Seguro
que no os habéis fijado y sin embargo
sufrido más de una vez. Esto lo sabemos muy bien por experiencia sobre
todo las sufridores madres, cuando al terminar el agotador día, nos sentamos en
el sofá, los niños ya están dormidos, y nos ponemos a ver la tele o hacer punto o leer un libro o a
dormitar simplemente, que como un principio general que nos viene a la cabeza
es: cuanto más lejos estés de un wáter más probabilidades hay de que tu hijo te
pida cacas.
Por
ejemplo, a la salida del colegio. Hace buen tiempo, coges al crio después de
saludar la profesora, encantadora ella, y después de los besos de rigor coges la mochila, le das el bocata y empezáis
a caminar. Todo va bien, todo perfecto. El crio va comiendo con ganas,
enfurruñado primero, tiene mucha hambre, el silencio es casi opresivo. Conforme
su estomago se va llenando el cabreo va desapareciendo y ya comienza a hablar.
Que si patatin, que si patatan. Pequeñas tonterías, pequeñas cosas. Te cruzas
con otras madres con sus niños, tatas que llevan a otros, y algún padre más que
viene, son escasitos en número. El niño acaba el bocata, le das la botella del
agua y se da un largo trago de agua mineral y se pone con las galletas de
chocolate, las de siempre, las que le encantan, las “príncipe”, no es
publicidad pero tiene que ser esas y no otras. Está hablando de los castigados
de ese día, él no, él, en la mesa de los juegos con los que se portaban bien.
Estáis a medio camino de casa, ante el enésimo semáforo, rojo como siempre. El
niño te da la galleta, se lleva la mano al vientre y dice “que se caga”. Por un
lado volver al cole es absurdo, pero también falta otro tanto para llegar a
casa; el autobús imposible, no quedan muchas opciones y piensas que como se te
cague en la calle pues, a ver… “cuanto más lejos estés de un wáter más
probabilidades hay de que tu hijo te pida cacas.”
Otro
ejemplo, salida de fin de semana. Todo preparado, el coche abajo esperando, los
críos yendo al servicio, lavándose los dientes y en marcha. Un día primaveral
en el que vais a pasar un día juntos, fuera de la ciudad y de la contaminación
y de los ruidos. Un pequeño cambio en la rutina diaria que se agradece. El
coche arranca con su sonido suave, como un gato a gusto bajo los rayos de sol.
Avanzáis entre cuatro carriles y siempre hay algún loco saltando de un lado a
otro. Lentamente os acercarías a la salida y entráis en la autovía. Lo primero
es que hay que parar por la gasolina, qué más da. El bolsillo se resiente pues
los precios actuales son una barbaridad. Ya en marcha de nuevo, los críos
detrás, se portan bien, están emocionados por pasar un día fuera y comer fuera,
también. La ciudad queda atrás. El niño te llama cogiéndose las tripas con sus
dos manos y poniendo cara de oveja degollada te dice “que se caga”. Miras con
cierta locura que no hay salidas de la autovía por donde estáis, todo está
desierto. Le preguntas que por qué no lo hizo en casa, es mejor no preguntar.
Le dices después por qué no lo dijo en la gasolinera, “no tenía” será su
respuesta; es mejor no preguntar. Le dices al conductor, con cierta
resignación, que hay que parar y si es
en una estación de servicio, lo primero que encuentre, mejor que mejor…. “cuanto más lejos estés de
un wáter más probabilidades hay de que tu hijo te pida cacas.”
Otro, son tantas las posibilidades. Vacaciones de verano. Día de playa total, a
quien no le habrá pasado… Todo puesto en la arena rubia, las toallas tendidas,
la sombrilla bien clavada, la bolsa cerrada. El sol pega fuerte. La crema
protectora ya extendida por unos cuerpos casi morenos. Los niños corriendo por
la arena, jugando haciendo castillos, salpicando, rompiendo olas o saltándolas.
El agua, a tus pies, te ofrece la relajación del baño, dejarse mecer por las
olas y acariciar por la brisa suave y fresca. Avanzas y metes los pies en el
“guuuaaaayyy”, con un repelús por el contraste de temperatura que es agradable.
Avanzas, te vas mojando las muñecas, el cuello, la cabeza. Ya vas a darte la zambullida final cuando viene
a lomos del viento, casi rompiendo tu oreja, “¡Maaamaaaa, que me cago!”. Miras
con ojos de loca en todas las direcciones y ves como todo el mundo está
enterado y os miran como diciendo otra al bote (la solución maligna a espaldas
de todos ya está fuera de nuestro alcance). Te quedas como la mujer de Lot, una
estatua no de sal pues en el agua duraría poco entera y de una pieza. Sales del
agua con prisa viendo al crio haciendo fuerza para “no cagarse” y a la cría
retorciéndose de risa por su hermano y señalándolo con el dedito. Te pones las
chanclas, le pones las chanclas, lo agarras por un brazo de forma más brusca de
lo debido y a buscar los servicios de un chiringuito que, por casualidad, está
lejos, lejísimo…“cuanto más lejos estés de un wáter más probabilidades hay de
que tu hijo te pida cacas.”
Tiene un añadido, una desesperante y
kafkiana continuación: “cuanto más lejos estés de un wáter más probabilidades hay de
que tu hijo te pida cacas…y cuando lo encuentras esta siempre ocupado”
Pero
esa es otra historia….
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