Una historia de invierno.
Os lo cuento tal como paso, no omito nada y nada añado.
Es invierno. Mes de enero ó febrero. Noche oscura amenazando
lluvia.
Invierno, es la hora de la cena. Todos reunidos en la mesa
del comedor, cenando...!no es lo más importante¡. El reloj da la alegre campanada de las
“medias”, son las diez y media de una oscura noche de invierno.
Pero no están todos en la casa. Solo está la madre y sus
cinco hijos. Falta el padre a causa de un largo viaje de trabajo por esas largas
rutas de España, algo de chatarra y barcos.
La casa está llena de risas, codazos, ruido de masticar o
sorber ruidosamente, insultos leves, ruidos, peleas entre bocado y bocado,
alguna llantina de los pequeños, algún cubierto que cae de la mesa...
De pronto alguien llamó a la puerta, sonaron tres golpes,
lentos, fuertes, secos y profundos, como con eco, resonaron por toda la casa.
Se hizo un silencio sepulcral en la habitación. Nadie se movió o hablo hasta
que el mayor, cumpliendo con su papel, se levantó y abrió la puerta. Un soplo de aire
frio, gélido, se coló de rondón…
"¡No hay nadie ¡"- dijo.
"Habrá sido algún vecino, cierra rápido que nos
enfriamos, siéntate y sigue cenando"-contestó la madre.
La atmósfera de la casa ya había cambiado de manera imperceptible.
No afloraban las risas, ni existían los juegos, ni el meterse unos con
otros. Algo opresivo sentían en el corazón cada uno de aquellos habitantes.
Al poco, volvieron a oírse de nuevo los tres golpes en la
puerta, incluso sonaron un poco más fuertes que la vez anterior. Esta vez el
chico mayor (trece años, moreno, grande, musculado) se levantó rápidamente,
casi tira su silla, y abrió la puerta como una exhalación. Al no encontrar a
nadie salió a la calle buscando al gracioso, buscó a derechas e izquierdas no
encontrando a nadie. Recorrió parte de la calle arriba y abajo de forma inútil.
"No veo a nadie. Se ha tenido que esconder muy bien. !
Como lo coja ¡"-dijo enfadado al tiempo que entraba tiritando.
"Algún gracioso. No hagas caso- respondió la
madre-déjalos pasando frió en esta noche"
El chico entró, cerró la puerta pero no se sentó. Se quedó
agarrando el picaporte con su mano derecha detrás de la puerta. Esperando
escondido. Presto a saltar a la mínima y, al tiempo, un cierto miedo o sorpresa
brillaba en sus ojos gris-verdosos que refulgían como los ojos de los lobos
cuando van de caza.
Una vez más los golpes volvieron a sonar. Por tres veces
alguien llamo fuertemente haciendo moverse la puerta en sus bisagras. Nadie se pudo mover durante los
segundos que duró la llamada, ni el chico que estaba con los nervios a flor de
piel agarrando el pomo. Nadie se movió, nadie hablo, contuvieron hasta el
aliento. Se podría decir que nadie respiró en esos instantes.
Cuando se hubo extinguido el eco sordo del tercer golpe el
chico salió de su estupor y abrió la puerta con violencia. No había nadie. Una
ráfaga de aire tibio entró en la casa. Había un total desconcierto en su
rostro. Salió presto a mirar y nada, nadie en la calle, nadie…
"No tengáis miedo- dijo la madre, siempre sentada en su
lado de la mesa, reconociendo un tenue aroma en la brisa y presintiendo algo
esperado- es seguro la tía Antonia que acaba de morir y a venido a decirnos
adiós en su nuevo camino. Recemos un padrenuestro por su alma".
Cinco niños y su madre rezaron alrededor de una cena
inacabada.
Al dia siguiente, de una pequeña y hermosa aldea gallega
llamada La Hermida, cercana al Miño, una llamada de teléfono les comunicaba la
muerte en paz de la tía Antonia que se había producido sobre las diez y media
de la noche anterior.
Que cada cual tenga sus conclusiones. Lo cuento tal y como
paso. No quito nada, no añado nada.
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