Mara y el
supermercado.
A una época
de vacas gordas (mese sin novedades) sucede una época de vacas flacas (Mara
haciendo de la suyas). Sucede pues una ruptura en el espacio/tiempo y sin
espacio y sin tiempo los aconteceres se suceden uno tras de otro. Lo malo es,
al no esperarlos pues estamos adormecidos en esa placidez de la falta de
novedades, que nos cogen de sorpresa, atónitos, ponemos cara de tontos
diciéndonos como no pudimos prever todo como mucha ante. Somos como caballos de
carreras con las orejeras puestas y así nos va, nos dan por todos los lados. Ed
se ríe como siempre con ese humor tan suyo, sin malicia y sin pensar en
maldades o ignorante de significados: Yo, en cambio, me preocupo quizás de forma inútil.
Empezó de
forma poca significativa. A poco de aquí han inaugurado un nuevo y moderno y
muy limpio supermercado. Mercadona. Amplios pasillos, piso liso y brillante y
muy buena atención al público en general. Lo mejor, los precios.
Hicimos la
compra en sábado y Mara se empeño, primero, en acompañarme y, segundo, en llevar
ella el carro de la compra. Empezamos por un lado con la idea de terminar por
el otro tras recorrer todos los pasillos y departamentos del mismo. La compra
para el mes que nos llevarían a casa posteriormente.
Pasamos por
la droguería. Mara rápidamente metió de todo aprovechando, champús, mascarilla,
acondicionador, laca….. Pasamos por la carnicería, protestas de Mar por todo.
La pescadería, Mara se aparto de golpe con una “¡ahghhh, pescado, que asco!”.
Los congelados y fríos, las charcutería, y ese largo etcétera que ya conocemos
todo.
Fue cuando
vi la oferta de las doradas. 4,95 el kilo. Para un cena de cuatro de tamañito
de ración pues estaba muy bien. Espero mi turno tras haber cogido el número.
Mara a regañadientes me espera y de pronto, sin aviso o adiós, se va con el
carro; este está muy lleno, le cuesta dirigirlo bien, no lo domina como al
principio en el que se permitía incluso coger velocidad y subirse a él hasta
que frenase. Me toca el turno. Pido las doradas y le digo al dependiente cuales
quiero y en esto, a mis espaldas y oculto por la estantería de las aceituna, un
estrepito de algo que se va al suelo y el grito contenido de varios personas
mezclado con el chillido de Mara.
Salgo
pitando, sin doradas, sin respetar la cola, sin respetar a bicho viviente,
chocando y golpeándome con todo mundo que, de pronto, me impedían el paso.
Llego allí. Mara esta de rodillas al lado de una joven dependienta, cogiendo
botes de crema de aloe vera; botes sin fin caídas de una gran árbol, una
pirámide inmensa publicitaria en medio de un pasillo secundario. El carro medio
impactado con la misma rodeado de ellas e incluso invadiéndolo…Las dos, de
forma inútil y risible, intentaban por todos los medios volver a colocar los
botes. Por cada uno que ponían se les caían tres o cuatro. Su desesperación
aumentaba con sus inútiles esfuerzos.
Me quede
estupefacta. No sabía si llorar o reír, si ayudar o ayudar a tirar todo aun
mas. Me mi duda me saco un encargado que, de forma amable y muy educada, cogía
a las dos chicas por los codos y las hacia levantarse y decirles que nos se
preocupasen, que todo se arreglaría. Mara, roja como un tomate, se me acerco
abandonando el carro y toda la compra. La cogí y le dije que tranquila, que
todo tenia arreglo que, al menos, nada se había roto así que no había graves
daños. Sin embargo, en la sonrisa torcida y en las miradas de reojo a un
jovencillo que se reía sin disimulo y sin malicia, entendía algo que aun se me
escapaba, ¡sus catorce años! Cuerpo casi de mujer en una mente aun con cosas de
chiquilla. Los chiquillos al lado, claro.
Terminamos
la compra, las doradas me las tenían preparadas, y nos fuimos viendo a una
pléyade de jóvenes reponedores que de forma animosa y tranquila iban deshaciendo
todo y preparando, nuevamente, la gran pirámide de botes de aloe vera.
Una nueva,
hay más. Va por rachas, espero que esta nueva acabe lo más pronto posible.
No comments:
Post a Comment