Mara y un jueves fatídico….
Hay días malos y días peores. Hay días que,
empezando bien, se rematan en una pequeña tragedia o eso pensamos. La vida, al
fin y al cabo, no es más que una sucesión de actos que culminan en la salida
por el foro y 2 metros cubico de tierra encima. Pero, con esos desatrae, la
canas van apareciendo de forma fulgurante y envejecemos de forma prematura y
rápida en una secuencia que nada, nada, tiene que ver con el tiempo subjetivo.
Es otro tiempo, el de las heridas en el corazón.
Todo empezó bien. Me escape de mis deberes y llegue
a casa muy temprano. No eran las cinco y media. Toda la casa para mi, por poco
tiempo pero se agradecía. Se me ocurrió, así de pronto, sin pensarlo bien,
prepara una gran merienda para los críos; algo que les gustase y hiciese tiempo
que no lo comieran.
Manos a la obra, nada de sentarme en el sofá leyendo
esa maravilla de “Un árbol crece en Brooklyn”, nada de poner algo de Satie o el
maestro Rodrigo y dejarme mecer por la música de los jardines y el agua regando
la tierra, nada de poner el capítulo de “Médium” (si, la sigo, me gusta). Nada
de eso. Me levante y a la cocina.
Horno a calentar, a cortar castañas. Antes hacer la
masa de las tortitas y preparar el sirope de chocolate, bien espeso. Casi o me
da tiempo. El primero en llegar fue el chico, como siempre, exacto como un
reloj. Se sorprendió viéndome en la cocina a esas horas ya y tan atareada. Un
beso y un “Ummmmmm, que rico, que bien” y se fue a su cuarto no sin decirme que
le avisara que tenía un hambre que se cagaba. No entiendo esa expresión, será
que tienen el gusto en el culo. Nunca la entenderé.
A las seis, ya todo preparado, lo llevo a la mesa
del comedor. Una merienda así se merece algo más que la mesilla de la cocina.
Mara no llegaba.
Suena mi móvil. Lo cojo. Mara en voz entrecortada,
como sin cobertura, oigo bastante bien alguna voz al fondo; voces, risas y algo
de tráfico. Se corta la comunicación. La llama yo, ahora, preocupada. No me lo
coge la primera vez; la segunda me sale el contestador de voz. Me empiezo a
mosquear. Un mensaje: “Estoy en estrecho con los amigos, volveré a la hora de
cenar”.
Me cabreo, claro. La llamo para decirle que en
quince minutos la quiero allí, sin falta. El teléfono fuera de cobertura.
Pienso que lo tiene así a propósito, sin comunicación es imposible dar
ultimátum y amenazas y poner las cosas en claro. Lo que nos e da cuenta, ella y
todos los adolescentes, es que así solo decalan el problema en el tiempo.
Después, cara a cara, es peor; el miedo va atenazándonos, el cabreo va
sulfurándonos y la reacción suele ser explosiva.
Llamo a Ed y le cuento todo lo que está pasando. Me
quiere tranquilizar pues sabe que me pongo a cien, me habla de que Mara no hará
nada malo y que meriende con el niño y ya llegara, que él, tratara de contactar
con ella, que todo se tratara de un malentendido.
Así se creó un batalla a tres banda al tiempo que
Javi se daba el gran atracón de su vida y yo, inocente e infeliz, no era capaz
de tomar ni un bocado.
Llego tarde, nueve menos cuarto, con carita de no
romper un plato y, al tiempo, asustada como un ratoncito acosado en el ángulo
oscuro de un salón por un vieja con su escoba preparada.
La discusión, pues podéis imaginarla. Tremenda. Además
no acepta su falta, que si no había hecho nada malo, que la batería de su
móvil, que si Estrecho, que si lago había dicho el domingo de salir ese jueves con
los amigos, que si patatin, que si patatan.
Lo confieso, me iba sulfurando oyéndola hablar con excusas
tan de mentira, tan cogidas por los pelos, tan de niña que se cree algo más. A
punto estuve, incluso, de darle una colleja o algo peor. Me salvo Ed que llego
de forma oportuna. Mara alucinada asistía a la perorata de su padre que, por
una vez, se ponía de mi parte y la abroncaba de forma suave y educada.
Los castigos fueron lo siguiente. Le quite el móvil
y el mp4. Le prohibí internet salvo para los trabajos de la escuela. Nada de
salir ese fin de semana, ni cine ni gaitas. Y, encima, pescado de cena, que no
dijera nada y nada dejara en el plato.
“Lo tenía todo preparado—le decía a Ed, mas tarde,
en el dormitorio, sin orejas a la escucha y sin testigos—por si las moscas le
decíamos que no, no vino a merendar y sin avisar; para evitarse problemas se
monto todo el lio de baterías y mensajitos e incomunicación. Y no vino a
merendar porque no estaba en estrecho, estaba al otro lado de la escuela, en la
zona de La Vaguada y, si venia, le quedaba muy poco tiempo para salir de nuevo.
Tú qué crees. Le salió mal, no contaba con que ya haya estado aquí a tiempo,
esperándola y por sorpresa. Es un caso y vaya mal rato que me ha hecho pasar,
tiene que aprender o no sé qué haremos con ella.”
“¿Quien no ha hecho algo así de joven?—me respondía—
acuérdate de ti a tu edad y déjalo. Un par de días castigada para que se porte
y bien y hagamos que todo vuelva la normalidad”
Me quede rosmando y pensando que si todas de alguna
forma algo así hicimos alguna vez pero eso significaba algo mas…un noviete, un
amigo más de lo normal, un compañero que tiraba del carro… ¡Uffffff! Mejor
dormir…y yo haciendo la prima con la merendola….¡Maldito jueves!.
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