Me desperté con el corazón encogido.
Un alarido frió y largo se oía en mi mente, con deseos de apuñalar la luna pálida.
Carámbanos de hielo azul perforando el cerebro. Dolor agudo en el pecho.
Me faltaba el aire oyendo hipnóticamente como subía y bajaba, ondulaba, crecía, se alargaba el gemido...
Boqueaba buscando el oxigeno que no entraba en mis pulmones paralizados.
Al fondo, en una cadencia casi salvaje, casi inaudible, acordes de guitarra española llevando el llanto, el grito, el alarido, la canción a los altos picos nevados de la sierra andaluza,
O acunando dulcemente el desgarro del alma o los vapores del anís o el despecho del desamor.
Era como estar en lo alto de una montaña rusa de emociones encontradas,
Con el alma atenazada en ese segundo en que la tierra nos reclama a toda velocidad.
Una mujer cantaba por seguidilla en la radio-despertador.
Una mujer hecha de hielo por el dolor de la música, hecha fuego por el sentimiento
Que, a borbotones, salía de su garganta y subía hacia el cielo redentor capturándome en volutas y espirales que huían de la noche estrellada...
Las ocho y media, con el ánimo destrozado al trabajo, un día más. ¡Pero que bien cantaba!
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