Wednesday, January 29, 2014

Sentado en la mesa de la cocina.


Está sentado en la mesa de la cocina, con aire ausente, la mirada perdida en la silla vacía del otro lado. En su lado un plato con la pobre cena de esta noche. Un vaso rojo de cristal medio lleno es la única nota de color de la mesa.

 
En frente, en el otro lado, con una silla vacía, sobre la mesa de formica blanca, un plato vacío, unos tenedores y un vaso también vacío.

 
Cada vez que lleva algo a la boca siente como una puñalada en el hígado. Come sin ganas, mirando el  asiento vacío de enfrente.

 
La echa de menos. Ya pasaron más de dos años pero sigue echándola de menos. No le perdona el que se hubiera ido sin el.

 
Para él, el dolor no es de ese insulso músculo que es el corazón. No. El dolor es algo muy complejo, hecho de extrañas combinaciones químicas, de hormonas, de proteínas, de feromonas, de ácidos y peaches que se combinan y destruyen, de potasio y hierro, combinado todo con unos porcentajes de ausencia. Por eso el corazón,  con su heridita, no es el dolor. El corazón no sufre. EL sufrimiento es una patada directa al hígado, una puñalada al hígado, un retorcerse de riñones  e hígado.

 
Todas las noches, con la caída del sol,  hace el mismo ritual, pone la mesa para los dos, se hace, tristemente, el filete a la plancha, unas pocas patatas fritas y un trocito de tomate. Se sirve, casi siempre, un buen vaso de vino, el de la aldea, sin bautizar y sin química. Antes hacia cena para dos pero todo terminaba en el cubo de basura. Se siente inútil y solo, se siente como un superviviente de una gran traición al que le queda cenar como una rutina de años y la soledad inmensa.

 
Come en silencio, mirando al vacío.

 
Sabe que la muerte es una gran broma cósmica. Que la gente debiera morir a pares o en tríos o en grupo, que dejar una pata colgando sobre un triste planeta es una injusticia y un sinsentido.

 
Y, a veces, incluso odia a su mujer por dejarle, por abandonarle antes de tiempo. Quisiera seguirle allí donde estuviese, seria tan fácil, pero su educación le dice que matarse es el único pecado que jamás, jamás, le seria perdonado y sigue viviendo con la silla enfrente vacía y esa copa de vino medio llena de algo que, realmente, no es vino y que no tomara nunca…y la esperanza de que, con la noche, le haya llegado la hora final y, con ella, el final de la soledad y de esa espera, segundo a segundo, de la muerte que no le visita.

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