Mara y el tío Gerardo.
Después del éxito de la redacción sobre la Santa Compaña , Mara
decidió recopilar viejas historias familiares. Ni corta ni perezosa empezó a
interrogar a todo conocido, los llamaba por teléfono, les enviaba cartas, les
exigía que le escribiesen cosas raras. Pero tuvo poco éxito, ninguno diría yo.
Entonces, cuando empezó a desanimarse, le indique que
hablase con Gerardo, mi hermano mayor. Creo que era al único al que no se había
atrevido a importunar por una especie de respeto o algo más. Gerardo se auto
invito a una cena y contó lo que Mara después recogió en su cuaderno:
"Lo cuento tal como pasó, no omito nada y nada añado.
Invierno. Mes de enero ó febrero. Noche oscura amenazando
lluvias.
Invierno, es la hora de la cena. Todos reunidos en la mesa
del comedor, cenando...!no es importante¡
Pero no están todos. Está la madre y sus cinco hijos. Falta
el padre a causa de un largo viaje de trabajo.
Risas, codazos, ruidos...
De pronto sonaron tres golpes de llamadas en la puerta,
lentas y profundas. Se hizo el silencio. Nadie se movió hasta que el mayor se
levantó y abrió la puerta.
"No hay nadie "- dijo.
"Será algún vecino, siéntate y cena"-contestó la
madre.
La atmósfera de la casa ya había cambiado. No quedaban
risas, ni juegos, ni el meterse unos con otros. Algo opresivo se sentía en cada
uno de aquellos habitantes.
Volvieron a oírse los tres golpes en la puerta. Esta vez el
chico mayor (trece años, moreno, grande, musculado) se levantó rápidamente y
abrió la puerta como una exhalación. Al no encontrar a nadie salio a la calle
buscando al gracioso, buscó a derechas e izquierdas no encontrando a nadie.
"No veo a nadie. Se ha tenido que esconder muy bien. !
Como lo coja ¡"-dijo enfadado.
"Algún gracioso. No hagas caso- respondió la madre-déjalos
pasando frío en esta noche"
El chico entró, cerró la puerta pero no se sentó. Se quedó
agarrando el picaporte detrás de la puerta. Esperando. Presto a saltar a la
mínima y, al tiempo, un cierto miedo brillaba en sus ojos verdes.
Una vez mas los golpes volvieron a sonar. Por tres veces
alguien llamo fuertemente. Nadie se pudo mover durante los segundos que duró la
llamada. Nadie se movió. Se podría decir que nadie respiró en esos instantes.
Cuando acabó el tercer golpe el chico salió de su estupor y
abrió la puerta con violencia. No había nadie. Una ráfaga de aire frío entró en
la casa. Había un total desconcierto en su rostro.
"No tengáis miedo- dijo la madre, siempre sentada en su
lado de la mesa, reconociendo un tenue aroma en la brisa y presintiendo algo
esperado- es seguro la tía Antonia que acaba de morir y ha venido a decirnos
adiós en su nuevo camino. Recemos un padrenuestro por su alma".
Cinco niños y su madre rezaron alrededor de una cena
inacabada.
Al día siguiente, de una pequeña y hermosa aldea gallega
llamada La Hermida, una llamada de teléfono les comunicaba la muerte en paz de
la tía Antonia que se había producido sobre las diez y media de la noche
anterior.
Que cada cual tenga sus conclusiones. Lo cuento tal y como
paso. No quito nada, no añado nada."
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