Mara, miercoles y microondas.
Ducha en el final del día. Estaba cansada y me sentía
vieja y sucia, me dolía el cuerpo, las
cervicales me enviaban avisos y el futuro dolor de cabeza asomaba tras las
cejas.
Me desvestí y cumplí con los eternos ritos de una relajante
ducha casi nocturna. Después tendría el hacer la cena, el prepara a los críos,
los cacharros, el prever el día siguiente.
En eso estaba, el agua tibia me recorría la espalda formando
ríos sobre mi piel. Atesoraba agua entre mis brazos haciendo cuna para dejarla
después caer sobre mi vientre. Me dejaba cegar por los chorros que impactaban
en mi frente y en mis ojos cerrados.
Todo empezó a complicarse cuando note un extraño olor que se
metía en la ducha. Yo no era, eso era seguro. Abrí las mamparas y veo como
desde el bajo de la puerta entra un humo denso y negruzco: humo de fuego, olor
de quemado. Me asuste y, menos mal por los reflejos que una ya tiene a estas
alturas de la vida, me puse el albornoz sin pensarlo y las zapatillas y salí.
La humareda era tremenda, procedente de la cocina con la puerta entornada. Las
señales eran malas o peores. En esto veo a Mara que llega del salón asustada y
murmurando algo así como “palomitas…palomitas…palomitas…” y viendo lo que salía
de allí parándose y dándose la vuelta.
Le mande abrir las ventanas de todo la casa. Cogí una toalla,
la humedecí y poniéndomela en la cara entre como un bombero arriesgado que
sacrifica su vida por alguna cosa importante. El microondas era la fuente de
todo. Abrí antes de nada la ventana de par en par. Puse el extractor en marcha,
a toda potencia. Apague el microondas y abrí la puerta saliendo, yo, yo, yo,
por patas y cerrando la puerta tras de mí.
En él son esperamos que todo volviese a la normalidad. En
ese tiempo no mire a la niña, me negué a verla pues no se habría hecho en esos
momentos. Cuerpo de mujer y cabeza de chorlito, perdón, cabeza de niña en
muchas cosas.
Amaino el humo pronto pero, antes, ya vino algún vecino para
decir si había algún problema, si necesitábamos ayuda, si se llamaba a los
bomberos. Les explique todo y riendo se fueron congregando delate de la puerta
y después marchando mientras sus cabezas oscilaban de un lado a otro.
Entre de nuevo, aun con el albornos puesto, cogí los restos
de la bolsa de palomitas y los metí en una bolsa de plástico que, a su vez,
metí en otra y, esta, en una tercera.
Mire a Mara: “Me voy a la ducha, como te muevas un
centímetro de tu cuarto atente a las consecuencias… ¡chissstt!...no quiero ni
una palabra, ni una sola y ya hablaremos un poco mas tendido pero más tarde,
después de mi ducha….”
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