Llora la joven virgen del metro
tenue, en un rincón, ante las puertas,
silencio, que desengaños tiene
como en una fiesta y algarabía
en fieras bocas de los dragones...
Una perla cae por sus mejillas
se demora lenta, sorprendida
muriendo con las puertas cerradas...
La joven de mirada perdida
Llora, en sabe que mundos lejanos,
que cruces gamadas en el pecho
se le clavan como tiara de púas...
Sufre, sola, abandonada, ajena,
solo un pañuelo blanco, doblado
de forma geométrica y precisa,
se le ofrece como ofrenda o expiación...
Se abren vacios
infinitos.
El abuelo, triste,
sale
con el pañuelo negado
que tira en la
papelera.
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