La lluvia ha sido diluyendo la nieve, limpiando y lavando
las calles y aceras. También ese grupo de barrenderos ha tenido algo que
ver con el asunto y esa maraña de hilos
de humo de las calefacciones centrales de los edificios que trabajan a toda
marcha como si fueran las calderas del infierno.
Hace mucho que no os hablo de Mara, mi Mara. Ya con quince
años es todo mi orgullo y una pasión; no le va muy mal en la escuela, sus
amigos bastante discretos tirando a frikis y su metro setenta pues le sientan
muy bien. No le gusta que hable de ella y, mucho menos, que escriba de ella,
por eso esta ausencia notable de sus “hechos y aconteceres”. Me lo pidió
encarecidamente ya hace tiempo de forma seria y tuve que hacerlo, no me quedó
mas remedio. Lo sentí porque era una forma de llevar el diario de una hija, su
crecimiento, sus andanzas, su vida, parte de mi vida y sentimientos.
No le gustara cuando lea esto, se lo había prometido
pero…hay cosas que necesito contarlas, soltarlas y reírme otra vez mas. La noto
detrás de mi quejándose por lo bajini y recordándome mi promesa pero le digo
que es Navidad, que un relato de Navidad bien vale la pena y, negando con la
cabeza se va…
Así que allá va, Y con este OS DESEAMOS UNAS FELICES
NAVIDADES Y QUE EL NUEVO AÑO OS COLME A TODOS DE TODOS VUESTROS DESEOS Y ALGUNO
MAS DE PROPINA, Mara incluida aunque no le guste mucho y musite aquello de la
cárcel para los invasores de la intimidad de los jovenes.
Todo empezó por la necesidad, es otoño, hace frio y la
lluvia aunque no ha venido con ganas se adivina en el horizonte, de unos
botines. Allá se fueron su amiga del alma para toda la vida de esta semana o este
mes y ella. Toda una santa tarde para comprarlos, desde las cuatro
a las diez de la noche. Y volvieron con ellos y, claro, pasó lo que tenía
que pasar: que hay que cambiarlos. Me explico. De entrada se compró unos botines
mas que bajos y muy abiertos pero… con un taconazo; no un tacón para empezar a
ponerse zapatos altos, no, un taconazo de padre y señor mío. Si al menos
hubiera sido un tacón de esos gruesos tipo pata de elefante, o a lo todo lo ancho
del botín, pero no, casi de los de aguja. Muy bonitos zapatos, preciosos,
elegantes… Imposibles de ponerse. La prueba, según ella, fue muy buena en la
zapatería pero en casa, delante mi, haciendo el largo pasillo pues fue más que
penosa. Si no se cayó más de seis veces en diez metros pues…se cayó siete u ocho
o diez. Terminaron por dolerle los pies y los tobillos y se convenció, yo no dije
nada, mutis absoluto…
A por el cambio y, cómo no, esa vez fui con ella. No opuso
resistencia, no dijo nada, más bien sintió un cierto alivio. Un día de frio
pero con el sol claro y brillante, un sol que no calentaba nada pero que, al
menos, alegraba el ánimo. Buscamos en la tienda y encontró unos realmente
botines, con una pequeña cuña de unos dos o tres centímetros que le gustaron.
Yo ni muuuu, miraba, asentía o negaba con la cabeza con actitud un poco pasota.
Así que, yo, los cojo rápido y a la cola para el cambio con la bolsa con los
viejos en una mano y los nuevos y reales botines en la otra. Media hora de fila
india. Es Navidad y todo el mundo está de compras o cambiando cosas. Llego y la
chica muy amable no pone problemas, más bien se sonríe. Me da dos tickets, el
del nuevo producto y el de la devolución y me devuelve dinero. Mara, a mi lado,
brillándole los ojos, y viendo que ha sobrado algo de dinero pues que quiere
una camiseta que, por favor, que es preciosa, que le llega lo que ha sobrado,
que le deje comprársela, que la necesita,
que le vendrá muy bien, que porfá….porfá… se compro la camiseta, una
color verde mierda, perdón por la expresión, con el adorno de unas cadenitas
que la cruzaban. Claro, y, yo, a la cola una vez más, la segunda, para pagar la camiseta del diablo. Así que
allí me veis por segunda vez a la cola, media hora como no en fila india, es
navidad y todo el mundo pues a comprar o a cambiar cosas. Llego a la vendedora
que me mira sorprendida, ya somos como viejas conocidas, y luego sonríe al ver a la niña, lo entiende,
lo caza al vuelo. Me cobra, hay que poner más dinero. Voy a reñirle por medio
engañarme pero Mara ya no está a mi lado, es magia, es una cría de quince años
volatilizándose en el momento adecuado. La chica le quita la alarma y como si
se le encendiese una lámpara en la cabeza me recuerda los botines que antes
había comprado. Se los enseño y dice: “mire es que han cogido dos derechos”.
Mara se queda colorada, magia potagia de repente aparece a mi vera, y baja los
ojos al suelo, como siempre. Le pido que vaya a por un izquierdo y, por si las
mosca, me coge uno y se va a la caza del izquierdo que deben ser difíciles de
conseguir. Vuelve con la pareja, la chica sonríe y pensara que hizo su buena
obra de la mañana. Mara encogiéndose de hombre me dice que está un poco patosa
hoy pero que está muy contenta con la camiseta. Los botines también, me añade
voluntariamente.
No hay dos sin tres y, aprovechando que el Manzanares pasa
por Madrid, y la hora que es a por un pijama. Ella, al principio, un poco
reticente, pero que remedio le queda, le hace falta y es invierno.
En Woman XXX entramos, cogió un montón y al probador. Una
hora probando pijamas. Yo, fuera, consumiéndome, bueno, mirando opciones de
futuros regalos y encontrando cosas interesantes, buenas ideas y buenos
precios.
Salió satisfecha, una hora mirándose y requeté mirándose en
un espejo de cuerpo entero debe dar para mucho ego; dejó todo en un montón apilado
menos el pijamita rosa de la Pantera Rosa (si es que es una cría, la de siempre
por mucho que quiera disimularlo). La musiquilla me entro en la cabeza, la oí
como si estuviera sonando por la megafonía del local (ta-ra, ta-ra, ta-ta…). Allá
me voy a la cola, la tercera, otra media hora en fila india, ya se sabe, es
navidad y la gente compra y cambia.
Llego y me dicen, que esta rebajado, mejor que mejor, buena compra si Mara no
se entera. La chica me cobra, dobla la ropa y al meterlo en la bolsa aparece un calcetín bajo, oscuro, sucio, yo
diría que un poco maloliente, que me sonaba. La chica en voz baja y media
sonrisa me dice que alguien debió de perder un calcetín y yo, medio en broma, me
giro y le pregunto a Mara si no habría, por casualidad, perdido un calcetín. Mi
sorpresa, ¡la cara que debí de poner!, fue escuchar a Mara decirme que sí, que
había perdido en el probador un calcetín. Le señalo el de la chica del mostrador
y sonriendo lo coge y me pregunta a mí, ¡a mí!, ¡a mí!, que de donde lo habíamos sacado, que ella lo había estado buscando inútilmente,
que no sabía donde lo había puesto. Yo, en mi fuero interno, solo oía “perder
un calcetín en el probador, un calcetín en el probador, un calcetín…” al tiempo
que me tronchaba de risa. Mara roja como un tomate y la chica, que buena
persona, tratando de arreglar algo la ridícula situación de la cría, diciendo
que era normal que no sabía yo lo que llegaban a encontrar en los cubículos de los
probadores al terminar el dia, no sabe usted y yo, de verdad, no quiero
saberlo.
Salí del local riendo para gran cabreo de la niña y no pare
de reír por todo el camino mientras ella se iba encendiendo más y más y solo
decía que estaba muy patosa, que era uno de esos días patosos….
Pero con sus botines de rebajas, la camisa añadida y el
pijama... ¡ah! y el calcetín recobrado.
No comments:
Post a Comment