La visita del señor….
La pequeña estaba ya desahuciada por los médicos. La última
recomendación era la santa extremaunción, poco mas podemos hacer, dijeron con
pesadumbre al ser, además, amigos de la familia.
La niña, ocho o nueve añitos, tuvo… que se complico con una
infección generalizada, estábamos en la década de los cuarenta y poco mas se podía
hacer y conocer de antibióticos y demás.
Quedaba la oración constante, las promesas incesantes, las
velas delante de altares sin cuento, el agua milagrosa del Jordán y la cruz
milagrosa con el “Lignum Crucis”, la
misa casi diaria y el llanto sordo y duro, ese llanto que duele en el pecho,
que parece una rata insomne que te roe por dentro y te va minando poco a poco
hasta dejarte sin andar. Los hombres no podían llorar y eso era más duro, había
que esconderse y a oscuras para rumiar el dolor y maldecir incluso a los días y
los tiempos.
Desahuciada, encamada, los ojos casi siempre apagados, sin
fuerzas ni para comer pues todo lo devolvía con dolor y sangre, y apagándose su
vida como una velita en sus últimos momentos. Perdida la color, casi en los
huesos…
Cuando despertaron se asombraron del cambio. La niña estaba
casi bien, el color había vuelto a sus mejillas, tenía hambre. A las preguntas
ansiosas de la madre les dijo que por la noche le había venido a visitar un
hombre alto y fuerte, dulce y amable, que le toco en el pecho y le dijo que
estaba buena, sana y debía jugar y jugar…no supo decir más, solo eso, una visita
nocturna y, poco más tarde, recordó que el hombre iba con un niño al lado.
La fiesta fue impresionante, la felicidad y de nuevo las
lagrimas, si, las lagrimas solo que esta vez de alegría, formaron un rio
torrentera por las habitaciones, se abrieron las ventanas y se grito a los
cuatro vientos que todo iba bien, que el milagro se había producido. La misa,
por supuesto, fueron todos, niña incluida en los fuertes brazos del padre, para
dar gracias por el regalo producido.
Los médicos se quedaron de piedra. Apenas fueron capaces de
murmuran un “qué bien, mejor que mejor, no lo entiendo más que como un milagro”.
Empezaron los paseos para coger fuerzas, la mejor comida, los
mejores pescados y el aceite mágico. En uno de ellos pasaron por la Iglesia de
San José. La niña ante la puerta insistió en entrar y tirando de ellos los
introdujo. Se dirigió, como si supiera adónde iba, hacia la nave de la
izquierda y se fue directa hacia la estatua de San Antonio donde se paro y la
señalo con su dedito: “Mira, Este fue el señor que vino a visitarme por la
noche y me dijo que estaba buena…”
Los padres cayeron arrodillados y rezaron de corazón. Huelga
decir que a partir de entonces fue el santo de la familia y la Iglesia la de
todos los domingos…
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