Friday, February 23, 2018

Ojala no hubiera abierto el armario.


Ojala no hubiera abierto el armario- pensaría mucho más tarde, derrengado, cansado y con las ropas hechas girones- ojala no se hubiera sentido atraído por el misterio de lo que encerraba el armario de la abuela, con su gran luna delante, con sus miles de cajones, con sus lugares oscuros y secretos, con sus olor a alcanfor y vainilla…

Pero la vida está hecha de pequeñas elecciones. Derecha o izquierda; la derecha te lleva a  encontrarte con el tío y la tienda de los helados de chocolate con topping; la izquierda te lleva a encontrarte con Pepón el bruto de la escuela y dos o tres capones mientras se ríe de forma loca y alucinada: Derecha o izquierda pero nadie sabe a dónde vas o cual era el resultado de tus acciones.

O abrir un gran, muy gran armario lleno de años de atesorar cosas o simplemente dormir la siesta y dejar pasar el tiempo de verano, tiempo que parece ralentizarse de  forma alucinatoria, perezosa, muy lenta; peor que una clase de matemáticas con Don Pedro y sus bostezos y sus extraños garabatos en la pizarra.

Decisiones. Para un crio de doce años las cosas son más fáciles. Así tumbado en la cama, sin taparte, hace calor, es verano, son las vacaciones en el pueblo (la crisis, le dijeron sus padres, no habrá playa esta año así que iremos a casa de los abuelos a pasar un par de semanitas, a que te de el sol y aprendas algunas cosas de la vida rural y etc.….) dando vuelta y vuelta como un cordero a la brasa, como había visto que hacían en una peli de aventuras en el desierto, el reflejo del espejo de cuerpo entero (se enorgullecía y mucho de su vocabulario, el más amplio de la clase, le gustaba encontrar palabras o frase interesante y meterlas como pudiera en sus conversaciones con los mayores que se quedaban lelos y lo miraban con cara de croqueta reventada) lo llamaba una y otra vez, una y otra vez…

Se puso boca abajo y medio grito en voz bajita. Se desesperaba. Oía como un murmullo lejano, las frases quedas, la conversación entre sus padre y los abuelos en la cocina, palabras que no se entendían pues atravesar los muros de piedra de la casa las dejaba hechas polvo. Hablaban además bajito, como con miedo de que alguien se enterase de lo que decían. Problemas, decían con aquel tono casi siniestro.

Las gallinas, más lejos todavía, estarían en el gallineros sentadas o picoteando la tierra, buscando un alimentos que se les escaqueaba.

La luna del armario le decía ven a mis brazos, dentro de esta fresquito, te devorare con camisa y todo, hay tesoros en mis cajones y secretos lucidos y hermosos en mis rincones a oscuras, ven, ven, te dejare contemplar todo y todo además se arreglara para bien ven, ven, necesito algo de un niño, su imaginación, su dulzura, su ilusión incipiente…

Los avisos de que no tocara nada se difuminaban como pasando por redes y árboles y ventanas cerradas.

Se dio cuenta que no se había quitado los mocasines al subir a la cama, un error, si lo veía a si su madre le reñiría con la voz de madre inteligente a un niño subnormal. Se los quito con desgana y pensó que descalzo nadie lo oiría…andar…se acerco al armario…abrió las puertas que chirriaron como el estertor  final y desgarrador de un moribundo…un soplo de aire fresco y alcanforado le inundo al nariz…

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