De sorpresa en sorpresa.
En la calle, me asomaba a la ventana de mi apartamento ante
la buena tarde que quedaba, los cuatro rascacielos destacaban al fondo como
saetas energéticas hacia el universo desconocido. Me fije en un coche medio
escondido detrás de un árbol, en la zona del parque que muchas parejitas usan
para tener un poco de intimidad, muy escasa por cierto por las alturas de los
piso vecinos que circunda el mismo; coche por lo demás bien conocido por ser de
uno de los vecinos del bloque. Un mercedes gris plata, sin adornos, bastante
baqueteado y que no pega ni con cola en esta zona.
En el asiento del conductor un hombre no muy mayor, pasando
de la treintena, mal encarado, físicamente poca cosa, el del quinto B, con mala
fama, de borracho, pendenciero, traficante en pequeña escala y con denuncias, de
ladrón y además, o eso se decía, de maltrato. La mujer cansada de recibir por
todos lados se había ido con los dos niños tratando de salvarlos del tipejo
hacia ya varios meses.
En el del acompañante una chica bonita pero extremadamente
joven. Sé que tenía quince años en ese momento porque también la conozco pero
desde la distancia. Vosotros, amigos lectores, le podríais poner trece o
dieciséis que tanto daría. La mano derecha del conductor se aproximaba
peligrosamente por detrás de los hombros y su cabeza se inclinaba hacia ella
hablándole y con una sonrisa de caimán de las películas de Disney, mientras con
la otra mano gesticulaba exagerada y
artificialmente.
Nada del otro mundo, la eterna historia de siempre. La niña que quiere jugar a ser mujer antes de
tiempo y el sinvergüenza al lado.
Iba a entrar y cerrar la ventana cuando me sorprendió la
llegada del padre de la niña, porque en fin, es la aventura de una niña que
juega a ser mayor, a reafirmarse y enfrentarse a todos, sobre todo a sí misma.
Un hombretón mayor, canoso, de barriga cervecera, tan cargado de hombros que
parecía tenia chepa, se le veía cansado y triste, fatigado. Otro vecino en
busca de la cría de sus ojos que tantos disgustos le iba dando, hay tantas
historias tristes en este barrio, tantas repeticiones de lo mismo. Se puso
delante del coche y llamo fuerte a la Sindi, así se llama la chica, sí señor,
Sindi. Le hizo gestos para que saliera del coche y se fuera con él. El
conductor, ante aquello, puso la mano en la rodilla de la cría y le dijo algo
bajito. Abrió la puerta con parsimonia y sin prisas, muy lentamente, salió del
coche pero como parapetándose en la misma.
“Váyase a casa abuelo, la chica se queda conmigo, quiere
quedarse conmigo. Ya ira más tarde a casa y téngale la cena caliente seguro que
tendrá hambre”, le soltó como si nada, con una chulería que rallaba en lo más
sangrante.
El otro bajo la cabeza, inspiro profundamente y volvió a
llamar a Sindi, que a casa, que la cena estaba en la mesa…con las palabras avanzaba
un par de pasos de forma temerosa, como con miedo.
El chulo ante la situación pasó por delante de la puerta del
coche y con gesto rápido, muy de película de serie negra americana, saco de la
parte trasera de la ropa una pistola que dirigió hacia el hombretón.
“Ni lo intentes viejo, piérdete de una puta vez, lárgate y
déjanos, no le pasara nada malo, ya
sabes, cosas de la vida y del crecimientos, de las hormonas revueltas y todas
esa cosas”, mientras lo decía le miraba directamente a la cara. Al cabo de un
par de segundo se volvió con media sonrisita a Sindi y con un gesto de la otra
mano, la tranquilizaba y le insistía en que se quedase donde estaba.
El viejo se notaba, lo veía desde mi altura como una reina
en su castillo a prueba de asedios y batallas, amedrentado ante el arma. Mi
alma en un puño, lo confieso. Reculó medio temblando, giró y se iba a marchar por
donde había venido cuando debió de pensárselo mejor o, tal vez, es suposición
mía, ya estaba demasiado cansado de todo y de tantos problemas, desencantado
con una vida que se las prometía muy felices y que solo era un engañabobos,
como él, como tantos como él. Pienso que en ese momento deseo la muerte como
una liberación, descansar, dormir para siempre sin preocupaciones, sin
problemas, sin discusiones, sin tener que buscar a su niña, sin tener que oír
insultos e imprecaciones por dineros que faltaban, sin sustos por algo de las
joyas de la mujer que faltasen y que al final había terminado en la casa de
“compro oro”. Se paro mirando el suelo, encogido de hombros, medio temblando (a
lo peor la que estaba temblando era yo desde mi ventana).
Se volvió.
“¡Que valiente tu con un arma en la mano ante, como bien
dices, un viejo como yo! ¿Es esa tu fuerza? ¿Es esa tu valentía? ¿No tienes
otra cosa?...¡¡Sindi!! Mira al cobarde de tu “novio” amenazando con una pistola
a tu padre, a tu viejo padre. Solo se atreve escudándose en una pistola, no
vale para nada sin ella, es basura, Sindi, tu madre te espera y yo ya sabes que
también…vente, deja a ese y todo lo que representa que, al final, ya ves solo
es cobardía, pura cobardía…no hay más que maldad y vacio en ese tipo, no vale
la pena por unos segundo de libertad como piensas…”
Conforme hablaba iba
avanzando lentamente hacia el cañón de la pistola, los brazos abiertos
de par en par como dos escuálida alas de un ángel perdido en la tierra,
encadenado a los muros por una vieja cadena oxidada y deseando más que nada la
muerte, la liberación. Avanzó poniéndose enfrente del chulo, la pistola le
rozaba el lado derecho del pecho mientras seguía llamando a su hija metida en
el coche y las palabras se le iban mezclando con las lagrimas que no podía detener,
llanto de miedo o de dolor, o de esperanza:
“Sindi ven, Sindi ven con tu padre, Sindi ven…por favor
hija, ven…”
El chulo, de verdad que no me acuerdo de su nombre por mucho
que lo intente, la cabeza no da para mucho a estas edades, ahora se, que está
huido de la policía por no sé que de una agresión, no sabía dónde meterse, la
situación se le había ido de la manos y no entendía como aquel tipo viejo, un
desecho ya de todo, no tuviera miedo, no hubiera salido por patas como tantos
otros ante él y su pistola, y en su cabeza las disyuntivas de acción se iban
acabando. La primera era pegarle un tiro que sería la muerte y la condena de
él, por otro huir sería un desastre para su fama y su negocio y no digamos su
último capricho, a la chica, Sindi, que ya la tenía en el bote, carnecita
fresca y tierna como le gustaba presumir, y no iba a quedar nada bien.
En esto se le abrieron los ojos como platos cuando recibió
el primer bofetón, instantáneo, brutal, seco y duro…”Dispara si es eso lo que
quieres, dispara gilipollas”…atónito comprendió que el vejete le había pegado,
le había abofeteado, delante de todo el barrio, delante de su nueva conquista,
delante de la pistola que apuntaba al corazón. El dedo fue al gatillo y empezó
a apretar con furia pero de forma contenida. Su mente se volvió roja de ira y en
esas estaba cuando noto, más que sintió, el segundo bofetón, un poco más flojo
y débil….
Lo mire como giraba brusco la cabeza hacia su izquierda, dos
o tres segundos nada más. De forma automática, asomándome aun más, mire en su
misma dirección. No vi nada. Escuche el lejano eco de las sirenas de la policía
que se acercaba. Volvió el rostro hacia el hombretón que lo miraba desafiante,
como con una careta de papel cartón y, de improviso le golpeo con la culata de
la pistola. El viejo ni se inmuto. Grueso goterones de sangre empezaron a
correrle por la mejilla.
“No vales la pena, viejo”, con esas palabras y un gesto como
de desagrado y sin dejar de apuntarle se fue hacia el coche, paso por la puerta
abierta del mismo cuando “el viejo” en un último acto se lanzo como un miura
contra la misma cogiendo de lleno entre la puerta y la estructura del coche al
chuleta en plena huida. El ruido de huesos y metal fue tremebundo, el grito fue
terrible. Aun así se metió como pudo y, rápido, salió en estampida, a cien por
hora sin mirar ni a nada ni a nadie….el
asiento del acompañante iba vacio….
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