Un pequeño susto.
El café exprés recién hecho sobre la
mesa. Sentado en su sofá, como siempre después de comer. Su mujer al lado
haciendo juegos con su maquinita de videojuegos de la que era adicta desde que
se la regalaron. Se estiro gozosamente como un gato que se dispone a marchar a la aventura. Su aventura era comenzar un
nuevo libro. Terminado “Metro 2033 que le encanto por las múltiples
posibilidades que planteaba el argumento y las criticas sociales y con un
cierto humor incluso para ser de un ruso, le tocaba volver a uno de sus
novelistas preferidos del que llevaba leídos tres libros. Un regalo no
recordaba por que, no importaba, un nuevo libro, una nueva aventura, una nueva
vivencia, todo un desafío y todo un disfrute.
Paso las primeras páginas blancas o
llenas de títulos o el nombre de la editorial o de los años de las sucesivas
ediciones. En la pagina siete empezaba
el capitulo 1.
“Yo entonces tenía treinta y siete años
y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el
descenso atravesando unos espesos nubarrones….”
Se iba imaginado que era él el
protagonista que llegaba a Alemania. Se turbo, incluso, como el protagonista de
la novela cuando escucho los sones de “Norwegian Wood” dentro de su cabeza, era una de sus canciones
favoritas de siempre. Se levanto y puso el cd con la canción que empezó a sonar
dulcemente en la habitación. Volvió al libro.
De pronto sintió algo fuerte cuando leyó
el nombre de la chica que iba paseando con el joven, Naoko. Naoko. Le sonaba de
algo, como una amiga de siempre, casi como la novia perdida en un tiempo
pasado. Naoko. ¡Qué raro! Los nombres orientales eran extraños y musicales para
el tan latino, tan hispano, tan español. Naoko…Naoko que se dirigía al joven
que la acompaña y lo llama Watanabe.
¿Dónde había oído ese nombre? ¿Por qué le sonaba tanto? Naoko, Wanatabe…
“Hace mucho tiempo-aunque, por más que
lo repita, apenas han transcurridos veinte años-yo vivía en una residencia de
estudiantes…” Así comenzaba el segundo capítulo, pagina 17. Le encantaba la
prosa tan bella, tan dulce, tan imaginativa. El traductor había hecho un buen
trabajo, el adecuado para la calidad del autor un siempre candidato al Nobel de
literatura y siempre un perdedor. Allí nos encontramos con su compañero de cuarto
“Nazi o tropa de asalto” y el caso es que todo le sonaba como ya vivido, como
que estuviera leyendo algo de su propia biografía pero, claro, el no había
estado en Japón. El golpetazo vino con las referencias a Kizuki. Era extraño,
todo le sonaba a sabido, Kizuki, un viejo amigo. Empezó a tener incluso un
atisbo de miedo pues sabía lo que iba a leer a continuación, en las siguientes
paginas: Kizuki, el novio, años antes de Naoko. Kizuki, compañero y amigo del
alma de Watanabe, casi el único amigo. Kizuki que se había suicidado en el
garaje de su casa después de pasar una tarde con su compañero del alma Watanabe,
sin que este fuera capaz de imaginar lo que pasaba por la mente de su camarada.
Pensó que o estaba loco o ya había leído ese libro o, la última idea, que todo
fuera un “Deja vu”. Había tenido algún que otro, como todo el mundo pero jamás
de tal intensidad o duración, no recordaba de nada parecido. Le gustaba la
frase francesa pues la equivalente española decía poco y era poco poética,
“deja vu” o “recuerdos del futuro”. Pero estaba seguro no lo había leído, convencido.
Cerró el libro con un largo suspiro. Miró atentamente la portada.
“Naoko me llamo el sábado y concertamos
una cita para el domingo. Si es que a aquello puede llamarse una
<>. A mí no se me ocurre otra palabra” Así comienza el tercer
capítulo, pagina 39. Se siente hasta mal leyendo cosas que ya conoce por
antemano. Más adelante sabe que esta su trabajo en la tienda de discos, el del
cumpleaños de Naoko y el pastel que llego hecho
unas ruinas del coliseo, y que esa noche que hicieron el amor, después
vendrá la desaparición de Naoko, la carta, la desaparición extraña y repentina de
“Nazi”…
Al leer todo aquello que ya se sabía de
antemano se levanto nervioso, casi colérico consigo mismo. Un a broma, el
alzhéimer, pero para esa enfermedad aun era muy joven, caso más raros había
pero….
Entro en la base de su ordenador, en la
lista de los libros de la biblioteca. Allí escribió el autor: Murakami. El
ordenador le soltó rápidamente:
-Kafka en la orilla.
-Crónica del pájaro que da cuerda al
mundo.
-Sauce ciego, mujer dormida.
El último era una antología de cuentos
realmente deliciosa. Fue a su crítica y la reviso completamente. Su mirad
pronto fue al relato titulado: “ La luciérnaga”. Tenía escrito: Un
trió, un joven (Kizuki) y su novia (Naoko) y el amigo (Watanabe). El joven se
suicida en el garaje de su casa. Años después el amigo se encuentra con la
novia de su amigo muerto y empiezan un ritual de paseos por la montaña una o
dos veces por mes. Pero la relación no pasa de ahí. Hablan poco, solo andan.
Ella termina yéndose a un clínica, el sobrevive…otro relato que nos habla de la
soledad del hombre, de los abismos de las relaciones y como el absurdo a veces
se nos instala cerca de nuestro corazón.
Respiro
tranquilo, no se estaba volviendo loco, solo era una novela cuyo germen fue un
relato corto. Nada masa que eso. Perdonable al autor, lástima que no estuviese
indicado por algún lado. A volver a disfrutar de la lectura pero al coger el
libro, “Tokios blues”, ya sentado en el sofá, con la paz y tranquilidad de la
tarde (el café estaba ya frio) cerró los ojos, puso la novela sobre el pecho y
se durmió.
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