El tiempo
todo lo cambia, las estaciones se van sucediendo, los meses vuelan, no digamos
de los días que son como un soplo de brisa….así ya no hay quien conozca el
barrio o los miles de nuevos vecinos venidos de diversos sitios del mundo. Ni
ella misma se conoce ya: los ojos viejos que se hunden en sus ojeras oscuras, ya
sin brillo ni vida; nuevas arrugas que aparecen y que el espejo de la mañana refleja
sin misericordia; mas pelo blanco, la artrosis que empieza a estragar los dedos
de las manos y duele, como duele; el
cansancio que se va acumulando como en un hucha llena de centimillos…
Todo muta
salvo el miedo enraizado en su corazón, esa angustia flotante que hace aflorar
una lagrima gruesa y fría y que deja
correr por su mejilla… solo es el temor a lo que encuentre en casa…su único momento
feliz y tranquilo es ese, el de la
compra, el irse por la mañana temprano con la cesta doblada bajo el brazo y
unas monedas en el bolsillo, ”a lo que haiga”, rumbo al Mercadona o El filón, eligiendo lo que puede comprar…demorándose
en los puestos, mirando con detalle unos precios que no es capaz de memorizar,
pero que no importa; aspirando el olor de los cafés o acariciando las piel de
la frutas, eligiendo bien el pescado fresco…
A veces, al
salir, a primeros de mes, claro, hasta se permite el regusto de un buen exprés
en la cafetería que está enfrente. Su vicio.
Hoy ha
vuelto andando, despacio, sin
prisas. No le llega para coger el
autobús. También es que quiere retrasar lo inevitable, el llegar a casa. Algún
vecino la saluda al pasar o al cruzarse en la acera con ella, de los de
siempre, los viejos del barrio, más un gesto de cabeza que otra cosa pero se
agradece entre tanto desconocido.
Las manos le
tiemblan al introducir la llave en la cerradura, no lo consigue fácilmente, hay
que atinar bien y las manos empiezan a sudar; escudriña los sonidos del interior al tiempo
que se congela su respirar, pero el
corazón se pone a mil en cambio, hay tambores de la selva en el interior de su
cabeza…abre con mucho cuidado de no hacer ruido, un chasquido leve hace la
cerradura al engranar y correr los pestillos (todos los días la engrasa con
mimo y una oración en los labios), el
interior está todo en sombras y en silencio, no, un pequeño ronquido atenuado
por una puerta cerrada se puede escuchar si se presta al debida atención, es
como una respiración queda y fuerte y profunda y de sueño.
Entra con
cuidado y casi con mimo cierra la puerta, le lleva toda una eternidad para que no
suene. Se pone las zapatillas que están en el rincón de siempre, a la derecha
de la puerta, que no suene el parquet.
Se mete
rápida y ágil en la cocina, su reino, y cierra
la puerta dejando una pequeña rendija. Respira hondo y tranquila por un momento,
como si, de pronto, se acordase de respirar….la hija, su hija de diecisiete
años, aun está dormida, a ver cuando se
levante como estará el patio y la que te rondare morena…
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