Mara y la
llamada.
Mara me
pidió el móvil para llamar a una amiga. El fijo no nos funciona desde hace unos
días, avería en la central, nos dijeron, y en estas estamos. Ella no usa el
suyo, de tarjeta, para llamar, nunca,
siempre prestado el mío o el de su padre, pues siempre está a cero o, lo que es
peor y no me gusta nada, con “adelantos” que significa que cuando se le hace la
recarga mensual acordada pues la mitad se le va en devolver los adelantado y el
resto yo creo que le dura menos de un día.
Le dije
donde estaba y cogiéndolo llamó. Espera que te espera, cuelga y me dice que le
salió el contestador de voz. Lo intenta una segunda vez y tres cuartas partes
de lo mismo. Le aviso que si sale el contestador pues para mi factura de final
de mes es como una llamada así que cuidado que ya la conozco.
La conozco,
claro que la conozco, como si la hubiera parido que así es en efecto. No
pasaron más de unos treinta segundo cuando quería volver a llamar cosa que no
le deje. Puso morritos, su famoso “porfa…”, su más que famoso “es el último
intento…” y, a partir de ahí, que necesitaba hablar con ella para quedar, que
si los trabajos, etc, etc, etc…
La conozco,
claro, así que no me extraño que mi móvil hubiese desaparecido de donde estaba
casualmente en el mismo tiempo que Mara tenía que ir al servicio, anunciado así
bien de forma ostentosa y sonora, bien alto para que yo la oyera y los vecinos
de todo el edificio. Salió disimulando y sin sorprenderse de encontrarme a un
metro de la puerta del cuarto de baño con las manos en jarras y dispuesta a
echarle la bronca por mentirosa y tramposa. Me miro con pena y me dio el
teléfono diciéndome que seguía saliendo el contestador y que se estaba
preocupando mucho por la amiga Lorena pues, la verdad, me dijo, es que tiene un
problema muy grande en casa. La mira con dureza y le dije que jamás, jamás de
los jamases me cogiese el móvil sin permiso. Con la cabeza gacha se fue al
salón donde puso la tele mientras yo me lo guardaba y lo tenía conmigo misma.
Poco duro la
paz. Bueno, exactamente diez minutos, el tiempo justo de lavar cacharros. Mara
volvió a la carga con el móvil y la
llamada, que estaba angustiada, que si la quería ver bien que por favor la
dejase llamar. Le dije que no y, sin quererlo, mi mano fue al bolsillo de la bata
y se lo di, una mas y es la ultima.
Le seguía
saliendo el contestador. La note preocupada, inquieta, a saber que pasaba o era
solo que así no podía quedar con Lorena, hora y lugar, conversaciones de
chicas, quien sabe si despellejando a alguien o hablando de algún que otro
noviete, quien sabe.
Salimos a
eso de la seis, dar un buen paseo, que menos, a ver si así se le pasaba la
perra de las llamaditas. Mara vino conmigo, lo que me extraño pues lleva tiempo
rehuyéndonos un tanto, ya es mayor para salir con los padres, que dirán los
suyos si la ven así como una niña pequeña. Vimos escaparates, entramos en
tiendas, pensamos en los regalos de reyes para Ed y Javi y ella, el detallito
para Noel, poca cosa, algo muy baratito y que no desentone, alguna tontería de
más para el árbol y, eso sí, compre, como todos los años las figuritas para
meter en los roscones de reyes…cada cinco minutos me pedía para intentar llamar
y, claro esto, no y no y no… ¡para eso venia conmigo!
A las siete
llamo de nuevo y de nuevo le salió el contestador de llamadas de la amiga. No
que estuviese apagado o fuera de cobertura (la de cosas nuevas que aprendemos y
utilizamos sin casi enterarnos, quien lo diría hace tres o cuatro años) no,
directamente el contestador. Algo raro por supuesto pero…
Lo cogí para
guardarlo cuando por curiosidad mire la lista de las llamadas salientes. Me
agarre las tripas de las ganas de reír que me entraron al ver los números pues
el numero de Lorena no aparecía por ninguna parte y si el mío, el mío propio,
el de mi propio teléfono. Mara pensó, me lo dijo mas tarde, que me había dado
un ataque de locura mientras me preguntaba porque me reía de esa manera, que la
gente nos miraba raro, que parase por vergüenza…yo, a lo tonto, no podía parar
de reírme, casi ni podía hablar y mucho menos de mover los pies, gruesos
lagrimones empezaron a correr por mis mejillas salpicando el suelo. En un
descansito le enseñe el móvil y la lista de teléfonos. Lo miro sin entender.
“Mira el
ultimo numero al que TU has llamado, al que TU llevas llamando media tarde”
“Es tu
numero, mami”
“Y… ¿Quién
ha llamado a ese número en vez del de Lorena una y otra vez?...”
“¡Dios mío,
que error!”
“ Di más
bien un horror!-le dije mientras recobraba el sentido y me sentaba, agotada, en
un mugriento banco de la calle de Bravo Murillo- ¿Qué te pasa para estas
tonterías, cielo?”
“Pues no lo
sé, no lo entiendo, de verdad. Por favor no se lo digas a nadie, promételo. Es
que no entiendo lo que he hecho”
“No pasa
nada- le di el móvil-llama pero por favor marca al número correcto de tu amiga”
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