Saturday, November 29, 2014

Mara y el supermercado.


Mara y el supermercado.

A una época de vacas gordas (mese sin novedades) sucede una época de vacas flacas (Mara haciendo de la suyas). Sucede pues una ruptura en el espacio/tiempo y sin espacio y sin tiempo los aconteceres se suceden uno tras de otro. Lo malo es, al no esperarlos pues estamos adormecidos en esa placidez de la falta de novedades, que nos cogen de sorpresa, atónitos, ponemos cara de tontos diciéndonos como no pudimos prever todo como mucha ante. Somos como caballos de carreras con las orejeras puestas y así nos va, nos dan por todos los lados. Ed se ríe como siempre con ese humor tan suyo, sin malicia y sin pensar en maldades o ignorante de significados: Yo, en cambio, me preocupo  quizás de forma inútil.

Empezó de forma poca significativa. A poco de aquí han inaugurado un nuevo y moderno y muy limpio supermercado. Mercadona. Amplios pasillos, piso liso y brillante y muy buena atención al público en general. Lo mejor, los precios.

Hicimos la compra en sábado y Mara se empeño, primero, en acompañarme y, segundo, en llevar ella el carro de la compra. Empezamos por un lado con la idea de terminar por el otro tras recorrer todos los pasillos y departamentos del mismo. La compra para el mes que nos llevarían a casa posteriormente.

Pasamos por la droguería. Mara rápidamente metió de todo aprovechando, champús, mascarilla, acondicionador, laca….. Pasamos por la carnicería, protestas de Mar por todo. La pescadería, Mara se aparto de golpe con una “¡ahghhh, pescado, que asco!”. Los congelados y fríos, las charcutería, y ese largo etcétera que ya conocemos todo.

Fue cuando vi la oferta de las doradas. 4,95 el kilo. Para un cena de cuatro de tamañito de ración pues estaba muy bien. Espero mi turno tras haber cogido el número. Mara a regañadientes me espera y de pronto, sin aviso o adiós, se va con el carro; este está muy lleno, le cuesta dirigirlo bien, no lo domina como al principio en el que se permitía incluso coger velocidad y subirse a él hasta que frenase. Me toca el turno. Pido las doradas y le digo al dependiente cuales quiero y en esto, a mis espaldas y oculto por la estantería de las aceituna, un estrepito de algo que se va al suelo y el grito contenido de varios personas mezclado con el chillido de Mara.

Salgo pitando, sin doradas, sin respetar la cola, sin respetar a bicho viviente, chocando y golpeándome con todo mundo que, de pronto, me impedían el paso. Llego allí. Mara esta de rodillas al lado de una joven dependienta, cogiendo botes de crema de aloe vera; botes sin fin caídas de una gran árbol, una pirámide inmensa publicitaria en medio de un pasillo secundario. El carro medio impactado con la misma rodeado de ellas e incluso invadiéndolo…Las dos, de forma inútil y risible, intentaban por todos los medios volver a colocar los botes. Por cada uno que ponían se les caían tres o cuatro. Su desesperación aumentaba con sus inútiles esfuerzos.

Me quede estupefacta. No sabía si llorar o reír, si ayudar o ayudar a tirar todo aun mas. Me mi duda me saco un encargado que, de forma amable y muy educada, cogía a las dos chicas por los codos y las hacia levantarse y decirles que nos se preocupasen, que todo se arreglaría. Mara, roja como un tomate, se me acerco abandonando el carro y toda la compra. La cogí y le dije que tranquila, que todo tenia arreglo que, al menos, nada se había roto así que no había graves daños. Sin embargo, en la sonrisa torcida y en las miradas de reojo a un jovencillo que se reía sin disimulo y sin malicia, entendía algo que aun se me escapaba, ¡sus catorce años! Cuerpo casi de mujer en una mente aun con cosas de chiquilla. Los chiquillos al lado, claro.

Terminamos la compra, las doradas me las tenían preparadas, y nos fuimos viendo a una pléyade de jóvenes reponedores que de forma animosa y tranquila iban deshaciendo todo y preparando, nuevamente, la gran pirámide de botes de aloe vera.

Una nueva, hay más. Va por rachas, espero que esta nueva acabe lo más pronto posible.

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