en nada mas, le di dos vueltas a la llave en la cerradura. El día
era soleado y un poco frio. El segundo eslabón se cerraba.
Se completa el desaguisado con la llamada de Carol a Mara, a
media mañana, para que la acompañara a comprar un pantalón. Así que Carol fue a
nuestra casa, Mara le abrió la puerta y, poco después, salieron las dos juntas.
Se unía el cerco.
Todo organizado, el engarce perfecto.
Me encontraron, algo más tarde, en el puesto de la fruta. Mara avergonzada pidiéndome
las llaves pues se las había dejado dentro. Les di las mías y allá se fueron.
Me volvieron a encontrar en el puesto de los embutidos y
quesos. No podían abrir la puerta pues….las llaves de Mara estaba en la puerta
por el otro lado, las dejó allí cuando abrió a Carol y allí quedaron para
nuestra desgracia.
Fuimos las tres terminada de pronto la compra, probé y probé,
le di golpes a la puerta, intente mover la llave con un alambre, con unas….,
nada, la llave, desde fuera, le faltaban sus buenos tres o cuatro milímetros por
entrar y no abría. Le rogué a la puerta, le di patadas, nada. Las niñas desde
la distancia asistían atónitas a mi espectáculo.
Es una puerta de seguridad, se supone reforzada por
estructura metálica.
Imposible de abrir fácilmente.
A buscar un cerrajero.
Hay miles en la publicidad con un número de teléfono pero
los deseche. El cerrajero del barrio, mejor. Allá nos fuimos a buscarlo. Y
hasta hubo suerte, estaba. Amable y educado, precio especial para el barrio, 40
euros. ¡Qué remedio! ¡Qué palo!¡Vaya precio especial de barrio!
Vio la puerta, analizo la situación, tocó y tocó. Metió el
pie en la esquina de abajo izquierda y abrió un pelín, lo suficiente para meter
una placa delgada de algún plástico o metal que llevaba en el maletín y que
sacó como un mago de feria. No funcionó por dos veces. Hizo lo mismo cambiando
de placa, otras dos veces, no funciono. Cambio de placa por tercera vez….y la
puerta, tras el ábrete sésamo de rigor, se abrió.
Las llaves estaban en la cerradura, por dentro, y mis 40
euros en el bolsillo del cerrajero, Mara acongojada, yo sin saber bien si reír
o llorar.
Un sábado por la mañana, un cerrajero, una cadena de
acontecimientos… ¡mientras todo sea así!....me doy con un canto en los dientes.
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