Monday, March 19, 2018

Un café con leche (V).


Un café con leche (V).

No hay nada mejor que el aroma del café recién molido (sobre todo a mano, con esfuerzo propio, en esos molinillos antiguos de engranajes vistos y manivela con mango de madera vieja y negra; de esos que al moler los granos negros parezca que estas triturando hueso u otras cosas, haciéndolo con tiempo y sin pausa sin que el café se caliente en la molienda y pierda sus características naturales), es un olor exótico que nos lleva a cerrar los ojos y aspirar dulcemente el aire que nos rodea. Es como si nos nacieran alas y pudiéramos elevarnos sobre la tierra. Manjar celestial, cercano a  los ritos de la tierra de donde nace, con el agua con que se hace y prepara, el fuego para ayudar a esa preparación simbiótica en el tiempo justo y preciso y el aire siempre presente, oxidando esencias, transmitiendo sentimientos.

Ya preparado, ya reposado unos minutos, coger la taza con las dos manos dejando que su calor te inunde, acercarlo a los labios, con esa nube de vaporcillo que se desvanece poco a  poco en el aire frio de la habitación y, en ese momento, después de aspirar levemente su aroma tomar un sorbo del mismo es una sensación inenarrable, casi lo mejor del día; te hace mejor, te libera sensaciones olvidadas, te da una energía sutil y que se nota en ese olor en la nariz, esa sensación ligeramente amarga en la boca,  y ese calor en la entrada del estomago que notas como va bajando despacio....

No hay nada mejor que el aroma del café recién molido por uno mismo, buen café, por supuesto. Yo siempre lo compro en las Mantequerías Leonesas, las de siempre, de toda la vida, en su punto, natural cien por cien, muy bien conservado...pero la molienda la hace este servidor, en el viejo molinillo de toda la vida, el de mi madre antes que yo , el de mi abuela mucho antes todavía...el viejo Andrés me lo pesa y me lo entrega en su bolsa de papel viejo y reciclado, la cierra con mimo y me cobra lo de siempre. No hay que comprar en exceso pues pierde en casa, mejor poco a poco, como mucho ese cuarto de kilo. Además está la necesidad de ir por el cuándo se acaban tus existencias...moler también la cantidad justa del día, nada más, el resto en un tarro de cristal opaco y cerrado herméticamente que hoy, en estos tipo de recipientes, hay autenticas maravillas.

No hay, para mí, nada mejor que el olor del café recién molido y eso que últimamente el dolor de las manos es tremendo. "Artritis reumatoide", me dijo el médico, el especialista que de eso debe de saber un montón; con ese nombre me puso un panorama desolador, dolor y más dolor, deformación y mas deformación hasta que las manos no puedan más y no pueda ni agarrar una taza...

Cuando salgo a la calle me pongo unos guantes especiales. Para que no se noten esos bultos en los mismos,  ni como los dedos están torcidos y retorcidos, como viejas ramas de un árbol centenario...una pena, cosa de familia, me parece que mi madre ya andaba, antes de su fallecimiento, con lo mismo, los genes. Siempre se hereda lo peor...

"Me viene a la cabeza la anécdota de que El rey Gustavo III de Suecia estaba convencido de que el café era un veneno. Y para demostrar su toxicidad condenó a un asesino a tomar café todos los días hasta que muriese y a otro delincuente le indultó con la condición de que bebiese té a diario. El experimento, que fue seguido por una comisión médica, resultó un fracaso: los primeros en morir fueron los médicos, después el rey, muchos años más tarde el condenado a beber té y por último el bebedor de café."

La vida es una delicia con un buen café por delante...

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