Empezó con
su rito de todos los días. Abrir la caja hermética del café, sacar la pequeña
palada que le daba la cantidad exacta del mismo, verterla en el molinillo
manual, moler...ese era el momento álgido por los aromas que le envolvían y el
sonido del crujido de los granos al romperse...molienda manual, lenta y
precisa, para que el café no se
calentase antes de tiempo.
Tiempo y
armonía. Aromas y sonidos. El brazo derecho girando con una fuerza liviana,
conteniéndose; el brazo izquierdo agarrando el aparato para que no se moviera.
Un universo en armonía, formando el caos, la destrucción de unas formas para
transfórmalas en polvo (Polvo eres y en polvo te convertirás pero siempre polvo
enamorado). Aspirando el perfume del café, deleitándose en el ritmo de la
molienda (Ojala lloviera café en el campo...), tomándose su tiempo.
El café ya
molido a la cafetera, recién lavada y secada con esmero. El agua filtrada, no
hay que fiarse de lo que sale por las cañerías no siempre limpias. Tres
granitos de sal del Himalaya.
Dejara hacer
el café, aspirar ese vapor tenue y amargado. Escuchar el gluglú de seres
hundiéndose en las ciénagas. Dejar reposar, todo tiene su tiempo, todo necesita
su tiempo.
La taza con
su platillo de porcelana, y a cucharilla de acero inoxidable (nada de plata,
por favor) se colmo con el liquido caliente y denso. No sobro ni una gota.
La cogió y
aspiro, de nuevo, el café recién hecho al tiempo que giraba la cucharilla.
Nada de
azúcar, estropea un buen café. No llegaba al extremo de los viejos marineros
con aquellos cafés en los que la cuchara se quedaba vertical pero, todo tiene
su puntito. Era un momento difícil pues la tentación de bebérselo era muy
grande, pero no, el tiempo es el tiempo y hay que esperar. Un gili le dijo una
vez que lo importante de un viaje no es a donde se va sino el viaje en sí mismo.
Para meterlo en un barril vacio y tirarlo por las laderas de Pico Perdido y que
disfrutase del viaje. Tampoco dejarlo enfriar.
Como todas
las cosas en la vida a sorbos cortos y degustando, el máximo placer, los cinco
sentidos al pleno, eufóricos y descontrolados...la cafeína inundando la sangre
y la cabeza, revitalizándolo, poniéndolo a cien para ser capaz de todo lo que
se propusiese, casi un Dios o un monstruo.
Jack se
levanto del sillón, se puso su gabán negro, cogió su inseparable maletín de médico
y salió a la niebla londinense...
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