Wednesday, September 13, 2017

Problemas en la playa. Capitulo 13.


XIII.- Mis viejecitos..

Con ello, quien no lo ha sufrido porque, si, los viejecitos también van a la playa y, casualmente se ponen durante esos quince días a tu lado. Normalmente es un grupo muy animado, todos juntos al empezar la mañana y al caer la tarde. Hablan sin parar y cuando se les acaban las historias de sus vidas comunes empiezan con chistes a cual más irreverente y verde. Mil anécdotas de embarazos, de cólicos, de los problemas de la menopausia, de los cuentos de la vecina, de las herencias que no fueron o de los problemas que dejo una tierra. De próstatas y riñones con mas que piedras, canteras inagotables de dolores y visitas a urgencias. De las ristras de medicación por la mañana, por el mediodía, por la tarde, la ultima de la noche, antes de acostarse y de las que dejan a mano por si las moscas.

Empiezan, con el desayuno y el primer saludo,  con los sufrimientos y el no dormir de la noche pasada; alguno con la cena que le sentó mal. Siguen con sus achaques que se les van produciendo como en una competición a ver quién es el más enfermo. Terminan con el consejo, siempre los mismos, sobre que tomar y que no tomar y es que la medicina avanza que es una barbaridad. Es el famoso frente de juventudes, el que te informa de los milagros del Prozac, de la maravilla durmiente del Tranquilmazin, las fases liosas del Sintrom para aquello de la viscosidad sanguínea y evitar los riesgos de trombos, la nueva insulina que es una maravilla y que permite comer mucho más y con menores riesgos, el Trombocid para darse todas la noches, una maravilla como deja descansadas las piernas y es que el calor es una penosidad añadida, la Buscapina para cólicos de cualquier tipo , el Valium mágico y misterioso, y un largo etcétera. Terminas siendo un experto en enfermedades y en medicinas y solo en diez u once días que es lo que suelen durar a tu lado. Aprendes como hacer del servicio de urgencias tu segunda casa y como debes llevarles, de vez en cuando, algunos bombones a las enfermeras que son un encanto.

Dejan, cuando se van, un vacio inmenso y unos oídos más descansados aun. Lo notas en el silencio del comedor del hotel, en las maquinas que casi funcionan solas...y, al tiempo, los echas de menos pues te recuerdan tus barrios de niño, tus familiares lejanos, tus padres que aun viven y a los que debes ir a visitar…se van dejando una falta de ternura inmensa a pesar de todo.

Empezábamos por la mañana en el desayuno que es una continua queja de achaques mientras cogen y devoran del buffet del hotel tostadas, panecillos, frutas…como decía una viejecita al lado de nuestra es mesa, "comed que es gratis, ya esta pagado". Cuanto más, mejor. Allí sentados te enteras de a quien se le escapo el que, quien no pudo dormir mientras no tomo el no sé que, de quien durmió sentada, de quien le dio el ataque del riñón derecho y quien padece  y, de pronto, al unisonó, todos sacan unas cajitas que contienen la mezcla de pastillas ordenadas por día y toma. Claro, las ves, y te dices que casi desayunan ya con las decenas de pastillas que toman. Unas cajas alargadas, curiosas y ordenadas me imagino para esos días de asueto. Me asusta pensar que, algún día, sean así mis cajas de medicinas.

Tal como entraron se van, unos de vuelta a las habitaciones para preparase, otros los menos ya en dirección playa no sea que pierdan el sitio de siempre, el de al lado  nuestro para nuevas lecciones de vejez y aguante.

Son encantadores, son nuestra gente.

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