La búsqueda de la rima perfecta, de la palabra clave, de la
verdad centradora es difícil, muy complicada.
En la calle soleada a deshora por los miles de focos que,
sorprendidos, se encienden automáticamente ante el fallo de la célula
fotoeléctrica, bajo un sol de justicia. ¿Por qué de justicia? Un sol abrasador,
de los de casi verano, de los de achicharrarse a la sombra y derretirse bajo
él. Por eso en verano los invisibles desaparecen, se diluyen bajo el sol que
los transforma en gelatina y pasan a las aguas residuales, las fecales de toda
la vida, vamos, las aguas mayores, ¿Qué?, ¡esas!, las aguas de la caca y el
pis. Me niego a explicitar tanto las cosas. Que ya somos mayorcitos y las
rimas, las metáforas, las hipérboles, las antitesis se escapan y, después, ya
no hay quien las encuentre.
Llevo muy mal lo de las hipérboles, me caen fatal, no se
dejan. Tengo que disfrazarme de domador de fieras corruptas y con látigo y
silla de cocina para dominarlas, evitar sus zarpazos, llevarla al rincón donde
no puedan morderte con sus grandes colmillos de 25 cm. Para que después
cualquier lector que se las de diga que están mal colocados, que suenan mal… pues
que las use él, ¡diablos!
Es como eso de las rimas, dale con la rima asonante y la
gran rima consonante, o eso de contar los versos. Pues no, yo no los cuento,
tengo contador particular. Un jovencillo
imberbe, de los de antes, de hospicio y todo, son los mas agradecidos. Le das
un cachete y te cuenta hasta diez veces los versos, te clasifica las rimas,
corrige las “V y B” y, encima te hace la cena.
Pues eso, escapando de la biblioteca y de su polvo
histórico, hay quien dice que hasta escupen, por la calle, a las bibliotecarias
monas, me di de narices con el “no se que hacer, no se adonde ir, no se que quiero
comer hoy”. Y ¿Qué tendrá esto que ver esto con las hipérbolas?
Tropecé, pues, por la calle con los dos millones de zombis
modernos. Había, organizado por el ayuntamiento, cosa que a mi me parece muy
bien, la cultura donde sea y como sea, una sinfonía reglada por algo así como
de cincuenta mil bocinas. Desafinaban un poco pero llevaban un cierto ritmo,
algo parecido a una barcarola pero a lo cutre, a lo bestia. El director del la
sinfónica desafinaba, con su pito, un tanto, pero como no le hacían mucho caso pues
que daba mejor. La afluencia al acto público era enorme. Cada vez mas personas
en sus coches se sumaban al espectáculo y, claro, como estamos en una
democracia interna y vegetativa, el diré del pito los sumaba a la pieza
orquesta con tal mal resultado de que aquello mas que música era un dolor de
barriga. Pero no, era que tuve que poner los pies en polvorosa buscando un
retrete lo mas cercano posible, pues un servidor empezaba ya a atufar a jardín recién
abonado.
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