Poema triste. Leyenda.
(Casi se escucha el quejido sordo
Del corazón del planeta),
Se levanta una bruma
Amarilla, de olor sulfuroso
Como a pedo del diablo.
Cacofonías histéricas acompañan
La rosada salida del día.
Extrañas luces
Se vislumbran
En el interior
De ese humo;
Fogonazos de colores
Destellan a ratos,
Como de una tormenta.
El cielo a su contacto
Se vuelve negro y amenazador.
Cuentan las abuelas
En las noches turbias
Que es, ese agujero,
Cementerio de niñas
violadas,
De cuerpos arrojados
a la sima
Sin entrañas.
El aire se rarifica
La brisa viene de oriente.
Se vislumbran dentro
Alados duendes
Motas de ojos negros
Y dientes de perro
Ávidos de alimento
Voraz en la putrefacción.
Cuentan las viejas
A la luz de la lumbre
De bailes nocturnos
De brujas en cueros
Con el toque del Verde
Danzando, bailando,
Bebiendo sangre
inocente
De bebés aun secos
En sus agostadas
manos.
Sube la columna de humo
Hacia lo alto. Visible
Desde toda la comarca.
Se santiguan los creyentes,
Los ateos huyen a los sótanos.
Las campanas tañen
Sin aire que las mueva.
El altar de mármol
Se parte en dos con un leve
Crujido. Se hace el frio.
Paren, fuera del tiempo,
Las hembras preñadas.
Se orinan de miedo
Los lobos de las lejanas montañas.
Se corta la leche
En el cubo del ordeño
Y las vírgenes sufren el acoso
De los viejos e impuros pensamientos.
Cuentan las abuelas
De extraños seres
De miedos y terrores
De inutilidad de
esfuerzos
“Nada crece alrededor
Como si estuviera
maldita”
De maldiciones
antiguas
Y de antiguos dioses.
Un rayo de luz se asoma
Desde el horizonte.
El cruceiro hermoso,
De una única piedra hecho,
En el cruce de caminos
Alarga su vana sombra
Hasta casi el infinito;
Se hace inmenso, largo
Como los brazos de Dios
Cayendo su cruz sobre la sima.
Rugido feroz, como todos los días
Y desaparece el humo
Y desaparece el frio
Y, también, el miedo
De los seres humanos.
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