Friday, February 02, 2018

La rima perfecta.


La búsqueda de la rima perfecta, de la palabra clave, de la verdad centradora es difícil, muy complicada.



En la calle soleada a deshora por los miles de focos que, sorprendidos, se encienden automáticamente ante el fallo de la célula fotoeléctrica, bajo un sol de justicia. ¿Por qué de justicia? Un sol abrasador, de los de casi verano, de los de achicharrarse a la sombra y derretirse bajo él. Por eso en verano los invisibles desaparecen, se diluyen bajo el sol que los transforma en gelatina y pasan a las aguas residuales, las fecales de toda la vida, vamos, las aguas mayores, ¿Qué?, ¡esas!, las aguas de la caca y el pis. Me niego a explicitar tanto las cosas. Que ya somos mayorcitos y las rimas, las metáforas, las hipérboles, las antitesis se escapan y, después, ya no hay quien las encuentre.



Llevo muy mal lo de las hipérboles, me caen fatal, no se dejan. Tengo que disfrazarme de domador de fieras corruptas y con látigo y silla de cocina para dominarlas, evitar sus zarpazos, llevarla al rincón donde no puedan morderte con sus grandes colmillos de 25 cm. Para que después cualquier lector que se las de diga que están mal colocados, que suenan mal… pues que las use él, ¡diablos!



Es como eso de las rimas, dale con la rima asonante y la gran rima consonante, o eso de contar los versos. Pues no, yo no los cuento, tengo contador particular. Un  jovencillo imberbe, de los de antes, de hospicio y todo, son los mas agradecidos. Le das un cachete y te cuenta hasta diez veces los versos, te clasifica las rimas, corrige las “V y B” y, encima te hace la cena.



Pues eso, escapando de la biblioteca y de su polvo histórico, hay quien dice que hasta escupen, por la calle, a las bibliotecarias monas, me di de narices con el “no se que hacer, no se adonde ir, no se que quiero comer hoy”. Y ¿Qué tendrá esto que ver esto con las hipérbolas?



Tropecé, pues, por la calle con los dos millones de zombis modernos. Había, organizado por el ayuntamiento, cosa que a mi me parece muy bien, la cultura donde sea y como sea, una sinfonía reglada por algo así como de cincuenta mil bocinas. Desafinaban un poco pero llevaban un cierto ritmo, algo parecido a una barcarola pero a lo cutre, a lo bestia. El director del la sinfónica desafinaba, con su pito, un tanto, pero como no le hacían mucho caso pues que daba mejor. La afluencia al acto público era enorme. Cada vez mas personas en sus coches se sumaban al espectáculo y, claro, como estamos en una democracia interna y vegetativa, el diré del pito los sumaba a la pieza orquesta con tal mal resultado de que aquello mas que música era un dolor de barriga. Pero no, era que tuve que poner los pies en polvorosa buscando un retrete lo mas cercano posible, pues un servidor empezaba ya a atufar a jardín recién abonado.




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