Thursday, February 15, 2018

La visita del señor….


La visita del señor….

La pequeña estaba ya desahuciada por los médicos. La última recomendación era la santa extremaunción, poco mas podemos hacer, dijeron con pesadumbre al ser, además, amigos de la familia.

La niña, ocho o nueve añitos, tuvo… que se complico con una infección generalizada, estábamos en la década de los cuarenta y poco mas se podía hacer y conocer de antibióticos y demás.

Quedaba la oración constante, las promesas incesantes, las velas delante de altares sin cuento, el agua milagrosa del Jordán y la cruz milagrosa con el “Lignum Crucis”,  la misa casi diaria y el llanto sordo y duro, ese llanto que duele en el pecho, que parece una rata insomne que te roe por dentro y te va minando poco a poco hasta dejarte sin andar. Los hombres no podían llorar y eso era más duro, había que esconderse y a oscuras para rumiar el dolor y maldecir incluso a los días y los tiempos.

Desahuciada, encamada, los ojos casi siempre apagados, sin fuerzas ni para comer pues todo lo devolvía con dolor y sangre, y apagándose su vida como una velita en sus últimos momentos. Perdida la color, casi en los huesos…

Cuando despertaron se asombraron del cambio. La niña estaba casi bien, el color había vuelto a sus mejillas, tenía hambre. A las preguntas ansiosas de la madre les dijo que por la noche le había venido a visitar un hombre alto y fuerte, dulce y amable, que le toco en el pecho y le dijo que estaba buena, sana y debía jugar y jugar…no supo decir más, solo eso, una visita nocturna y, poco más tarde, recordó que el hombre iba con un niño al lado.

La fiesta fue impresionante, la felicidad y de nuevo las lagrimas, si, las lagrimas solo que esta vez de alegría, formaron un rio torrentera por las habitaciones, se abrieron las ventanas y se grito a los cuatro vientos que todo iba bien, que el milagro se había producido. La misa, por supuesto, fueron todos, niña incluida en los fuertes brazos del padre, para dar gracias por el regalo producido.

Los médicos se quedaron de piedra. Apenas fueron capaces de murmuran un “qué bien, mejor que mejor, no lo entiendo más que como un milagro”.

Empezaron los paseos para coger fuerzas, la mejor comida, los mejores pescados y el aceite mágico. En uno de ellos pasaron por delante de la Iglesia de San José, cerca de la plaza Cibeles. La niña ante la puerta insistió en entrar y tirando de ellos los introdujo. Se dirigió, como si supiera adónde iba, hacia la nave de la izquierda y se fue directa hacia la estatua de San Antonio donde se paro y la señalo con su dedito: “Mira, Este fue el señor que vino a visitarme por la noche y me dijo que estaba buena…”

Los padres cayeron arrodillados y rezaron de corazón. Huelga decir que a partir de entonces fue el santo de la familia y la Iglesia la de todos los domingos…


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