Al fondo de la residencia, en el jardincito trasero, se
ve una pequeña tapia por la que asoman varios limoneros, llenos, llenitos de
fruta que dorada y apetitosa, y un naranjo que parece viejo y triste, unas
pocas naranjas medio secas aun quedan en lo más alto del mismo.
Enfrente, en el banco de madera, ya casi sin pintura,
medio húmedo, se sienta Andrés con sus gafas de culo de botella, su gorra de
pico, no se la quita ni en verano, y su grueso abrigo ya descolorido; ya con su
ochenta años y sus miles de achaques solo le queda el dormir bien, cosa que
hace, hacer de vientre como el dice y mirar ponerse el sol todos los días
esperando poder verlo otra vez si le dejan las maluras y ese Dios al que reza
cuando se acuerda. Habla con su mujer
Adelfa, tan mayor como él, encogidita como un pasa seca, toda llena de arrugas,
con los ojos hundidos de tanto llorar y penar, su media sonrisa bonachona y su
chal negro de siempre, el que le regalos como novios.
Andrés le habla con frases cortas, puñaladas traperas, casi
sin resuello. Como habló toda la vida casi sin saberse expresar pero diciendo
más de lo que le parecía; como si hubiera que sacarle las palabras con pinzas
de acero al rojo vivo.
“Los niños vienen
cada vez menos….Es una vergüenza….Al principio venían todos los fines de
semana….Claro, ya tienen su herencia,
todo…Pero los echo de menos….Casi no recuerdo a los nietos…..Hoy hace un tiempo
muy bueno….Tengo los pies fríos ¿y tú?.... ¿Necesitas algo?, te lo puedo
traer…Hoy en la cena, como siempre, crema de zanahorias y pescado….Donde este
un buen chorizo del pueblo o un poco de ese vino peleón y acido de la aldea….mira
el sol como se enrojece y agiganta, hermoso a su manera…..alguna guerra lejana,
algunos muertos como decía mi madre que en paz descanse…la mano derecha me
duele un carajo…el médico me cambio el calmante, no sé qué pero me hizo bien…la
Loreto se peleo con los Gómez por culpa del periódico…una vergüenza lo de estos
que se creen los dueños de la residencia….ya se va hundiendo, pronto nos
llamaran para el comedor….tengo hambre pero la crema de zanahorias que se la
metan por…perdona, ya sé, no debo hablar mal….a Xavi se le murió el perro, me
lo dijo por teléfono no sé cuando, por la noche, tu dormías….la tarde va
dejando paso a la noche….¡qué bien se está aquí!....¿oyes a la Loli llamando?
Que pesada la pobre, siempre preocupándose por si cogemos frio….que mas da un poco de frio o no a nuestra edad….como
con el azúcar, ¡que me dejen echar el azúcar que me de la gana!…..ser viejo es
una lata….los niños no vienen a vernos….nos quedamos solos en el mundo, tu y yo….la
que hemos pasado con ellos y abandonados al final….lo bueno es que están bien
colocados y sus familias son buenas y aguantan…la mano derecha se me está
poniendo imposible, menos mal que no tengo que hacer fuerza….ayer no fui al
váter, espero que hoy si vaya sino tendré que pedir un laxante….¿De verdad no
necesitas nada?....Nos llaman, ¿vamos?...si, mejor ver terminar como sol se
va….¿Qué te quieres quedar un poco más?.....ya es de noche, todo esta oscurecido
y el relente es muy cabrón….¿que me vaya yo solo?....sabes que no me gusta que
no me cenes y menos dejarte así sola…si, ya se, todas las noches me haces lo
mismo….voy, un beso…nos vemos arriba en la habitación…”
Andrés coge el bastón y se va cojeando al salón. Allí
Petra lo coge del codo y lo acompaña a su mesa, donde cena con todos sus amigos
de los últimos cinco años; la señora fresca y vivaracha de ya 93 años, la
pareja de remilgados, el era ingeniero y la joven, solo 75 años de doña Laura.
“No ha querido venir a cenar, como siempre, es terca como
una mula…lo siento”- dice en plan de excusa.
La charla es ligera, más bien escasa, poco hablan salvo
para recordar a los familiares y las múltiples dolencias de cada cual.
Andrés esta más que pendiente del banco de afuera, a
pesar de que no se ve en la noche oscura. No se preocupa tanto como antes pues
sabe que no la encontrara ni en la cama
ni en la habitación pero mañana, al atardecer, como todos los días se sentara
con su mujer para ver caer el sol, ese ocaso tan simbólico como sus propias
vidas…
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