Con ello, quien no lo ha sufrido porque,
si, los viejecitos también van a la playa y, casualmente se ponen durante esos
quince días a tu lado. Normalmente es un grupo muy animado, todos juntos al
empezar la mañana y al caer la tarde. Hablan sin parar y cuando se les acaba
las historias de sus vidas comunes empiezan con chistes a cual más irreverente
y verde. Mil anécdotas de embarazos, de cólicos, de los problemas de la menopausia,
de los cuentos de la vecina, de las herencias que no fueron o de los problemas
que dejo una tierra. De próstatas y riñones con mas que piedras, canteras
inagotables de dolores y visitas a urgencias. De las ristras de medicación por
la mañana, por el mediodía, por la tarde, al ultima de la noche, antes de
acostarse y de las que dejan a mano por si las moscas.
Empiezan, con el desayuno y el primer
saludo, con los sufrimientos y el no
dormir de la noche pasada; alguno con la cena que le sentó mal. Siguen con sus
achaques que se les van produciendo como en una competición a ver quién es el
más enfermo. Terminan con el consejo, siempre los mismos, sobre que tomar y que
no tomar y es que la medicina avanza que es una barbaridad. Es el famoso frente
de juventudes, el que te informa de los milagros del Prozac, de la maravilla
durmiente del Tranquilmazin, las fases liosas del Sintrom para aquello de la
viscosidad sanguínea y evitar los riesgos de trombos, la nueva insulina que es
una maravilla y que permite comer mucho más y con menores riesgos, el Trombocid
para darse todas la noches, una maravilla como deja descansadas las piernas y
es que el calor es una penosidad añadida, la Buscapina para cólicos de
cualquier tipo , el Valium mágico y misterio, y un largo etcétera. Terminas
siendo un experto en enfermedades y en medicinas y solo en diez u once días que
es lo que suelen durar a tu lado. Aprendes como hacer del servicio de urgencias
tu segunda casa y como debes llevarles, de vez en cuando, algunos bombones a
las enfermeras que son un encanto.
Dejan, cuando se van, un vacio inmenso y
unos oídos más descansados aun. Lo notas en el silencio del comedor del hotel,
en las maquinas que casi funcionan solas...y, al tiempo, los echas de menos
pues te recuerdan tus barrios de niño, tus familiares lejanos, tus padres que
aun viven y a los que debes ir a visitar…se van dejando una falta de ternura
inmensa a pesar de todo.
Empezábamos por la mañana en el desayuno
que es una continua queja de achaques mientras cogen y devoran del buffet del
hotel tostadas, panecillos, frutas…como decía una viejecita al lado de nuestra
es mesa, comed que es gratis, ya esta pagado. Cuanto más, mejor. Allí sentados
te enteras de a quien se le escapo el que, quien no pudo dormir mientras no
tomo el no sé que, de quien durmió sentada, de quien le dio el ataque del riñón
derecho y quien padece y, de pronto, al
unisonó, todos sacan unas cajitas que contienen la mezcla de pastillas
ordenadas por día y toma. Claro, las ves, y te dices que casi desayunan ya con
las decenas de pastillas que toman. Unas cajas alargadas, curiosas y ordenadas
me imagino para esos días de asueto. Me asusta pensar que, algún día, sean así
mis cajas de medicinas.
Tal como entraron se van, unos de vuelta
a las habitaciones para preparase, otros los menos ya en dirección playa no sea
que pierdan el sitio de siempre, el de al lado
nuestro para nuevas lecciones de vejez y aguante.
Son encantadores, son nuestra gente.
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