Un café con
leche (V).
No hay nada
mejor que el aroma del café recién molido (sobre todo a mano, con esfuerzo
propio, en esos molinillos antiguos de engranajes vistos y manivela con mango
de madera vieja y negra; de esos que al moler los granos negros parezca que
estas triturando hueso u otras cosas, haciéndolo con tiempo y sin pausa sin que
el café se caliente en la molienda y pierda sus características naturales), es
un olor exótico que nos lleva a cerrar los ojos y aspirar dulcemente el aire
que nos rodea. Es como si nos nacieran alas y pudiéramos elevarnos sobre la
tierra. Manjar celestial, cercano a los
ritos de la tierra de donde nace, con el agua con que se hace y prepara, el
fuego para ayudar a esa preparación simbiótica en el tiempo justo y preciso y
el aire siempre presente, oxidando esencias, transmitiendo sentimientos.
Ya
preparado, ya reposado unos minutos, coger la taza con las dos manos dejando
que su calor te inunde, acercarlo a los labios, con esa nube de vaporcillo que
se desvanece poco a poco en el aire frio
de la habitación y, en ese momento, después de aspirar levemente su aroma tomar
un sorbo del mismo es una sensación inenarrable, casi lo mejor del día; te hace
mejor, te libera sensaciones olvidadas, te da una energía sutil y que se nota
en ese olor en la nariz, esa sensación ligeramente amarga en la boca, y ese calor en la entrada del estomago que
notas como va bajando despacio....
No hay nada
mejor que el aroma del café recién molido por uno mismo, buen café, por
supuesto. Yo siempre lo compro en las Mantequerías Leonesas, las de siempre, de
toda la vida, en su punto, natural cien por cien, muy bien conservado...pero la
molienda la hace este servidor, en el viejo molinillo de toda la vida, el de mi
madre antes que yo , el de mi abuela mucho antes todavía...el viejo Andrés me
lo pesa y me lo entrega en su bolsa de papel viejo y reciclado, la cierra con
mimo y me cobra lo de siempre. No hay que comprar en exceso pues pierde en
casa, mejor poco a poco, como mucho ese cuarto de kilo. Además está la
necesidad de ir por el cuándo se acaban tus existencias...moler también la
cantidad justa del día, nada más, el resto en un tarro de cristal opaco y
cerrado herméticamente que hoy, en estos tipo de recipientes, hay autenticas
maravillas.
No hay, para
mí, nada mejor que el olor del café recién molido y eso que últimamente el
dolor de las manos es tremendo. "Artritis reumatoide", me dijo el
médico, el especialista que de eso debe de saber un montón; con ese nombre me
puso un panorama desolador, dolor y más dolor, deformación y mas deformación
hasta que las manos no puedan más y no pueda ni agarrar una taza...
Cuando salgo
a la calle me pongo unos guantes especiales. Para que no se noten esos bultos
en los mismos, ni como los dedos están torcidos
y retorcidos, como viejas ramas de un árbol centenario...una pena, cosa de
familia, me parece que mi madre ya andaba, antes de su fallecimiento, con lo mismo,
los genes. Siempre se hereda lo peor...
"Me viene a la cabeza la anécdota de que El
rey Gustavo III de Suecia estaba convencido de que el café era un veneno. Y
para demostrar su toxicidad condenó a un asesino a tomar café todos los días
hasta que muriese y a otro delincuente le indultó con la condición de que
bebiese té a diario. El experimento, que fue seguido por una comisión médica,
resultó un fracaso: los primeros en morir fueron los médicos, después el rey,
muchos años más tarde el condenado a beber té y por último el bebedor de café."
La vida es
una delicia con un buen café por delante...
No comments:
Post a Comment