¡Como puede cambiar el día por una nimiedad!
Te levantas lleno de cansancio, los ojos apenas se abran, la
pereza, pensando en ir al trabajo, te llena y te bloquea hasta el pensamiento.
Hechas un poco de agua fría a la cara tratando de
espabilarte, de volver a tu, a animarte. Hasta te cuentas, como hace tiempo que
no haces, un mal chiste ala espejo del baño.
Preparas el café para ti y tu mujer. Para ella le pones los
cereales integrales que le gustan. Par ti eliges dos magdalenas y cuatro
galletas, también integrales.
Mientras el microondas calienta los dos cafés con leche
secas la loza del fregadero, de la noche del día anterior.
Pones las tazas en la mesa con el azucarero y las
cucharillas.
Te das la vuelta, ella ha llegado, esta allí, no parece que
se haya recién levantado. Te da un beso, mas largo que de costumbre, al tiempo
que te abraza con fuerza contenida. Te llenas de cariño. No entiendes esa
efusión, a esa hora, en ese momento.
Te separas y la miras con una media sonrisa, feliz. Te
sientes a gusto ahora, con ella, mas despierto, más pleno.
Saca un paquete, pequeño, que tenia escondido tras la
espalda. La miras sorprendido. Coges el paquete, lo abres, un libro: El cuento
numero trece de Setterfield.
Oyes, de forma lejana, casi en la esquina del llanto, como
te dice que sabe que lo deseabas y no
resistió la tentación de regalártelo, que espera que te guste, que lo
disfrutes.
No la dejas seguir hablando, la besas en la boca muy fuerte,
muy, muy fuerte. Le das las gracias, te ha conmovido el detalle, no sabes que
decir. Le dices, casi un susurro, “Te quiero, gracias”.
Y sales al día a romper moldes sabiendo que hay quien se
acuerda de ti, quien es capaz de hacerte, aun, un regalo y que al volver hay
una persona querida esperándote.
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