Friday, July 28, 2017

Siguiendo al hombre entre la multitud.


Siguiendo al hombre entre la multitud.

(A Poe, un maestro, un sabio).

Estaba sentada en la terraza de la cafetería, mirando sin ver, tomando un café sin sabor, cuando, de forma súbita, me fijo de forma obsesiva en un viandante. Era un hombre  normal como podían ser millones de hombres, ni alto, ni bajo, ni gordo, ni delgado, ni joven, ni viejo. Todo en el era algo como indefinible, hasta si me dejáis, diría que borroso. Vestía un tanto formal, como cientos de comerciales que buscan un potencial cliente a quien endilgarle el último piso, (Una ganga oiga, si no se decide me los sacan de la manos en dos o tres horas, no lo piense mas), el ultimo vehículo (dirección asistida, ABS, un GPS de regalo, aire acondicionado de fabrica, cinco airbags y todo incluido en el precio. No hay nada en el mercado comparable), o el ultimo seguro (por ser usted en las condiciones de este seguro de entierros le incluimos los dos hijos que tiene y hasta que cumplan 35 años totalmente gratis). Su pelo grisáceo y ralo en un cabeza quizás demasiado grande.

Eran sus ojos lo que más me llamaron la atención, como dos lentejas profundas y negras. La boca un simple corte rojo en la carne. Y sus gestos, la cara era como una sucesión de ¡mascaras! ¡Sí! Caretas que expresaban lo que sentía en unos momentos.

Lo vi entre el grupo de japoneses de visita y en orden en el centro de la ciudad y él en medio de ellos con la falsa careta de la satisfacción. No, no la falsa, la careta de olerlos, de mirarlos, de imbuirse en su esencia. Cuando se fueron, al darse cuenta de su soledad, su careta fue la de la desolación, un segundo para el cambio, un instante. Se puso frenético y comenzó a andar a largas zancadas.

Pague el café y lo seguí. ¡Jamás hubiera hecho aquello! Me llevo por calles estrechas y sucias, por avenidas abiertas con viejos arboles que arrojaban sobre las aceras sombras funestas, giró mil veces en las plazas redondas siempre buscando un grupo de personas en donde meterse en medio. No hablaba pero, entre esos grupos, la máscara de la felicidad doliente se instauraba en su rostro. En medio de todos los olía, los miraba con una cierta lujuria, como si comiera de ellos.

Cuando quedaba solo era el abatimiento total, como si le acometiese el miedo, agorafobia lo llamarían algunos, y se ponía a andar rápido, mecánicamente, arbitrariamente por las aceras en busca de otro grupo. Nunca vi a nadie tropezar con él, nunca un codazo, un roce, un choque, en el último instante se apartaban de su lado, presintiendo su malignidad. Y así de grupo en grupo cayo la tarde y vino la noche. Las calles se vaciaron de gente. La máscara de él era la estupefacción, la duda, el miedo, el vacio, el terror a las noches de insomnio; un conjunto terrible de sentimientos encontrados y criminales que se encendían en sus ojos, todos a la vista en el mismo momento.

Me acerque a él, me puse en frente. Me miro sin ver, sus ojos pasaron a través de mi cuerpo, un gesto de empezar a oler y una mueca instantánea de disgusto:

-A usted todavía no, no, no, todavía no, todavía no, no, no, es mucho……-y se alejo con sus grandes zancadas rumbo a Dios sabe dónde.

Me quede clavado en este sitio, donde estoy ahora, tratando inútilmente de no entender lo que me dijo, de olvidar sus palabras, de volver al principio, en  la cafetería,  tomando café en la terraza y no ver la hombrecillo que camina entre la multitud.

No comments: