Mis
recuerdos de Mara niña.
Mara acaba
de salir con las amigas dejando la casa vacía, triste y sin recoger, me toca a
mí como siempre. Le hago la cama, le recojo la ropa y separo la que hay que
lavar, le cuelgo sus pantalones y camisetas en el armario. Le ordeno sus cosas
de aseo y las de maquillaje. Haciéndolo me han venido a la mente recuerdos de
otros tiempos, de cuando era pequeñita, que dependía tanto de nosotros, de que
todavía no se había abierto al mundo real y era algo como mío, de mi
pertenencia, de mi propiedad…así mientras…
Mi mente
volvió a una de sus primeras excursiones con el colegio, cinco o seis años
tendría la pobre. Un viajecito en autobús a un pueblecito cercano. Todo el
santo día de viaje. Imaginaros como me pase el día, preocupada es poco; sabía
que era una tontería pues estaban bien vigilados pero el corazón es así y mi
mente volvía a ella y las cosas malas que podrían pasar. Que si un accidente
con el autobús, que si se escapaba por alguna causa, que se perdía, que me la
raptaban, que se caía y se hacía daño…que se yo las cosas que pensé, imagino
que las misma que cualquier madre en la primera excursión de su cría, aunque no
lo digamos en voz alta por aquellos de ¡que tontas somos!
El día se me
hizo eterno, hasta Ed, que no se entera para anda de estas cosas, se dio cuenta
a la hora de comer de mi estado preguntándome si me pasaba algo o si estaba con
la regla o si estaba embarazada.
La recogí
del autobús cansada, serian las siete de la tarde, la impresión que me dieron
todos los críos, las profesoras también, era de derrotados. El abrazo fue de
órdago, largo y cálido; olía a humanidad, a sudor, con restos de la colonia de
lavanda que le ponía todos los días. Lo primero que hizo al llegar a casa, para
mi susto, fue ponerse a beber agua del grifo como una loca. Llevaba en la
mochila dos bocadillos de pan de baguette que es el pan que siempre le gusto, nada
de pan de molde, pan de verdad, como el de toda la vida. Con ellos un botecito
de zumo de naranja y un botellín de agua medio abierto para que no tuviese
problemas. Viéndola beber un vaso después de otro, cuatro vasos llenos como
mínimo creo que bebió, jamás la volví a beber así. Le pregunté a que venía esa
sed inmensa al tiempo que le abría la mochila y contemplaba estupefacta el bote
del zumo intacto y la botella de agua llena. No había bebido nada en todo el
viaje, “No había podido abrir la botella”, me dijo en pequeño por toda
respuesta, y que no pudo beber en todo el día. Que le costó comer sin poder dar
un trago, un suplicio, me dijo, tenias que probar a comer sin bebida es
horroroso mami, todo un suplicio.
Me puse histérica
le dije de todo: que si era tonta, que si era idiota que si no podía habérselo dicho
a la profesora, una chica encantadora por cierto, o algún otro compañero, que
le podría haber dado una deshidratación, ponerse mala, que se yo, el hígado,
los riñones….de todo le solté menos lo de bonita de cara. Después la abrace con
cariño y a prepararle un gran baño caliente y una buena cena, la que más le gustaba:
arroz con huevos y salchichas bien regadas con salsa de tomate frito.
Y así seguí
con la fregona en la mano perdida en mis recuerdos…