XIV. Lo reconozco, soy muy paranoico,
aprensivo quizás fuera la palabra más exacta. A quien le diga que lo primero
que hago al llegar a un sitio nuevo de vacaciones es, después de buscar la
primera hamburguesería o pizzería que se encuentre, es tener los datos y la
ubicación del servicio de urgencias bien anotados en la cartera, un papel al
lado del teléfono y en un imán en la nevera. Normalmente ya se lo pregunto al
encargado de darnos las llaves del apartamento (véase capítulo IV) y, si puedo
y me dejan, paso por allí dando un paseo para, por si hay que ir, saber bien el
camino. A continuación, el teléfono del servicio de médico de asistencia a
domicilio y servicio de urgencias.
Con todo ello no estoy tan tranquilo,
no, creo en la ley de Murphy y sé que cuanto haga será poco e inútil. Todo se
trastocara en el ultimo y necesario momento y todo saldrá mal para que pueda
decir en voz alta: “ya os lo dije”.
No es por mí, entender, a mí que me
parta un rayo. Lo que piensa la fámula y mi sonriente familia de tres críos que
deben de pensar que estoy medio loco, pero la verdad es que si no tienes la
información estas perdido y, si la tienes, también.
Todo empieza normalmente al segundo día.
Uno de los niños se empieza a quejar de la tripa y termina vomitando por encima
mía al atenderlo. Toda la comida del día anterior mezclada con la cena, no sé
cuantos helados y granitos de arena aderezando todo y dándole un colorido
especial. Rápidamente saco el botiquín (¡sí! llevo el botiquín a todos los
lados, es el del coche pero un poco más grande). En el botiquín no hay nada
para eso que está pasando pero tener el botiquín en una mano mientras con la
otra, pringosa y llena de vomito, le
coges la mano y lo animas, da…como confianza. La mujer, curada de mil espantos,
rápidamente le encasqueta el acuarios a sorbos, le da una pastilla de no sé
qué, (si, lo sé, primperan) lo tapa bien con una simple sabana y nos manda a
todos a la playa. Sin darme tiempo a replicar ya me dice que es el cambio de
agua o que tragò agua de la playa sucia y nada más, que no piense en otras
cosas y que me ocupe de los otros críos. Lo malo es que los tres pasaran por lo
mismo y, Murphy al canto, en diferentes días.
Al cuarto día esta la picadura,
dolorosísima debe de ser, de las medusa o de la que nosotros llamábamos faneca
brava, eran otros tiempos y otros lugares, otras aventuras no tan libres.
¡Claro! A la niña que no sabe qué hacer mientras llora y pretende que le
arranquemos el pie de su sitio. Con ella en brazos, salgo corriendo a urgencias
de la cruz roja de la playa, corro como un loco con el sudor llenando el cuerpo
para llegar y tener que guardar cola. Urgencias y cola. ¡Sí! Poco tiempo
después una chica muy agradable pregunta que tiene y la atiende pronto, se me
hace eterno el tiempo con ella quejándose en mis brazos y sus gruesos
lagrimones corriendo por sus mejillas y mis brazos ya doloridos. El corte, el
amoniaco,…..en fin, yo no miro, no sea que termine desmayándome como me paso cuando
la niña tenía dos añitos y al que tuvieron que atender de verdad fue a mí.
¡Ah, Las colitis de verano!. Es como la
leyenda de las serpientes pero, en este caso, real y vivida como nunca. Un día
os levantáis y a pelearse por el baño, todos
a una como en Fuenteovejuna. Tu, el pardiño, el ultimo como siempre. Es
como una bola de nieve que cuanto más vas al baño, mas necesitas ir y el tiempo se acorta. ¡Pero es que sois
cinco, cinco! ¡Las mujeres y los niños primero! Y tú, que no eres ni mujer ni
niño, pues, que se le va hacer, la desgracia en verso. ¿La paella del día
anterior que comisteis todos? ¿Las almejitas que estaban bien de precio? ¿Los
helados del que paso por la playa a voz en grito?....
Y en esas épocas tan oportunas no
hablemos o de la varicela o el sarampión o la rubeola, que de todo hay y ha
pasado. Cada año uno cae con algo de
ello, cosas normales, ya lo sé. Las cogerían tanto en casa como en la playa, ya
lo sé. ¿Pero todos los años lo mismo en el mismo sitio y en las iguales
vacaciones? Un año uno es el sarampión; al año siguiente la niña con la
varicela; al otro la rubeola, al otro……
Y llega lo tuyo. Playa y cólico
nefrítico son sinónimos de acción y sufrimiento. Una molestia en el lado
izquierdo, sin connotaciones políticas ¿Eh? Pasa a dolor inesperado al tiempo
que se notas unas problemillas al mear (perdón) y se termina con el parto
masculino que termina en urgencias, camilla sudada y con mal olor del anterior
que la uso, los tres críos en traje de baño esperando con chanclas y arena, la
mujer gritando que me atiendan de una puta vez, que al menos me quiten el dolor
mientras las enfermeras le dan un valium, a ella que esta histérica viendo como
me retuerzo de dolor, y atienden, de
verdad urgentes, a los heridos del ultimo accidente ¡Qué casualidad! …de
trafico… Y encima aguantar al doctor que siempre dicen lo mismo. Vayas a donde
vayas, dicen lo mismo, como si estudiaran en la misma escuela o leyeran los
mismos libros: “¡Beba más agua como minino dos litros de agua al día!”
Eso sí, después de los dolores, del
sufrimiento de película gore cuando te buscan la vena para ponerte la vía,
siempre es la enfermera más fea y sádica, cuando te calma el dolor, la tensión
se normaliza ¡que paraísos, que felicidad momentánea! En ese momento, porque
recuerdas que estas casado que sino…, le ofrecerías matrimonio a la enfermera
fea y sádica que, de pronto, ya no es ni tan fea ni tan sádica. Al poco con
unas buscapinas en el bolsillo y la cara de felicidad de un tonto regresas al
apartamento….
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