Mara y los Ángeles.
Cuestiona todo, todo. Se le mete en la cabeza que es
adoptada y me lo suelta a la hora de la comida. Después, en la cena, se dirige
a su padre y le pregunta si no es muy incomodo
tener los testículos, ahí, colgando. Antes de ir a la cama anuncia que
cuando tenga dieciséis años se independizara y se pondrá un "piercing"
o dos o tres, que ya vera. Pregunta y pregunta, pero todo al aire, sin esperar
respuestas. Lanza la cuestión, te da el soponcio y ella pasa a otra cosa como
si nada, sin darse cuenta del torbellino que deja detrás.
La verdad es que respiro cuando esta o dormida o en el
colegio. Es un vendaval en casa y no se de donde saca todas esas ideas.
Esta noche ha estado especialmente negativa. Me ha dicho, muy seria ella, que no
cree en los Ángeles, que son cuentos de niños pequeños para mentes absurdas y
que es muy negativo meter esas ideas en la gente. Le dije a cuento de qué venia
eso, sobre todo de ella que le rezaba a "Yéhuia", su ángel de siempre y que yo
estaba convencida que si existían, siempre protegiendo a los niños. Hay muchos
peligros en la vida- le dije- y solo los Angelitos son capaces de cuidarlos mínimamente.
Sobre todo a ti, que mucho lo has necesitado.
Me preguntó, por supuesto siempre tiene una pregunta más que hacer, cuando se pierden, que cuando
los niños pierden a su ángel.
Le respondí, cuando el niño se hace mayor, cuando pierde la
fantasía y la inocencia y los ojos se ponen turbios.
Ella, rápida y con un brillo especial en los ojos, repitió
lo que dije y añadió: que entonces yo ya
no lo tengo, ya me habrá abandonado.
Me quede perpleja, sin saber que decir por unos segundos.
Reí y le recordé su canción, la de los angelitos, la de la camita vieja, la de
los tres o cuatro años:
“Cuatro angelitos
Tiene mi cama,
Cuatro angelitos
Que me la guardan”
No se acordaba de la canción, la tenia olvidada, huida en
otros mundos más de aquí, más pedestre.
Mara, le añadí: “Tu nombre es Mara, “La romántica”. Tu ángel
“Yéhuia” y no te dejara nunca, hagas lo que hagas, lo mismo que yo, no te
podrás librar tan fácilmente de tu madre que te quiere, aunque tengamos que
aguantar tus hormonas locas y alteradas, tu mal humor o tus travesuras, aquí
estaremos siempre contigo, para siempre. Siempre podrás contar conmigo así que
no te preocupes y duérmete en paz”.
Le di un beso en la frente y apague la luz.
(Esta mañana, acabo de regresar, le he comprado una
campanita de plata, un llamador de Ángeles. Se lo daré en la noche, al
acostarse).
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